En la aldea oculta de Konoha, dos jóvenes ninjas, Boruto Uzumaki y Sarada Uchiha, se embarcan en un viaje emocional y lleno de desafíos mientras descubren un amor que desafía las tradiciones y las expectativas de sus familias.
En medio de sus deber...
La Torre del Hokage se erguía imponente bajo la luz del amanecer, un símbolo de estabilidad y poder en la aldea de Konoha.
Pero para Boruto y Sarada, aquel edificio representaba otra cosa en ese momento: el fin de su misión... y el inicio de un nuevo secreto.
La oficina del Séptimo Hokage se encontraba en penumbra, iluminada apenas por la tenue luz que filtraban las ventanas. Detrás del escritorio, Naruto escuchaba atentamente el informe de ambos, su mirada fija en los pergaminos abiertos frente a él.
Sarada mantuvo su postura firme, relatando los hechos con precisión: la naturaleza del pantano, la desaparición de los ninjas, el enfrentamiento contra la sombra y la forma en que lograron erradicar la amenaza.
Pero no contó todo.
No mencionó cómo la oscuridad casi reclamó a Boruto. No mencionó el beso que lo liberó. No mencionó las voces en la mente de Boruto, el susurro de algo más grande acechando en la sombra. Y Boruto tampoco dijo nada.
Naruto lo notó. Desde el momento en que su hijo cruzó la puerta, su postura, su mirada, su tono de voz... todo en él gritaba que estaba ocultando algo.
Pero el Hokage no dijo nada al respecto. Simplemente cerró los pergaminos, pasando los dedos sobre la superficie del papel con lentitud.
- Hicieron un buen trabajo.
Sarada inclinó la cabeza en agradecimiento. Boruto asintió, pero su mente estaba en otro lugar.
Naruto los estudió por unos segundos más antes de esbozar una sonrisa suave, aunque sus ojos permanecieron serios.
- Pueden retirarse.
Sarada exhaló con discreción, aliviada. Boruto se dio la vuelta sin pensarlo dos veces, sintiendo que no podía permanecer más tiempo allí.
Y mientras los veía salir, Naruto apoyó un codo sobre el escritorio y se masajeó las sienas con los dedos. Su hijo le estaba ocultando algo.
Y aunque decidió dejarlo pasar por ahora... sabía que tarde o temprano tendría que averiguar la verdad.
Un Hogar con Aroma a Familia
Sarada sintió un nudo en la garganta al entrar a su casa. El olor a té recién preparado, el murmullo de su madre en la cocina, la presencia de su padre en la sala. Sasuke estaba en casa.
Por un momento, su pecho se llenó de una calidez reconfortante, una sensación de seguridad que solo encontraba cuando su familia estaba reunida.
- Bienvenida.
La voz de Sakura la envolvió con dulzura, y sin dudarlo, Sarada corrió a abrazarla. Sasuke, desde su asiento, desvió la mirada hacia su hija. Sus labios esbozaron una sonrisa casi imperceptible, pero Sarada la notó y fue suficiente.
Necesitaba esto. Necesitaba respirar el aroma de su hogar, recordar quién era, sentir que, después de todo lo vivido, aún tenía un refugio donde descansar. Y esa noche, durmió profundamente, sintiendo que por fin estaba en casa.
Una Casa Vacía
La casa Uzumaki estaba en silencio.
No había voces en el pasillo. No había risas en la cocina. No había el sonido de pasos en el suelo de madera.
Boruto cerró la puerta detrás de él y miró el interior vacío. Su madre se había ido a casa de su abuelo. Kawaki había sido enviado a una misión. Y su padre... bueno, él rara vez volvía a casa. Suspiró. Nadie estaba allí.
La frase que la oscuridad le había susurrado en el pantano retumbó en su cabeza como una verdad irrefutable.
Nadie te recuerda.
Sacudió la cabeza, tratando de alejar esos pensamientos. Fue directo al baño. El agua caliente relajó sus músculos, pero no su mente.
Al salir, se encerró en su habitación, lanzándose a la cama con un suspiro pesado. Estaba agotado. No solo físicamente. Estaba cansado de todo.
De su familia, que parecía seguir adelante sin él. De su madre, que había dejado de pasar tiempo con él sin explicaciones. De su padre, que siempre estaba en la torre Hokage, como si Konoha fuera su verdadero hogar y no esta casa. De su soledad. Antes, le había dado igual.
Pero... últimamente lo había sentido más. Las misiones le habían mostrado algo que nunca quiso admitir: que la soledad pesaba. Que la gente importaba. Y él prácticamente no tenía a nadie. Cerró los ojos. Y el sueño lo atrapó.
- ¡Boruto!
La voz lo sacó del mundo de sombras. Abrió los ojos con pesadez, viendo la luz matinal filtrándose por la ventana. Parpadeó.
Sarada estaba de pie junto a su cama, con los brazos cruzados y una ceja arqueada.
- Tu madre me dejó entrar.
Boruto se frotó los ojos, tratando de procesar la información.
- ¿Qué haces aquí tan temprano?
Sarada rodó los ojos.
- Pensé que podríamos salir. No es bueno que te quedes encerrado en casa todo el día.
Boruto iba a decir que estaba bien, que prefería descansar...Pero la idea de no estar solo le pareció mejor.
Así que, por primera vez en mucho tiempo, se levantó sin quejarse. Y cuando salieron juntos a caminar por la aldea, Boruto se dio cuenta de algo.
Por primera vez en mucho tiempo... no se sentía solo. El día transcurrió con relativa calma.
Boruto evitó los lugares donde sabía que Shikadai estaría, como siempre lo hacía. La tensión entre ellos era algo que nunca había podido disiparse.
Sarada permaneció con él la mayor parte del día, y aunque no lo dijo en voz alta, Boruto agradeció su presencia más de lo que quería admitir.
Pero cuando el sol comenzó a ocultarse en el horizonte, algo cambió. Un escalofrío recorrió la espalda de Boruto mientras caminaban por una calle desierta de Konoha. Sarada también lo sintió. Una presencia.
No chakra. No un ninja. Algo diferente. Algo extraño.
Boruto giró la cabeza y vio una silueta en la azotea de un edificio cercano.
Oscura. Inmóvil. Observándolos. Sarada inhaló con discreción.
- ¿Lo sientes?
Boruto asintió lentamente. No estaban solos. Y lo que los observaba... no pertenecía a esta aldea. No pertenecía a este mundo.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.