38 - el rescate.

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Me quedé paralizado en el mismo lugar, la sangre dejó de drenar por mis venas, y los sonidos se volvieron ecos lejanos, casi inaudibles, como si el mundo se hubiera detenido en un instante. 

"¿Qué hago?", me pregunté en medio del caos de pensamientos y emociones. ¿A quién elijo? ______ está a apenas unas horas de aquí, pero los niños están a más de 14 horas. El tiempo es crucial para ambos, pero ¿a quién elijo? 

— ¡Señor! ¡Señor, Ran, responda! —me llamó Hec, su voz penetrando la niebla de mis pensamientos. Volteé a verlo, aún sin poder procesar lo que estaba sucediendo. — ¿Qué pasa? ¿Por qué está así? 

— ______ está a punto de dar a luz... Pero los niños... Necesito ir, pero no quiero dejarla sola. 

Hec me miró con determinación. — Usted necesita ir por esos niños. Yo me encargaré de la señorita ______. No se preocupe, me haré cargo de todo. 

Una parte de mí quería quedarme, aferrarse a la posibilidad de estar a su lado en un momento tan crítico. Pero otra parte sabía que debía actuar, que la vida de esos niños dependía de mí. 

Tomé mi arma y subí a la azotea, el peso de la decisión todavía aplastando mi pecho. En el helicóptero, el rugido de las aspas me rodeaba mientras volábamos hacia la costa sur del país. Era un viaje que sonaba más fácil de lo que era. En el aire, me aseguré de que mis hombres estuvieran en posición, listos para mi señal. El vuelo fue breve, pero cada segundo se sentía como una eternidad, sabiendo lo que estaba en juego. 

— Señor Ran, buenas tardes. Tenemos localizada la casa. Hay aproximadamente cinco personas dentro: dos mujeres, un hombre, una niña y un niño. La casa está escondida, sin electricidad... —informó uno de mis hombres mientras caminaba a mi lado. Desde una colina alta, podíamos ver la casa, un refugio oscuro que albergaba peligros inimaginables. 

— ¿Tienes las coordenadas de los demás? —pregunté, intentando mantener la calma. 

— Somos seis en el lado oeste, cinco en el este, y tengo a cuatro hombres en los árboles cerca de la casa. Dos más se acercan por la parte trasera... 

Era suficiente. La adrenalina comenzó a bombear por mis venas mientras tomaba mi arma y caminaba hacia la casa. 

— El primer disparo que escuchen será la señal para empezar a actuar, pero si escuchan mi señal por radio, solo quiero que entren y saquen a los niños. Quiero que estén a salvo, sin un solo rasguño. ¿Está claro? 

— Así será, señor. 

Con una calma tensa, me acerqué a la puerta y golpeé. Un hombre salió, su expresión tan desagradable como el lugar en el que se encontraba. 

— ¿Qué? —respondió con desgano. 

— Discúlpeme... Soy de la organización "Ayuda a Familias". ¿Puedo hacerle unas preguntas? 

— ¡No, largo! —Intentó cerrar la puerta, pero lo detuve. 

— Perdón, señor, pero es parte de mi trabajo. Esta organización ayuda a familias en situaciones precarias. ¿Puedo hacerle unas preguntas? 

— ¡No entendiste! ¡No! ¡Lárgate! —trató de empujarme, y en ese instante supe que no podía dudar. Tomé su muñeca y lo jale hacia mí, desenfundando mi arma y sometiéndolo al suelo. 

El asco me invadió al sentir su cuerpo contra el mío: era gordo, mal cuidado, apestaba a pescado y a agua salada, con una piel repulsiva y vellos por todas partes, lo jale con la suficiente fuerza y pude voltearlo en el aire y someterlo en el suelo.

— Ya está. —Hablé por el radio. Mis hombres entraron de inmediato, y los gritos de las mujeres resonaron en la casa—. ¡Los niños son míos! ¡No los toquen! ¡Los quiero intactos! 

Uno de mis hombres vino para ayudarme a mantener al tipo bajo control. Luego entré en la casa, la desesperación marcando cada paso. Uno de mis hombres estaba parado en el marco de la puerta, su mirada decía que algo andaba muy mal. Tenía miedo. 

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Seo-Jun: ¿¡Cómo es posible!? ¡¿Dónde dejaste tu maldito teléfono!? 

Lee: No lo sé, he estado llamando, pero nadie contesta. 

Seo-Jun gruñó de coraje, cruzándose de brazos y mirando hacia otro lado, tratando de encontrar una solución. Las condiciones no eran buenas para salir, pero, ¿qué más podía hacer? ¿Cómo resolvería eso? 

Seo-Jun: Eres un inepto... 

Lee la miró, acostumbrado a recibir palabras hirientes de su parte. Las groserías caían sobre él como un peso insoportable, pero ¿qué podía decirle a alguien a quien ama con toda el alma? Nada, al menos él no podía. Pero a pesar de ello, la amaba con lo más puro que había, noble importaba cuál hiriente sonarán sus palabras, el era capaz de soportarlo pero... ¿Cuánto tardaría este sentimiento? ¿Cuánto más?

Seo-Jun: ¿Por qué no me traen a mi hija?

Lee: Es muy pequeña. Tienes que ponerte mejor para ir a verla... Así que, mejórate. -Se levantó del sillón y comenzó a caminar hacia la puerta.

Seo-Jun: ¿Te irás así? -Lee volvió a mirarla, tocando la manija de la puerta.

Lee: ¿Por qué? -preguntó con una voz seria.

Seo-Jun: Pensé que te importaba...

Lee: Lo haces. Volveré cuando resuelva los asuntos que a ti no te importan. -Sin esperar una respuesta más, cerró la puerta. Seo-Jun quedó mirando la puerta cerrada, sin poder asimilar lo sucedido.

Apretó los puños porque, a pesar de no tener mucha experiencia como mujer, no era tonta. Sabía que le convenía portarse bien con Lee si quería estar segura y tener a alguien que cuidara de su hija. Lee era el complemento perfecto que ella necesitaba, y, por supuesto, no se iba a arriesgar a perderlo todo; y por todo, nos referimos a Lee. Es toda una frívola, si, pero es lo que hay.

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Lo que vi estuvo muy lejos de gustarme. Hana estaba tumbada en el suelo, abrazando sus rodillas, mientras que Aki estaba amarrado al pie de la cama. Ambos estaban maltratados, su ropa destrozada, pero lo que más me enfureció fue que Hana no llevaba pantalones.

La ira me invadió de inmediato, como si algo dentro de mí estuviera a punto de estallar. La sangre me hervía. Me arrodillé, pero cada movimiento estaba cargado de rabia. Traté de contener el nudo de furia que sentía en la garganta, pero era casi imposible.

— ¿Qué pasó? ¿Te hicieron daño? -Mi voz temblaba de la cólera contenida. Intenté tocar su manita, pero me detuve. No era el momento, no podía dejar que la ira me cegara. Miré a Aki, quien yacía en el suelo, hecho un mar de lágrimas, estirando su mano, desesperado, hacia su hermana, acurrucada en la esquina-. Respóndeme, Hana... -Ella no dijo nada, solo lloraba, y eso solo hacía crecer mi rabia-. ¿Aki? -Mi voz se volvió un rugido contenido-. ¿Quién les hizo esto?

Aki: e-el señor...

El mundo se detuvo por un instante. Mi mente se nubló, y el fuego en mi interior se encendió por completo. Me levanté de un salto y fui hacia él. Aki estaba encadenado, y la idea de deshacerme de esas cadenas con mis manos desnudas me pareció, por un segundo, posible, pero supe que sería inútil.

—Busca la llave... -Mi voz era un filo. Nadie respondió. Mis ojos se clavaron en el hombre que estaba parado, mirándome con descaro—. ¡Que vayas por la puta llave! -grité, con toda la furia acumulada brotando un poco al fin. El sonido de mis palabras repentinas asustaron al hombre quien no espero más y fue a por lo que pedí.

VIOLET EYES [RAN HAITANI] (SIN EDITAR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora