En la aldea oculta de Konoha, dos jóvenes ninjas, Boruto Uzumaki y Sarada Uchiha, se embarcan en un viaje emocional y lleno de desafíos mientras descubren un amor que desafía las tradiciones y las expectativas de sus familias.
En medio de sus deber...
El tiempo había perdido su significado. No sabía cuánto llevaba allí, solo que cada instante se sentía eterno. Su conciencia oscilaba entre la lucidez y el delirio, atrapada en un ciclo interminable de sombras y susurros que nunca cesaban.
Su cuerpo no respondía, su mente era un campo de batalla donde los recuerdos se deshacían como arena en el viento.
Lo primero que sintió al caer en esa prisión fue el frío. No un frío común, sino un vacío absoluto, un abismo helado que devoraba todo a su alrededor.
No había suelo bajo sus pies ni cielo sobre su cabeza. Solo una negrura infinita que lo envolvía, que se deslizaba en su piel como si intentara borrar su existencia.
- ¿Dónde estoy?
Su voz fue apenas un murmullo, pero la oscuridad lo escuchó.
Y entonces llegaron los susurros.
Al principio, eran apenas un eco lejano, un murmullo imperceptible en el fondo de su mente. Pero pronto se convirtieron en voces nítidas, palabras en idiomas que nunca había escuchado, frases que se retorcían en su oído como serpientes de humo.
Algunas le hablaban con dulzura, otras con una crueldad gélida. Todas ellas tenían una única intención: romperlo.
Las voces repetían sus dudas más profundas, sus miedos ocultos.
No eres suficiente. Siempre estarás a la sombra de tu padre. Nadie vendrá por ti. Eres una carga para todos. Sarada encontrará a alguien mejor. No puedes escapar.
Boruto cerró los ojos con fuerza, pero los pensamientos seguían perforándolo como agujas invisibles.
Intentó moverse, correr, pero su cuerpo no existía en ese lugar. Era solo una conciencia atrapada en una espiral de desesperación. Sin piel, sin huesos, sin peso, solo su mente flotando en el vacío.
Y entonces llegaron las imágenes.
Primero vio a Naruto, su padre, de espaldas. Nunca se volteaba, nunca lo miraba. Caminaba hacia el horizonte con su capa ondeando en el viento, alejándose cada vez más, dejando a Boruto atrás sin una sola palabra.
Luego apareció Mitsuki. Pero su expresión no era la usual. Sus ojos dorados estaban vacíos, su sonrisa torcida en algo artificial.
- No significas nada para mí - le dijo antes de desaparecer en la oscuridad.
Finalmente, vio a Sarada. Ella estaba frente a él, con su Sharingan brillando como brasas encendidas. Pero su mirada era fría, distante.
- No te recuerdo - murmuró antes de desvanecerse en la negrura.
Boruto gritó su nombre, pero su voz se ahogó en el vacío.
El pánico lo invadió. No podía perderse en esa oscuridad. Tenía que aferrarse a algo, a cualquier cosa que le recordara quién era. Buscó sus recuerdos, su vida, su identidad. Pero la prisión no se lo permitió.
Uno a uno, sus recuerdos comenzaron a fragmentarse.
El rostro de su madre se volvió borroso. Las risas de sus amigos se convirtieron en un eco distante. Los entrenamientos con su padre desaparecieron como humo disipándose en el aire. La calidez de la aldea, el viento acariciando su rostro, todo se desvaneció.
El dolor llegó después.
No era físico. Era una agonía mental, como si alguien estuviera arrancando pedazos de su mente con manos invisibles. Cada recuerdo que perdía dejaba un hueco, una sensación de vacío que crecía con cada segundo que pasaba.
Boruto intentó luchar. Se aferró a la imagen de Sarada, a su voz, a su risa. Pero incluso eso comenzó a desmoronarse. Primero olvidó cómo sonaba su voz, luego cómo era su sonrisa. Pronto, su rostro se convirtió en una sombra sin forma, un espacio en blanco en su memoria.
Pero la oscuridad era implacable. Todo se volvió distante. Todo se volvió ajeno.
Hasta que un día, o tal vez una eternidad después, dejó de recordar que alguna vez hubo algo que olvidar.
Boruto abrió los ojos. Frente a él, la cápsula azul lo mantenía suspendido en un líquido frío. No sabía quién era. No sabía por qué estaba allí. Solo sentía un peso indescriptible en su pecho, un vacío que no podía llenar.
Escuchó una voz.
- Boruto... sácame de aquí... por favor.
Su corazón latió con fuerza, pero no entendió por qué. Ese nombre... ¿era suyo? ¿O de alguien más?
La oscuridad dentro de sus ojos creció, y su reflejo en el cristal de la cápsula mostró unos ojos vacíos, sin identidad, sin pasado.
Fuera de la cápsula, Sarada gritaba su nombre, pero él ya no sabía quién era ella.
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