cap 34

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Marcela

El frío era insoportable, pero no era nada comparado con el peso que sentía en el pecho mientras Gabriela y yo nos acercábamos a la mansión de Franco. Todo en este lugar me resultaba opresivo: los muros altos, los jardines perfectamente cuidados, pero sobre todo, el silencio. Ese silencio que precede a las grandes tragedias. Sabía que estábamos arriesgando mucho al venir aquí, pero también sabía que no podíamos quedarnos quietas, esperando a que Franco o mi padre nos encontraran. Necesitábamos adelantarnos, planear nuestro próximo movimiento. Y eso significaba infiltrarnos.

Gabriela me hizo una señal para seguirla. Con sus habilidades, logró sortear las cámaras y las alarmas con una precisión envidiable. Yo intentaba mantener la mente clara, enfocada, pero cada vez que miraba esas paredes me venían a la cabeza las historias que había escuchado sobre Franco. Lo había visto obsesionarse con mujeres, destruir familias, y sabía que era capaz de cualquier cosa.

Al entrar en la mansión, un aire frío nos envolvió. Las luces eran tenues, apenas iluminando los pasillos vacíos. Caminábamos en silencio, nuestros pasos cuidadosos, pero no podía evitar sentir que algo nos estaba observando. La adrenalina bombeaba en mis venas, pero me obligué a seguir.

—Por aquí —susurró Gabriela, señalando una escalera que descendía hacia una parte más profunda de la casa.

Mi corazón latía con fuerza mientras nos dirigíamos hacia esa oscuridad. Sabía que no encontraríamos respuestas arriba, sino abajo, donde Franco escondía sus secretos. No era la primera vez que irrumpía en una mansión, pero esta vez se sentía diferente. Estábamos en el corazón del peligro, y una sensación de urgencia me empujaba hacia adelante.

Cuando llegamos al fondo de las escaleras, algo me llamó la atención. Una puerta ligeramente entreabierta dejaba escapar una débil luz. Miré a Gabriela, que me devolvió una mirada tensa, pero asintió. Nos acercamos en silencio, y cuando empujé la puerta, lo vi.

Lo primero que me golpeó fue el olor a humedad y encierro. Después, mis ojos se acostumbraron a la tenue luz y vi dos figuras. Mis pasos se detuvieron de golpe. El mundo pareció detenerse también.

Sofía.

Mi amiga, mi hermana de otra vida, estaba ahí, encadenada, con la mirada perdida, pero viva. El aire me faltó, y por un segundo, sentí que no podía respirar. ¿Franco había tenido a Sofía todo este tiempo?

Pero eso no era todo.

A su lado, otra figura que reconocí de inmediato. Mi mamá La mujer que me había entrenado, que me había dado las herramientas para sobrevivir en este mundo cruel. Estaba aquí, en las mismas condiciones. Mi mente no podía procesarlo todo al mismo tiempo. ¿Qué hacía ella aquí?. ¿Por qué mi padre me dijo que había muerto?

—Marcela... esto no es seguro. Tenemos que irnos antes de que nos descubran —susurró Gabriela, tirando de mi brazo, pero no podía moverme. Mi cuerpo entero se había congelado ante la realidad que tenía frente a mí.

Sofía levantó la cabeza lentamente, sus ojos se encontraron con los míos. Fue solo un segundo, pero suficiente para romper mi corazón en mil pedazos.

—Tenemos que regresar por ellas —murmuré, apenas en un hilo de voz.

—No ahora. No estamos preparadas para esto. Volveremos, pero ahora necesitamos salir de aquí —insistió Gabriela, y esta vez asentí, con los dientes apretados. Vuelvo por ti, Sofía. Vuelvo por ustedes.

Giré sobre mis talones, mi mente ya planeando lo que sería el siguiente movimiento. Franco pagaría por esto.

Gabriela y yo llegamos al hotel sin decir una sola palabra durante el trayecto. Mi mente seguía enredada en las imágenes de Sofía y de mi madre, encadenadas y rotas. Nunca imaginé que encontraría a mi madre viva, y menos de esa manera. Necesitaba liberarlas, pero sabía que no podía hacerlo sin un plan claro. El tiempo jugaba en nuestra contra, y quedarse en ese hotel era demasiado arriesgado.

THE PRICE OF DESIREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora