CAP 41

897 43 8
                                    


Dos cuerpos pegados en la misma cama, dos corazones sintiéndose cálidos y en paz, y una mano acariciando la barriga en la cual crecía su más grande tesoro. Emma y Nicolás estaban durmiendo de lo más cómodos y relajados, sintiéndose acordes juntos. Nick ya había despertado, pero no se quería despegar del cuerpo de Emma, así que empezó a dar tiernas caricias en su barriga.

—Mmm —la chica de cabello ondulado se removió.

—Shh. Yo cuidaré de tus sueños, de tu tranquilidad, así tenga que morir por ello —dijo dándole un beso en la mejilla.

—No es que me queje, pero tengo mucha hambre; no he comido bien en estos días —se volteó y abrazó más fuerte el cuerpo del pelinegro.

—¿Algo en especial que quieras comer, mi flor? —preguntó, ahora acariciando su cabello.

—Panqueques con mostaza y queso derretido —terminó, para darle un tierno beso en los labios del contrario.

—Mi reina, ¿estás segura de eso? —Nicolás la miró con asco.

—Sí.

—Odio el olor a mostaza… —Emma lo miró con ojitos grandes—. Solo lo haré por ti —dijo mientras se levantaba de la cama y se ponía una camisa para salir de la habitación.

Emma se quedó en la cama, observando cómo Nicolás salía. Aún sentía el calor de su abrazo en su piel, y su mano en su vientre le había dado una paz que hacía días no experimentaba. Con una sonrisa, se acomodó entre las sábanas y acarició su propio vientre, pensando en el pequeño ser que estaba creciendo dentro de ella. Todo lo que había pasado, todas las tensiones, los miedos, se desvanecían en esos momentos en los que Nicolás estaba a su lado.

Mientras tanto, en la cocina, Nicolás intentaba mantener la calma mientras preparaba los ingredientes para los panqueques con mostaza y queso derretido. El olor de la mostaza no le resultaba el más agradable, pero sus ojos brillaban con ternura cada vez que pensaba en la felicidad que le traería a Emma. Se movía con destreza, asegurándose de que todo estuviera perfecto, sin dejar de sonreír ante lo inusual del antojo de su amada.

Minutos después, regresó a la habitación con una bandeja en las manos, sobre la cual estaban los panqueques. Emma se incorporó en la cama, mirándolo con ojos brillantes y con una sonrisa de gratitud.

—Aquí tienes, mi reina, exactamente como los pediste.

Emma tomó un bocado y cerró los ojos, disfrutando del sabor mientras una sonrisa traviesa se formaba en sus labios.

—Están perfectos, amor, gracias —le lanzó un beso.

—Sabes, mi flor, creo que ya es hora de ir oficialmente a ver a un médico que lleve el control de nuestro bebé —dijo mientras empezaba a darle comida a la chica.

—Opino lo mismo, aunque me da un poco de miedo… —hizo un pequeño puchero, visible para el pelinegro, quien no pudo resistirse y la besó.

—Conmigo no tienes que tener miedo, jamás dejaría que nada te lastime. Tú y mi bebé —colocó su mano en el vientre— son lo mejor que me ha pasado; no dejaré que nada te pase. Recuerda que siempre estaré de tu lado, jamás los dejare y nunca les pasará nada lo prometo— la chica empezó a llorar y Nicólas la abrazo fuertemente

.
.
.
.
.

Lo malo de las promesas es que aveces se rompen

Mafia y Debilidad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora