Esclavos Del Destino

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La noche se cernía sobre el escondite de Amado como un manto oscuro que cubría sus planes fallidos. La luna, apenas visible entre las nubes pesadas, parecía un ojo que observaba desde la distancia, indiferente a los tormentos que se desataban en el corazón de los hombres.

Las sombras de la derrota se alargaban a su alrededor, llenando el aire con un peso invisible, y en su centro Amado caminaba con pasos furiosos., su mente un hervidero de frustración y furia.

El fracaso lo envolvía como una capa de veneno. Había subestimado a Boruto, ese muchacho que no solo tenía la capacidad de ver el futuro, sino que había demostrado una inteligencia y una fuerza inesperadas. El Seringan, su carta más poderosa, estaba perdido.

Todo el esfuerzo que había invertido en despertar el ojo legendario de Shibai Ootsutsuki, su más preciado logro, se desmoronaba ante sus ojos. Era como si la misma arena del destino se le escapara entre los dedos.

Amado no soportaba el peso de esa frustración, y como el agua de un río desbocado, la descargó violentamente sobre el único que podía. Mitsuki.

Su esclavo, el que estaba atado a él por los hilos invisibles de una maldición que lo encadenaba. Mitsuki, que había fallado en proteger lo que Amado consideraba su victoria asegurada.

El viento frío soplaba por los corredores del escondite, trayendo consigo el eco de la furia de Amado, una furia que se manifestaba en golpes secos y crueles. Cada golpe era como el trueno antes de la tormenta y Mitsuki, estoico, se mantenía en pie aceptando su destino como quien acepta la lluvia inevitable sobre su piel.

- ¡Tú! ¡Inútil! - gritó Amado, sus golpeando con fuerza el rostro de Mitsuki, una y otra vez.

El eco de sus palabras resonaba en la habitación vacía, una mezcla de indignación y desesperación.

- ¡Tenías una sola tarea! ¡Una! Proteger a Ada y el Seringan ¡Y fallaste miserablemente!

Los golpes eran pesados, pero el peso que cargaba Mitsuki era qún mayor. No era el dolor físico lo que lo torturaba, sino el vacío que llevaba en su alma. Mitsuki, el hijo del gran Orochimaru, había sido vendido como un objeto, una pieza más en el intrincado juego de ambiciones de los poderosos.

Su propio padre lo había entregado a Amado, cambiandolo por una célula del poderoso Shibai Ootsutsuki, una reliquia del ser más legendario que había existido.

Mitsuki había sido intercambiado como una mercancía, sin más valor que el de una herramienta.

Cada golpe de Amado retumbaba en su cuerpo, pero no en su mente. En lo profundo de su ser, algo quería gritar, quería rebelarse. Pero la prisión de su mente era más sólida que cualquier celda de hierro

Amado lo había esclavizado, no con cadenas visibles, sino con un conjuro de esclavitud, una trampa mental de lo que Mitsuki no podía escapar. Su voluntad no le pertenecía. Su espíritu, alguna vez libre, lleno de curiosidad había sido cercenado. Ahora era un espectro vacío,una sombra del chico que alguna vez había querido ser, libre como el viento.

- Te convertiste en mi esclavo porque así lo quiso tu creador. No olvides que me perteneces. - Susurró Amado con veneno en la voz, mientras descargaba un último golpe.

Mitsuki permaneció en silencio, incapaz de romper la jaula que lo atrapaba. Sus ojos vacíos de resistencia, miraban sin ver. No había furia en él, tampoco había rencor. Solo una aceptación desgarradora de su destino.

El laboratorio de Amado, un lugar que alguna vez fue el escenario de sus más ambiciosos sueños, ahora se sentía como un mausoleo. Los tubos y las máquinas, las pantallas que parpadeaban con gráficos y ecuaciones, eran el testimonio de años de obseción. Había dedicado toda su vida a la ciencia, a encontrar el camino hacia el poder absoluto, y ahora una parte de ese camino había sido destruida.

Mientras encerraba a Mitsuki en una celda oscura, Amado no sentía más que desprecio por aquella creación fallida de Orochimaru. El cuerpo del joven, marcado por los golpes y las sombras de su esclavitud, se desvaneció tras los barrotes de hierro.

Mitsuki, su alma tan quebrada como su cuerpo, aceptó dicho encierro sin resistencia. Sabía que no había escapatoria, no mientras la maldición de Amado lo mantuviera prisionero.

Amado se encerró en su laboratorio, dejando que la noche lo envolviera en su manto oscuro. Su mente, siempre calculadora, comenzó a trabajar de nuevo. La pérdida de Ada, aunque desvastadora, no era el final. Todavía tenía un as bajo la manga, uno que había estado perfeccionando en secreto.

Deamon, el niño en quien había depositado su siguiente confianza. De diez años, pequeño, pero cargado con el poder de otra célula de Shibai Ootsutsuki. Deamon no era como los otros niños con los que Amado había experimentado.

Los demás, frágiles y débiles, habían sucumbido ante el descomunal poder de la célula. Se habían convertido en cenizas bajo la presión de un chakra que ningún humano común podría soportar. Pero Deamon....Deamon había sobrevivido.

Sentado frente a la fría luz de su computadora, Amado repasaba los datos de sus experimentos, ajustando detalles, calculando las variables que aún necesitaban ser perfeccionada. Deamon era su último experimento exitoso. Un niño cuya existencia podría cambiarlo todo.

Pero aunque Deamon había sobrevivido, Amado sabía que había algo más. Algo que aún debía ajustar. El poder de Shibai Ootsutsuki era como un océano incontrolable y Amado, en su obseción, quería canalizarlo y moldearlo para sus propios fines. Sin embargo incluso él sabía que estaba jugando con fuerzas que se escapaban de sus manos.

- Un error más y el equilibrio se romperá - murmuró para sí mismo, con los ojos clavados en la pantalla.

Pero Amado no era alguien que se dejase disuadir por el miedo. Su ambición era más grande que su temor. Y así, mientras la noche se volvía más profunda y el silencio del laboratorio se volvía absoluto, Amado siguió trabajando, planeando el próximo paso en su camino hacia el poder absoluto.

En tanto en su celda, Mitsuki se debatía entre las sombras de su esclavitud, preguntándose si alguna vez sería libre de nuevo o si estaría destinado a ser la herramienta de otro hasta el fin de sus días.

En tanto en su celda, Mitsuki se debatía entre las sombras de su esclavitud, preguntándose si alguna vez sería libre de nuevo o si estaría destinado a ser la herramienta de otro hasta el fin de sus días

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Susurros En Konoha (BoruSara)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora