Posesión

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La oscuridad envolvía cada rincón de mi apartamento. La noche, en silencio cómplice, parecía alentar la intensidad creciente que palpitaba entre Lucifer y yo. Habíamos regresado de esa experiencia transformadora, de aquel umbral que nos había unido de una forma que apenas empezaba a comprender. Mi mente estaba aturdida, pero mi cuerpo clamaba por él, por sentir su presencia como nunca antes.

Lucifer estaba de pie frente a mí, observándome con una mirada que quemaba, un destello oscuro y profundo que prometía algo más allá de lo imaginable. Sentía como si él ya hubiera explorado cada pensamiento y deseo que ocultaba, y aun así, buscara empujarme más allá, despojarme de cualquier reserva.

"Te deseo," susurré, mis palabras un eco ansioso que resonaba en el espacio que nos separaba. Mi voz temblaba, entrelazada con el deseo y la certeza de lo que él despertaba en mí.

Sin decir una palabra, Lucifer se acercó y en un movimiento suave, tomó mi rostro entre sus manos, sus ojos ardientes y fijos en los míos. "Entonces, entrégate por completo, Damon. No te guardes nada. Deja que todo lo que eres me pertenezca."

Sentí su aliento caliente, un roce que me hacía olvidar todo salvo a él. Aquel instante era una mezcla de anhelo y devoción, una rendición que parecía trascender lo físico. Lucifer comenzó a desabrochar mi camisa, su mirada recorriéndome con intensidad mientras cada capa caía, revelando mi piel desnuda ante su escrutinio.

"Hoy vas a experimentar algo que pocos humanos han sentido," murmuró, su voz como un canto oscuro que invocaba algo mucho más profundo que el simple placer. Con un gesto suave, sus dedos rozaron mi piel, y un fuego invisible recorrió mi cuerpo. Sentía su presencia envolvente, como si cada parte de mí ya le perteneciera, como si me disolviera en su esencia.

Lucifer continuó, su toque cargado de una intensidad que iba más allá de lo físico. No era solo su piel sobre la mía; sentía cómo sus pensamientos, sus emociones, se entrelazaban con los míos, llenándome de una fuerza antigua y abrumadora. Era una entrega total, una conexión en la que mi mente y mi cuerpo parecían fundirse en él.

Mientras nuestros cuerpos se unían, entendí que lo que Lucifer me daba iba más allá del placer. Era una posesión en la que cada parte de mí se abría, entregándose a lo desconocido, a esa mezcla de poder y vulnerabilidad que él representaba.

El Hijo Del DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora