Ecos de la Discordia

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Las palabras de alianza resonaban aún en el aire cuando regresamos al inframundo. Las tierras sombrías parecían extrañamente en calma, como si estuvieran esperando el resultado de aquella reunión en el Valle de las Tres Fronteras. Lucius y yo avanzábamos en silencio, con nuestros pensamientos enredados en el impacto que aquello significaría para nuestros mundos. Sin embargo, detrás de esa calma, el inframundo ya estaba comenzando a murmurar.

Al llegar al palacio de Lucius, noté que varios de sus consejeros y seguidores ya nos esperaban. Sus rostros eran oscuros, sus expresiones tensas; no todos en el inframundo veían con buenos ojos la alianza con el cielo y la tierra. Apenas habíamos cruzado el umbral cuando uno de sus consejeros, un demonio de mirada fría llamado Morax, se adelantó, sus ojos fijos en Lucius con una mezcla de respeto y reproche.

"Mi señor," comenzó Morax, inclinándose levemente. "Hemos escuchado que se ha sellado una alianza con los ángeles y los terrenales. ¿Es cierto que has aceptado unirnos a ellos?"

Lucius asintió, su rostro impasible. "Es cierto, Morax. La amenaza que enfrentamos no distingue entre reinos, y unir fuerzas es la única manera de proteger lo que es nuestro."

Una inquietud palpable recorrió la sala. Sabía que la idea de trabajar junto a los ángeles era casi una ofensa para muchos de ellos. Morax cruzó los brazos, su expresión se endureció mientras miraba de reojo a los otros consejeros, como buscando apoyo antes de continuar.

"¿Y cómo sabemos que no nos traicionarán?" preguntó, su tono cargado de escepticismo. "Ellos jamás han tenido compasión por nosotros, y ahora tú nos pides confiar en ellos. ¿Por qué creer que nos respetarán ahora?"

Antes de que Lucius pudiera responder, sentí la necesidad de intervenir. Sabía que mi presencia allí representaba el puente que habíamos comenzado a construir, y que, si bien era un intruso a los ojos de muchos, tenía que hacer valer mi voz.

"Sé que sus dudas son comprensibles," dije, avanzando hacia el grupo y sosteniendo la mirada de Morax. "Pero esta alianza no es una cuestión de fe ciega. He hablado con los ángeles, y ellos también están dispuestos a arriesgarse. Si nosotros mostramos unidad, ellos harán lo mismo. Juntos somos más fuertes."

Morax me observó, y vi en sus ojos el desprecio apenas velado que muchos de ellos sentían hacia los ángeles. Pero también supe que no podía perder el control de la situación. Me acerqué a él, consciente de que, en ese momento, mis palabras debían ser tan firmes como las de Lucius.

"Si dudan de esta alianza," continué, mi voz firme, "pueden ponerme a prueba. Yo soy quien propuso unirnos, quien llevó el mensaje al cielo. Si algo sale mal, pueden culparme a mí. Pero no olviden que esto lo hago por el bien de Lucius y de todos ustedes."

Mis palabras parecieron calar en Morax, quien desvió la mirada momentáneamente. Sin embargo, otro de los consejeros, un demonio anciano llamado Belian, se adelantó, sus ojos llenos de una sabiduría reservada para aquellos que habían visto incontables batallas en el inframundo.

"Joven Damon," comenzó Belian, en tono bajo pero resonante, "tu determinación es digna de admirar, pero el inframundo ha conocido traiciones de todos los tipos, y algunos de nosotros aún llevamos cicatrices de antiguas alianzas fallidas. Si realmente deseas nuestra lealtad, muéstranos que esta vez será diferente."

Asentí, entendiendo la importancia de sus palabras. "Les demostraré que esta vez será distinto. Si hace falta arriesgar mi propia vida, lo haré. No los traicionaré, y tampoco lo hará el cielo, porque ahora nosotros tenemos la fuerza de la unidad de nuestro lado."

Lucius, quien había permanecido en silencio, dio un paso adelante, tomando mi mano con un gesto de confianza que no pasó desapercibido para los demás. Su voz fue firme y clara al decir: "Damon ha demostrado una lealtad inquebrantable, y yo mismo responderé por él. Aquellos que no estén dispuestos a unirse a esta causa, pueden decidir su propio camino, pero sepan que cualquier traición será castigada."

Hubo un murmullo de aprobación y desconfianza mezcladas en la sala, pero la presencia de Lucius y su decisión no dejaban lugar a dudas. Sabía que aquella noche habría muchos que seguirían susurrando y dudando, pero al menos, por ahora, habíamos establecido la primera piedra de aquella frágil paz.

Al caer la noche, Lucius y yo nos encontrábamos en sus aposentos, donde el silencio era abrumador. Sentía su mirada sobre mí, y al girarme, lo encontré observándome con una mezcla de orgullo y preocupación.

"Hoy te has enfrentado a mis consejeros con valentía," dijo, acercándose a mí hasta que nuestros cuerpos casi se tocaron. "Sé que no es fácil para ti estar en un lugar donde muchos te ven como un enemigo."

"Por ti lo haría mil veces," respondí, alzando la mano para tocar su rostro. "No importa cuántos obstáculos aparezcan, Lucius. Esta alianza vale cada sacrificio."

Él inclinó su frente hacia la mía, y durante un momento, el peso de nuestras responsabilidades desapareció. Su toque, firme y cálido, me llenó de una sensación de propósito que sobrepasaba cualquier peligro. Ambos sabíamos que el camino que habíamos elegido estaba lleno de riesgos, pero el amor que compartíamos era nuestra ancla en medio de la incertidumbre.

Aquella noche, el inframundo estaba tranquilo, pero el eco de los murmullos de desconfianza seguía resonando en mis pensamientos. Mientras Lucius se sumía en un sueño inquieto, yo permanecí despierto, mirando hacia el vacío de la oscuridad más allá de la ventana. Sabía que la verdadera prueba aún estaba por llegar, y que este nuevo equilibrio era tan frágil como una brizna en medio de un huracán.

Pronto, todos los ojos de los tres reinos estarían puestos en nosotros, esperando cualquier paso en falso. Sin embargo, en el silencio de aquella noche, mi resolución permaneció firme. Estaba dispuesto a enfrentar lo que fuera necesario, y no iba a permitir que la sombra de la discordia destruyera lo que habíamos comenzado a construir.

El Hijo Del DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora