En la aldea oculta de Konoha, dos jóvenes ninjas, Boruto Uzumaki y Sarada Uchiha, se embarcan en un viaje emocional y lleno de desafíos mientras descubren un amor que desafía las tradiciones y las expectativas de sus familias.
En medio de sus deber...
La sala de máquinas quedó suspendida en un silencio extraño, como si el tiempo hubiera decidido hacer una pausa, reteniendo su aliento.
Las paredes de hielo brillaban con una luz etérea que parecía provenir de otro mundo, reflejando sombras distorsionadas que danzaban al compás de una música que solo el corazón podía escuchar.
Boruto y Sarada, de pie en medio de ese paisaje de luces parpadeantes, sentían que la realidad misma comenzaba a desenmarañarse, como un hilo que se suelta de un tejido intrincado.
El aire en la sala era denso, como si estuviera cargado con algo más que energía. Cada respiración que tomaban parecía arrastrar consigo un pedazo de incertidumbre, una carga que se posaba suavemente sobre sus hombros pero que pesaba más de lo que cualquiera de ellos podía admitir.
El ataúd donde Ada reposaba era el centro de todo, un faro inmóvil en el océano de caos que ahora envolvía a Boruto y Sarada.
El rostro de Ada, pálido y sereno bajo el cristal, era como una luna sumergida en un océano oscuro, esperando a ser liberada. La luz que emanaba de su cuerpo inmóvil se filtraba en la atmósfera, transformándose en una bruma dorada que flotaba como polvo de estrellas en el aire.
Aquella quietud contenía una promesa, pero también una advertencia. El silencio podía parecer paz, pero Boruto sabía que detrás de ese silencio se encontraba el rugido de una tormenta aún por desatar.
- Es como si el tiempo mismo estuviera esperando que algo suceda - susurró Sarada, sus ojos oscuros reflejando el brillo inquietante del ataúd.
- Lo está - respondió Boruto, su voz apenas un murmullo. Sentía el peso de la predestinación en cada rincón de la sala.
Sabía que algo grande estaba por venir, algo que cambiaría no solo sus vidas, sino el destino de Konoha y quizás, del mundo entero.
De repente, un eco resonó en sus mentes, una vibración suave pero constante, como el latido de un tambor distante que solo ellos podían oír.
Era el pulso del poder de Ada, su Seringan dormido, emitiendo ondas invisibles que se entrelazaban con el aire. El sonido, aunque apenas perceptible, reverberaba dentro de sus cuerpos, conectando sus chakras a algo más grande, algo más profundo.
El latido se hacía cada vez más fuerte, cada vez más intrusivo, hasta que el propio ritmo del universo parecía alinearse con esa pulsación. El corazón de Boruto comenzó a latir al unísono con el pulso que emanaba del ataúd.
No era una coincidencia, lo sabía. Había sido atraído a este lugar, arrastrado por la corriente invisible de fuerzas que nunca había comprendido del todo. Ahora estaba aquí, en el centro de ese vórtice, y algo antiguo y oscuro se removía bajo la superficie de todo lo que conocía.
- Boruto... - Sarada lo miró, sus ojos ahora iluminados por una mezcla de miedo y determinación - Todo esto... siento que hay algo más, algo que no estamos viendo.
Boruto asintió, incapaz de poner en palabras lo que ambos intuían. La sala de máquinas, el ataúd, la figura de Ada... todo parecía parte de un diseño cuidadosamente orquestado, un juego cuyas reglas aún no habían sido reveladas.
Y entonces, sucedió. El cristal del ataúd de Ada comenzó a vibrar, emitiendo un zumbido bajo que se fue intensificando hasta convertirse en una melodía aterradora.
La bruma dorada que flotaba en el aire comenzó a agitarse, formando remolinos brillantes que giraban a su alrededor. Ada, aunque inmóvil, parecía estar tomando el control del ambiente, su chakra expandiéndose como las raíces de un árbol buscando tierra fértil.
Boruto dio un paso atrás, su corazón latiendo frenéticamente en su pecho. Pero antes de que pudiera actuar, un destello cegador llenó la sala, envolviendo todo en un brillo intenso y abrasador.
Sarada se cubrió los ojos instintivamente, y Boruto sintió que el aire a su alrededor se electrificaba.
Y entonces, el destello desapareció tan rápido como había llegado, dejando tras de sí un silencio aún más profundo que antes. Pero ya no estaban solos.
De las sombras que antes envolvían la sala, una figura comenzó a emerger, caminando hacia ellos con pasos suaves y calculados. Era alta y delgada, con un porte elegante y peligroso. Su rostro estaba parcialmente oculto bajo una capucha, pero cuando la luz titilante de las máquinas tocó sus facciones, Boruto sintió que el suelo bajo sus pies se desmoronaba.
Era Mitsuki.
El rostro de Boruto palideció al ver a su viejo amigo, alguien que no debería existir en esta realidad. Sus ojos serpenteantes y fríos reflejaban una quietud y una claridad que no pertenecían al Mitsuki que él conocía. Sarada se quedó paralizada, sus dedos tensos sobre la empuñadura de su espada, incapaz de creer lo que estaba viendo.
- Mitsuki... ¿qué haces aquí? - La voz de Boruto era un susurro, cargado de confusión y dolor.
Pero Mitsuki no respondió de inmediato. Su sonrisa era pequeña y enigmática, sus ojos fijos en Boruto como si estuviera observando una pieza clave de un rompecabezas que finalmente había completado.
- He estado esperando - dijo Mitsuki suavemente, su voz resonando en la sala vacía - Esperando a que llegaras. A que comprendieras.
El aire a su alrededor vibraba con una energía extraña y antigua, y Boruto supo, en ese instante, que algo más grande que él estaba en juego. Algo mucho más grande que Konoha, algo que él aún no podía entender.
Y entonces, Mitsuki dio un paso adelante, su chakra arremolinándose a su alrededor como un viento tempestuoso.
- Es hora de que sepas la verdad, Boruto - dijo, su voz llena de un peso imposible - El destino no es lo que piensas. No eres lo que crees.
El silencio que siguió fue absoluto. Y en ese silencio, Boruto supo que el camino que había recorrido hasta ahora no era más que el preludio de una revelación que cambiaría todo lo que creía saber.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.