En la aldea oculta de Konoha, dos jóvenes ninjas, Boruto Uzumaki y Sarada Uchiha, se embarcan en un viaje emocional y lleno de desafíos mientras descubren un amor que desafía las tradiciones y las expectativas de sus familias.
En medio de sus deber...
El aire dentro de la cueva se volvió pesado, cargado de una energía oscura que se adhería a la piel como un veneno invisible.
Sarada sintió que su propio aliento se volvía denso, su pecho comprimido por una opresión que no podía ver pero sí sentir. Frente a ella, Boruto estaba allí... pero no era Boruto.
Sus ojos, que una vez brillaron con el azul del cielo despejado, ahora eran pozos oscuros, abismos sin reflejo, devoradores de luz.
Las sombras parecían moverse alrededor de él, como si estuvieran vivas, como si fueran un manto de la misma oscuridad que lo había aprisionado.
Su rostro no mostraba emoción alguna, su cuerpo apenas se movía, como una marioneta sin hilos que había sido despertada sin un propósito claro.
Pero Sarada sentía algo más. Algo profundo. Algo que la hacía dudar de lo que estaba viendo. Entonces lo escuchó.
¡Sarada! ¡Ayúdame! ¡Sácame de aquí!
La voz de Boruto estalló en su mente, pero sus labios no se movieron. Fue un grito mental, un eco desgarrador que perforó su conciencia, haciendo que su respiración se detuviera por un instante.
No era un simple llamado, era un clamor desesperado, un grito de alguien que estaba atrapado en una jaula sin paredes, de alguien que estaba viendo su propio cuerpo moverse sin control, sin poder hacer nada al respecto.
Boruto no había olvidado nada.
Él estaba ahí. Encerrado dentro de su propio cuerpo.
- ¡Boruto! - exclamó Sarada, su voz temblorosa pero cargada de una nueva determinación.
Sus manos se cerraron en puños, sintiendo cómo el chakra en su interior ardía con una intensidad que nunca antes había sentido.
- ¡Sé que estás ahí! No estás perdido, te juro que voy a sacarte de esto.
Pero Boruto no reaccionó. No pestañeó. No mostró señal alguna de reconocerla. Y sin embargo...
¡Sarada, por favor! ¡No me dejes aquí! ¡NO ME OLVIDES!
El grito mental de Boruto se hizo más fuerte, más desesperado. Sarada sintió cómo su corazón se quebraba en mil pedazos. Él estaba atrapado en algún rincón oscuro de su mente, viéndolo todo, sintiéndolo todo, pero sin poder tomar el control de su propio cuerpo.
La figura oscura que había observado todo este tiempo sonrió, con una satisfacción casi burlona.
- Ves, niña - dijo con calma - su cuerpo es libre, pero su alma nos pertenece.
Sarada se negó a creerlo. Dio un paso adelante, con su mirada encendida por el brillo carmesí de su Sharingan. Si Boruto seguía allí, si podía escuchar sus gritos mentales, significaba que aún había esperanza.
Pero entonces él se movió. Con una lentitud aterradora, Boruto levantó la vista hacia ella. Su expresión era neutra, vacía. Pero en el fondo de sus ojos oscuros, Sarada vio algo.
Un destello. Una sombra de quien era realmente. Un rastro de Boruto peleando contra la oscuridad.
- Boruto...- susurró Sarada, acercándose con cautela.
Pero antes de que pudiera hacer algo más, él desapareció. En un parpadeo, su silueta se desvaneció en las sombras, tragado por la oscuridad que lo controlaba.
Sarada sintió un nudo en la garganta, pero su determinación ardió con más fuerza que nunca. No importaba cuánto tuviera que luchar, cuánto tiempo tomara. Boruto aún estaba allí. Y ella no iba a dejarlo atrás.
No esta vez.
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