Cap29

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Marcela

El aire estaba cargado de risas. Gabriela y yo estábamos sentadas en la sala, hablando de tonterías y recordando lo bien que la habíamos pasado en México. El sol apenas empezaba a bajar, y la luz suave se colaba por las ventanas de la mansión. Me dolía el estómago de tanto reír, y no podía recordar la última vez que me había sentido tan ligera, tan despreocupada.

—¡No puedo creer que te hayas tropezado justo cuando ese chico te sonreía! —dijo Gabriela entre carcajadas, secándose una lágrima.

Yo asentí, riéndome también.
—¡Fue horrible! Te juro que quería que la tierra me tragara. Aunque, admito que su cara de desconcierto valió la pena.

Seguimos riendo, disfrutando de ese pequeño momento de tranquilidad. Sentía que después de todo lo que había pasado, estos momentos eran raros y, por eso, tan valiosos. Sin embargo, la tranquilidad no duró mucho. Un ruido fuerte en la puerta interrumpió nuestra diversión.

El sonido de la puerta de la mansión abriéndose bruscamente hizo que ambas nos congeláramos. Gabriela y yo nos miramos, compartiendo el mismo sentimiento: algo estaba terriblemente mal.

Antes de que pudiera procesar lo que estaba pasando, Franco entró en la sala. Su presencia llenó el espacio como una sombra oscura, y su mirada se clavó en mí de inmediato. Su sonrisa retorcida no dejaba lugar a dudas sobre sus intenciones.

—¿Interrumpo algo? —preguntó con una falsa cortesía que me dio escalofríos.

Mi corazón se aceleró. Sentí cómo la tensión se apoderaba de mi cuerpo, pero no podía mostrarle miedo. No le daría esa satisfacción. De inmediato, me levanté del sofá y me coloqué frente a Gabriela.

—¿Qué demonios haces aquí, Franco? —le espeté con una voz mucho más firme de lo que me sentía por dentro.

—Te advertí que no te escaparías de mí, Marcela —respondió, avanzando lentamente hacia nosotras, con sus hombres armados siguiéndolo de cerca—. Y hoy, te vienes conmigo. A ti y a tu amiga, las llevaré a donde realmente pertenecen.

Gabriela, con un movimiento rápido, se puso de pie, interponiéndose también.
—No te acerques —le advirtió con una valentía que me sorprendió y me llenó de orgullo.

Franco rió, una risa fría y amarga.
—¿De verdad creen que pueden detenerme? ¿Dónde está Viktor? Ah, es cierto... no está aquí para protegerlas.

Un nudo se formó en mi garganta, pero no era miedo. Era rabia. Con un movimiento rápido, saqué la pistola que Viktor me había dado semanas antes y apunté directamente a Franco. Su sonrisa vaciló un poco, y eso me dio la fuerza que necesitaba.

—No necesito que nadie me proteja —le solté, mi voz firme—. No soy la misma mujer que conociste, Franco. Si intentas algo, no dudaré en disparar.

Gabriela, siempre lista, también sacó un arma. Ahora éramos dos contra él y sus hombres. La tensión era palpable, podía sentir la adrenalina correr por mis venas. El momento parecía eterno, hasta que un sonido rompió el silencio.

El motor de un auto rugió desde afuera, acercándose rápidamente. Antes de que pudiera darme cuenta, la puerta de la mansión se abrió de golpe una vez más. Viktor entró, pero lo que vi me heló la sangre. Estaba herido, sangraba de un costado, pero su mirada era implacable, llena de determinación.

—¡Fuera de mi casa! —rugió, con una pistola en mano, su voz resonando por toda la mansión.

Franco sonrió, esa sonrisa cruel que ya conocía demasiado bien.
—Llegas tarde, Viktor —dijo con sorna—. Pero esto apenas empieza.

THE PRICE OF DESIREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora