En la aldea oculta de Konoha, dos jóvenes ninjas, Boruto Uzumaki y Sarada Uchiha, se embarcan en un viaje emocional y lleno de desafíos mientras descubren un amor que desafía las tradiciones y las expectativas de sus familias.
En medio de sus deber...
La oscuridad no tenía fin. Era un océano de sombras que envolvía cada rincón, cada susurro, cada pensamiento. En el centro de esa vastedad sin luz, Boruto yacía atrapado, inmóvil y preso dentro de una cápsula azul que flotaba silenciosa en el fondo del pantano.
Su cuerpo, suspendido en el líquido brillante de la cápsula, estaba quieto, pero su mente corría, atrapada en un ciclo interminable de pesadillas que devoraban su cordura.
Dentro de la cápsula, Boruto estaba atrapado en su propio abismo, un mundo de pesadillas donde cada rincón de su alma era invadido por la desesperanza. Los gritos mudos de sus amigos y seres queridos lo acosaban, las sombras de los futuros que había visto se alzaban como fantasmas que lo arrastraban hacia el vacío.
Sus pies caminaban por tierras desoladas, su mirada perdida en horizontes grises, pero no podía avanzar. Cada paso que daba lo hundía más en el barro de sus propios miedos, una y otra vez, mientras su mente buscaba desesperadamente una salida.
- Sarada... ayúdame - susurraba Boruto, con una voz rota, apenas un eco que se desvanecía en las profundidades de su prisión mental.
Pero sus palabras nunca encontraban un destino, se ahogaban en la frialdad de su propia mente, atrapada en el aire espeso que lo envolvía. Boruto, en el núcleo de su ser, sabía que no podía escapar solo.
La prisión de sus pesadillas era demasiado fuerte, demasiado profunda. El pantano no solo lo había tragado físicamente, sino que lo había atrapado en una red hecha de sus propios temores.
La cápsula que lo aprisionaba flotaba en un lugar oscuro y lúgubre, una caverna oculta bajo las aguas del pantano, donde la luz apenas se atrevía a entrar. El aire allí era denso, asfixiante, cargado de una opresión que hacía difícil siquiera respirar.
Las paredes de la cueva, irregulares y cubiertas de musgo, parecían absorber cualquier sonido, cualquier grito que quisiera romper el silencio absoluto. El silencio en este lugar no era un alivio, sino una sentencia, un eco sordo que resonaba en las almas atrapadas bajo el pantano.
Boruto no estaba solo en esa prisión. Había otras cápsulas, todas conectadas a un intrincado sistema de máquinas que vibraban suavemente en las sombras.
Las máquinas estaban vivas, no por su movimiento, sino por el poder que emitían, un susurro eléctrico que se entrelazaba con la oscuridad, manteniendo atrapadas las mentes de aquellos que se habían hundido en el pantano.
Las cápsulas eran celdas sin barrotes, jaulas para el alma. A quienes las ocupaban no se les permitía despertar. Sus mentes estaban encadenadas, presas de ilusiones y pesadillas infinitas, diseñadas para mantenerlos sumergidos en sus propios temores.
El líquido azul dentro de la cápsula de Boruto brillaba con una luz tenue, pero fría, como el reflejo de una luna lejana y distante. La luz no era un consuelo, sino una burla.
Era un destello constante de esperanza inalcanzable. Boruto, flotando dentro de ella, estaba envuelto en la pesadez de su propia desesperación, incapaz de moverse, incapaz de gritar. Solo podía pensar, una y otra vez, en la oscuridad que lo rodeaba y en la forma en que su mente se desmoronaba lentamente.
A su alrededor, las máquinas respiraban con un zumbido bajo, constantes, indiferentes al sufrimiento de los que alimentaban. Era un ciclo eterno: aquellos que caían en el pantano eran arrastrados hasta esta cueva subterránea, sus cuerpos inmovilizados, sus mentes cautivas en cárceles invisibles.
Nadie podía escapar de la prisión mental que el pantano imponía, porque los muros no estaban hechos de piedra, sino de pensamientos oscuros que enredaban a sus víctimas hasta ahogarlas en su propio dolor.
Mientras Boruto luchaba en silencio, afuera, en el mundo real, Sarada caminaba por el borde del pantano, su corazón pesado, pero su voluntad inquebrantable. Había visto cómo Boruto se hundía, cómo el pantano lo devoraba sin dejar rastro.
El dolor en su pecho era insoportable, pero se negaba a rendirse. Sabía que Boruto estaba allí, en algún lugar bajo esas aguas turbias, atrapado. Y ella no lo dejaría solo. Jamás.
Activando su poder de ninja sensorial, Sarada cerró los ojos, buscando en las profundidades del pantano la huella del chakra de Boruto. Los sonidos del pantano eran inquietantes, susurrantes, como si quisieran distraerla, pero Sarada no se dejó llevar por el miedo. Sus sentidos se extendían, buscando la presencia de Boruto, la chispa de vida que aún latía bajo la superficie.
Y entonces, lo sintió.
El chakra de Boruto, débil pero presente, vibraba en algún lugar profundo, más allá de lo que sus ojos podían ver. Estaba atrapado, encerrado en ese abismo, pero Sarada no permitiría que el pantano lo reclamara por completo.
- Estoy aquí - murmuró para sí misma, con los ojos fijos en el lugar donde el rastro de Boruto desaparecía bajo las aguas negras - Voy a salvarte, Boruto.
Con determinación, Sarada siguió el rastro del chakra, caminando hacia lo que parecía ser una antigua puerta metálica, semioculta entre la niebla y los árboles retorcidos.
El metal estaba oxidado, cubierto de barro, como si nadie la hubiera tocado en siglos, pero Sarada sabía que esa puerta llevaba al corazón del pantano, al lugar donde Boruto estaba siendo retenido.
Sin embargo, antes de que pudiera avanzar, el suelo bajo sus pies tembló, y del barro que se extendía ante ella surgió una gigantesca criatura, formada por las mismas sombras y lodo del pantano.
El monstruo era una extensión de aquel lugar, una manifestación física de la oscuridad que lo habitaba. Su cuerpo estaba cubierto de un barro oscuro y espeso que goteaba constantemente, y sus ojos brillaban como faros en medio de la neblina, llenos de odio y hambre.
Sarada retrocedió, pero solo lo suficiente para preparar su postura de combate. No podía retroceder ahora. Boruto la necesitaba, y nada, ni siquiera aquella abominación, iba a detenerla.
- ¡Voy por ti, Boruto! - gritó Sarada, con su mirada encendida por la luz del Sharingan, mientras el monstruo rugía, bloqueándole la entrada hacia el corazón del pantano.
El aire se llenó de tensión, y Sarada, con cada fibra de su ser, se preparaba para luchar contra aquella bestia, sabiendo que el destino de Boruto pendía de la victoria o derrota que estaba por librar.
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