Cap 36

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Valeska

Valeska cruzó el umbral de la imponente mansión de Franco, apenas recuperada de los tormentosos días en Oblivion. Las luces tenues del salón contrastaban con la fría oscuridad que cargaba en su interior. Franco, sentado en su amplio sillón de cuero, se levantó al verla entrar.

—Valeska, qué sorpresa. —La mirada de Franco era como un fuego contenido, su voz una mezcla de obsesión y deseo—. ¿Cómo está mi Viktor?

Valeska esbozó una sonrisa amarga. La mención de Viktor era un puñal en su pecho.

—Tú y yo sabemos que Viktor no es tuyo —respondió con un tono cargado de resentimiento—. Ni será de nadie más… mucho menos de esa mujer, Marcela.

Franco avanzó hacia ella, sus ojos brillaban con una oscura devoción, pero no por Valeska, sino por la idea de Marcela. Había algo enfermizo en su manera de hablar de ella, una obsesión que rivalizaba con la propia locura de Valeska por Viktor.

—Marcela… —murmuró Franco, su voz era casi un suspiro—. Ella es única, perfecta. Cuando esté a mi lado, será mía para siempre. Ningún hombre podrá tocarla, ni siquiera Viktor.

Valeska reprimió una carcajada amarga. La obsesión de Franco por Marcela era tan intensa como la suya por Viktor, pero en lugar de frustrarla, le parecía útil. Podría canalizar esa obsesión en algo más provechoso.

—Franco, tú quieres a Marcela. Yo quiero a Viktor. Ambos queremos destruir lo que tienen juntos. ¿Por qué no trabajar juntos? —Su tono se suavizó, intentando jugar con el ego de Franco—. Piensa en ello. Si nos deshacemos de Marcela, Viktor volverá a mí, y tú tendrás a Marcela para siempre.

Franco la miró por un momento, sus dedos rozando su barbilla mientras procesaba la propuesta. Finalmente, una sonrisa lenta y calculadora apareció en sus labios.

—Estoy dispuesto a todo, Valeska. Si tú puedes ayudarme a destruirla, Marcela será mía, y Viktor… Viktor será tuyo, si es que aún respira.

Valeska asintió, saboreando la idea de tener a Viktor solo para ella, pero sabiendo que lo que Franco haría con Marcela iba mucho más allá de lo que cualquier ser humano merecía.

—Entonces, comencemos. —El tono de su voz era casi un susurro, cargado de promesas oscuras.

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Marcela

El calor del fuego apenas lograba aliviar la tensión en el ambiente. Mis ojos se movían entre Gabriela, Sofía, y mi madre, intentando mantener la calma a pesar de las preguntas que giraban en mi mente. Sabía que, tarde o temprano, tendríamos que movernos, pero no había llegado a una conclusión clara.

—Entonces, ¿qué sigue? —preguntó Gabriela mientras se acomodaba en la silla, con su típica sonrisa de "todo está bajo control", aunque ambas sabíamos que no era así.

Tomé un sorbo de té, intentando ganar tiempo. Todo dependía de cómo moviéramos las piezas, de cada pequeño paso que diéramos. Franco no se quedaría tranquilo mucho tiempo.

—Tenemos que mantener a Franco distraído el mayor tiempo posible —dije con firmeza—. Ahora que logramos sacar a Sofía y a mi madre, él va a buscar respuestas. Necesitamos tiempo para planear el siguiente movimiento.

Sofía me miró desde el otro lado de la mesa, y noté la preocupación en sus ojos. Después de todo lo que había pasado, no podía culparla.

—¿Y cómo nos vamos a mover? —preguntó Sofía—. No podemos quedarnos aquí para siempre.

Antes de poder responder, sentí los ojos de mi madre sobre mí. Su mirada era diferente, como si intentara buscar algo que había perdido hace mucho. Entonces, la pregunta llegó, inesperada pero cargada de significado.

THE PRICE OF DESIREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora