Las palomas... Otra vez.

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Música sugerida para el capítulo: "Rebüke - Portal".

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Catusalém y Nala reaccionan al instante, doblando sus agiles piernas e impulsándose con rapidez hacia los sectores más seguros y cubiertos. Restos de afilados artefactos pasan por su lado. Las palomas siguen descendiendo, al igual que los pedazos de vidrios y también de maderas del techo. La explosión ha sido increíblemente grande, como si todo el techo hubiera estado lleno de dinamita. Aún así no hay olor a pólvora, ni tampoco restos de algún explosivo. Ha sido un golpe seco. Los dos gatos no pierden el tiempo y comienzan a atacar a las palomas, que tienen una armadura difícil de penetrar, pero carecen de rapidez. La mejor forma de reducirlas es intentar agarrarlas y revolearlas contra las paredes.

—¡Este es tuyo! —Grita Nala, tirando hacia Catusalém una paloma.

El gato se posiciona y con un rápido giro de su cuerpo lo impulsa con sus pies hacia una pared. El golpe resuena en todo el entorno. Dos veces más repiten el mismo golpe. Más palomas continúan descendiendo. Ya no es posible agarrarlas desprevenidas, por lo que comienza una descarnada pelea cuerpo a cuerpo entre los gatos y los seres vestidos de aves. Las garras hacen un gran ruido al chocar con las metálicas armaduras debajo de las plumas. Se escucha la violencia de los golpes, pero son demasiadas palomas y no hay forma de reducirlas sin hacer un gran esfuerzo.

—¡Nala! ¿Hay algún tipo de arma aquí? —Pregunta Catusalém, al tiempo que ve pasar a la gata saltando sobre él, detrás de una paloma que intenta escapar.

Nala da unos cuantos golpes a su perseguido y después corre rápidamente en dirección a un armario repleto de candados. En medio de la carrera se le atraviesan dos palomas y en una increíble demostración de reflejos se desliza por debajo de los pies de ambas, dejándolas estupefactas. Salta sobre una mesa y después articula sus pies contra una pared, para finalmente impactar con toda la fuerza de su cuerpo contra el armario. Las llaves no deben estar cerca y no hay tampoco tiempo para abrir tantos candados. Los pedazos de madera del mueble vuelan por los aires y se genera una gran nube de polvo. Catusalém aprovecha para escapar de las tres palomas con las que estaba peleando y de pronto ve aparecer delante de si, a toda velocidad, una varilla iluminada.

—¡Ahí te va una! —Grita Nala, desde algún punto del salón.

Catusalém agarra lo que al final reconoce como un garrote magnético y comienza a dar fuertes golpes a las palomas que se encuentra en el camino. El golpe de un garrote de este tipo no es demasiado fuerte, a menos que sea contra metal. El polo negativo magnético que tienen incorporado puede generar una fuerte descarga eléctrica que impulsa con facilidad hasta cien kilos.

—¡Esto me gusta! —Grita Cat, sumamente divertido.

Las palomas comienzan a saltar por los aires y una a una van quedando inutilizadas, aunque en el camino tanto el gato como Nala reciben algunos golpes, varias lastimaduras y pinchazos constantes de las plumas metálicas que lanzan las palomas. No parece que vaya a haber tregua alguna. La realidad es que las palomas siguen descendiendo del techo y ya son demasiadas. Las que han sido impulsadas por la descarga eléctrica no tardan demasiado en incorporarse y los gatos ya se sienten cansados de la lucha. La pelea es repentinamente truncada cuando se escucha otra explosión, aunque en este caso es de menor intensidad y ruido.

—¡Nala! —Grita Catusalém.

Del techo comienzan a caer cientos de miles de plumas y se tapan las ventanas y la luz. En ese momento tanto Catusalém como Nala se arrepienten de no llevar puestos los auriculares para usar la visión nocturna o visión por movimiento. Agitan los brazos con desesperación, porque las plumas no solo tapan la visión, sino que a demás no permiten el ingreso de oxigeno y la pelea ha consumido una gran parte del mismo. Ambos tienen agarrados los garrotes con fuerza, aunque no vuelven a recibir golpe alguno ni a escucha a una paloma aproximándose. Tras unos minutos las plumas dejan de caer y la visión empieza poco a poco a despejarse. Los dos gatos han quedado al medio del lugar, casi espalda con espalda y están rodeados de decenas de palomas.

