Cap 47

14 2 0
                                    

Viktor

Nueve meses. Nueve meses desde que Marcela desapareció de mi vida, y cada día se sentía como una eternidad. La desesperación me consumía. No sabía si estaba bien, si había encontrado la forma de escapar, o si Franco la había atrapado de nuevo.

Caminaba de un lado a otro en la mansión, mi mente repleta de imágenes de ella, su risa, su mirada desafiante, la forma en que iluminaba mi mundo con solo estar cerca. La impotencia me corroía. Cada vez que sonaba el teléfono, mi corazón se detenía. Anhelaba escuchar su voz, pero cada vez que contestaba, solo era otra decepción.

Fue en uno de esos momentos, cuando la desesperación alcanzaba su punto máximo, que Sergei me llamó.

—Viktor, necesito que vengas aquí —dijo su voz grave al otro lado de la línea.

—¿Qué sucede? —pregunté, sintiendo una punzada de ansiedad en el estómago.

—He visto a un hombre que lleva a unos bebés. Está en el barrio italiano. Lleva un mensaje.

Mi corazón se detuvo. ¿Bebés? No podía ser. ¿Podría ser que…?

—¿Dónde está? —exigí, sintiendo que la adrenalina corría por mis venas.

—En la calle principal, cerca del café. Te espero —respondió antes de colgar.

Sin perder tiempo, me subí al coche y aceleré, mis pensamientos desbocados. A medida que me acercaba, sentía la esperanza florecer en mi pecho. ¿Podría ser ella? ¿Podría ser que Marcela hubiera tenido a nuestros hijos? Mi mente giraba en torno a la idea de ser padre, pero también sabía que si había bebés, había un gran riesgo de que Franco estuviera detrás de esto.

Llegué al lugar y encontré a Sergei de pie, vigilante. El hombre del que hablaba estaba arrodillado frente a él, sosteniendo a dos bebés, un niño y una niña. Los pequeños eran la imagen de la inocencia, con caritas que parecían estar dormidas en sus brazos.

Me acerqué, y el hombre levantó la mirada. Su expresión era seria, casi reverente.

—Soy yo, el mensajero de la reina —dijo con voz temblorosa—. Traigo un mensaje de Marcela.

Mi corazón se detuvo. La reina. Esa palabra resonó en mi mente. Miré a los bebés, sintiendo que algo se encendía en mi interior. Eran tan pequeños y vulnerables.

—¿Qué mensaje? —pregunté, mi voz llena de urgencia.

El hombre se arrodilló aún más, casi como si estuviera ante la realeza.

—Ella te ha entregado a sus hijos —dijo, y su mirada se posó en los bebés—. La niña se llama Alessia, y el niño se llama Leo.

Las palabras me atravesaron como un rayo. Alessia y Leo. Mis hijos. Mi mundo cambió en ese instante.

Sergei dio un paso adelante, mirando al hombre con desconfianza.

—¿Dónde está Marcela? —exigió.

—Franco tiene a la reina —respondió el hombre, su voz era un susurro. —Pero ella quería que supieras que siempre serás su verdadero rey.

Las palabras de Marcela resonaron en mi mente, y la esperanza y el miedo lucharon por apoderarse de mí. Tenía a mis hijos, pero ¿y ella? No podía quedarme de brazos cruzados. Debía encontrarla.

Me acerqué al hombre y, con un temblor en las manos, extendí los brazos para tomar a mis hijos. Cuando los sostuve por primera vez, una oleada de amor y protección me inundó.

—Voy a sacarlos de aquí. Los llevaré a un lugar seguro —declaré, sintiendo que mi determinación se intensificaba.

El hombre me miró con respeto.

THE PRICE OF DESIREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora