Capítulo 32: El colapso de las sonrisas

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Pov. Alaya

Hoy, al mirarme en el espejo, me doy cuenta de que no sé lo que es sonreír de verdad. La chica que se refleja frente a mí parece estar sonriendo, pero en mi interior no hay nada más que vacío. La alegría ha desaparecido, dejando un espacio en blanco que pesa más que cualquier carga que haya llevado. He llegado a un punto en el que me pregunto si alguna vez volveré a sentir esa chispa de felicidad que solía iluminar mis días. En su lugar, cada rayo de luz que alguna vez me llenó se ha apagado, como si una sombra se hubiera apoderado de mi vida, consumiendo lentamente todo lo que solía ser.

El día comienza, y me encuentro atrapada en la rutina, cada paso hacia la escuela es más pesado que el anterior. Al entrar, el bullicio y las risas de mis amigas me rodean, pero me siento completamente fuera de lugar. Sus voces se entrelazan en una sinfonía de alegría, pero para mí solo son ecos lejanos. Cada broma, cada comentario alegre, se siente como una puñalada en el pecho, recordándome lo desconectada que estoy de la felicidad que una vez compartí con ellas.

A medida que avanza la mañana, el sentimiento de desesperación se apodera de mí. Durante el almuerzo, mientras Clara y Luisa comparten anécdotas de sus fines de semana, me doy cuenta de que no tengo nada que decir. Intento forzar una sonrisa, pero es solo una máscara que oculta lo que realmente siento. "¿Alaya, no quieres compartir algo divertido que te haya pasado?", pregunta Luisa, y la mirada de expectativa en su rostro solo aumenta mi incomodidad. ¿Qué puedo decir? Que mi vida se siente como una serie de días grises que se deslizan uno tras otro, sin ningún destello de emoción real.

En lugar de responder, me encojo en mi asiento y suelto un comentario cortante: "Quizás deberían concentrarse en lo que les importa." La reacción en sus caras me hace sentir culpable, pero la frustración y el dolor son más fuertes que la compasión. Al mirar a Clara, su expresión de decepción me hiere, pero en el fondo, estoy demasiado atrapada en mi propio sufrimiento para preocuparme. El remordimiento se convierte en una sombra que se cierne sobre mí, y la soledad se siente más profunda con cada risa que no comparto.

A medida que las horas pasan, la angustia se convierte en un peso insoportable en mi pecho. La gente a mi alrededor parece tan feliz, tan absorbida en sus propias vidas, que no notan el caos que estoy experimentando. La idea de que todos me están apagando lentamente se convierte en un mantra que resuena en mi mente. Me pregunto si algún día podrán ver lo que estoy pasando. La tristeza se mezcla con la ira, y empiezo a comportarme de manera grosera, hiriendo a quienes más me importan. Mis palabras son dagas, diseñadas para alejar a los demás, para que no se acerquen demasiado a mi dolor.

Finalmente, llego a casa, y el alivio de estar sola es temporal. En cuanto cierro la puerta de mi habitación, todo lo que siento se desborda. Me dejo caer sobre la cama y, por primera vez en mucho tiempo, me permito sentir. Las lágrimas fluyen libremente, como un torrente que no puedo controlar. "¡No puedo más!", grito, ahogándome en el silencio de mi habitación. "¡Estoy cansada de sentirme sola! ¡Nadie se da cuenta de lo que estoy pasando!" Mis gritos son un eco de mi desesperación, una súplica al universo que parece no escucharme.

Recuerdo los momentos en que solía reír, en que la felicidad era una parte de mí. A veces, me veo a mí misma en fotos antiguas, sonriendo de verdad. Pero esa Alaya parece tan lejana ahora, como un recuerdo perdido en la niebla del tiempo. La idea de que todos a mi alrededor estén apagando mi luz lentamente se convierte en una carga insoportable. Cada risa que escucho se siente como una burla a mi tristeza, una burla que me recuerda lo sola que estoy en mi lucha.

Mientras sigo llorando, me encuentro pensando en esa chica, la única persona que parece entenderme, aunque nadie sabe quién es. No sé si es una coincidencia, pero su sola existencia me da un poco de esperanza. La imagen de ella aparece en mi mente: su rostro sereno y su capacidad de escuchar sin juzgar. "Si tan solo estuvieras aquí", pienso. "Si tan solo pudieras escucharme." Anhelo su presencia, su apoyo, una conexión real en un mundo que se siente tan vacío.

Me dejo llevar por la corriente de mis pensamientos, deseando que alguien, cualquier persona, venga y me abrace. Quiero que alguien se detenga en medio de su vida y me preste atención. Quiero que me miren a los ojos y vean más allá de la fachada que he construido. "¿Qué hago?", grito en mi mente, deseando que esa chica secreta esté ahí, dispuesta a ayudarme a salir de este abismo.

Con cada lágrima que cae, siento que una pequeña parte de la carga se aligera. Aunque no tengo todas las respuestas, el simple acto de llorar me permite liberar un poco de la tristeza acumulada. La presión en mi pecho comienza a aflojarse, aunque el dolor sigue presente. Me doy cuenta de que no puedo continuar así, de que necesito enfrentar lo que siento en lugar de reprimirlo. La lucha es interminable, pero al menos he comenzado a liberar las emociones que me ahogan.

Mi voz resonaba en la soledad de mi cuarto. Aunque el futuro es incierto y la tristeza sigue siendo un compañero constante, he dado un primer paso hacia la sanación. La lucha no ha hecho más que comenzar, pero al menos ahora sé que tengo que seguir adelante, no solo por mí, sino por el deseo de recuperar la luz que una vez iluminó mi vida. Estoy decidida a encontrar la forma de volver a ser quien era, aunque no tenga idea de cómo hacerlo.

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