—Ni si quiera sorprendiéndolos es posible reducir a dos míseros gatos. —Murmura una de las palomas.

—Si crees que somos dos míseros gatos entonces acabas de resolver tu duda. —Contesta Nala, con voz pausada y tenue.

—No, no. Por favor, no subestimen a nuestros prisioneros. —Dice otra de las palomas.

—Yo no veo que estemos atados. —Dice Cat.

—La arrogancia mató al gato. —Le devuelve un plumífero.

—Es la curiosidad, estúpido. —Dice Nala.

De pronto a Catusalém se le encrespan los pelos. Entre tantas palomas, tantas plumas y tantos cascos distintos ha reconocido en particular a uno. Uno que recuerda de la noche en la que Nira casi muere asfixiada. Su casco y su vestimenta están ligeramente distintas, pero es muy probable que...

—¿Rufus? —Dice Cat, sorprendido.

—Haaaaa... Viejos amigos, que bien. —Contesta Rufus.

—¡Es imposible! —Dice Cat.

Si él no lo recuerda mal, las palomas que quedaron en el viejo taller abandonado fueron abordadas por los perros justo en el momento en el que ellos salían despedidos por los artefactos de Conrado. El mismo Catusalém recuerda los aullidos de las emplumadas bestias por el ataque inmisericorde de los perros.

—Me parece que tú también nos subestimas gato. —Responde Rufus.

En ese momento Cat comienza a atar cabos. La mayor contrabandista de vapor es Thania, que es muy probable que comercie con las palomas, que tienen gran parte del negocio. Las palomas tenían un muy particular empeño por hacer negocios con Nira, eso estaba claro aunque nunca supieron porque. Llegaron hasta las naves de vapor con la marca de Thania gracias a los datos robados a las palomas y Thania estaba ya desde ese momento detrás de la líder. A demás, en la guarida de la gigante había un dócil perro, lo que es una prueba de que es probable que ella los maneje o sepa cómo hacerlo en determinadas ocasiones. Quizá tenga algunos a sus expresas órdenes. Eso significa que... ¿Las palomas están con ella?

—¿Qué quieren de nosotros? —Dice Nala.

—Pues venimos por el dulce gatito. La cosa no es contigo. —Responde Rufus.

—Puedes decirle a Thania que me venga a buscar ella misma, o mejor, que le diga a mi padre que puede venir él a buscarme en vez de enviar a sus sucios lacayos. —Dice Catusalém.

Entre el visor del casco de Rufus se alcanza a ver la ira y el desprecio. Después hace un pequeño movimiento con la cabeza y con las manos, como si estuviera tratando de decir algo. Es una especie de señal. Las palomas comienzan entonces a suspirar con fuerza, como si fuese un ritual de intimidación hacia los enemigos y de sus manos comienzan a salir afiladas plumas metálicas. Las pequeñas y punzantes armas comenzarán a ser lanzadas en cualquier momento. Tanto Catusalém como Nala vuelven a sacar sus garras, mientras sostienen aún con fuerza los garrotes.

—Te llevaremos vivo o muerto Gato.

—Pues tendrá que ser muerto, pero deja que Nala se vaya. —Contesta él.

—Cat... —Le dice Nala por lo bajo. —No.

—No te preocupes, esto es conmigo, no tengo porque meterte en problemas a ti ni a tu grupo.

—¿Sabes? —Le dice una de las palomas a otra. —No sería un mal botín llevar a esta gatita con él. Creo que Marion se pondría feliz de ver que dos hijos pródigos regresan a casa.

Los gatos se miran. Está claro que las cosas van a tener que ser por las malas. La superioridad de las palomas es alarmante. No es muy probable que haya un desenlace feliz para ellos dos, pero al menos a Catusalém no le ha importado jamás morir si es por una buena causa. No le importa, mientras eso signifique haber dado una buena batalla.

—Entonces tendrá que ser muertos. —Contesta Nala.

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