Una Conección Celestial

1 0 0
                                    

Lucius se detuvo frente a un enorme portón de piedra. La entrada era imponente, grabada con símbolos antiguos y protegida por guardianes cuyas figuras parecían ser parte de la misma estructura. Al otro lado de la entrada, podía sentir una energía poderosa e intimidante que parecía vibrar en el aire.

"Tengo una reunión importante aquí, Damon," me dijo, girándose hacia mí con una mirada seria. "Será breve, pero necesito que esperes fuera. Esta conversación es algo que debo atender personalmente."

Asentí, aunque una parte de mí deseaba poder acompañarlo. Sabía que los asuntos de Lucius y su padre eran algo complejo, envueltos en un sinfín de secretos y tensiones. "Estaré aquí cuando termines," respondí, intentando mostrarle que entendía su situación.

Lucius esbozó una pequeña sonrisa, se inclinó y depositó un beso suave en mi frente. "Gracias. Prometo no tardar."

Lo vi cruzar el umbral, y las puertas se cerraron lentamente tras él, dejándome solo en un vasto jardín de piedra y sombras. Apenas comencé a pasear por los jardines, una presencia sutil se hizo notar, como una brisa ligera y cálida que no pertenecía a este lugar.

"Damon..." una voz suave y melodiosa me llamó, resonando como una caricia en el aire.

Me giré, y frente a mí estaba un hombre de facciones delicadas, envuelto en un resplandor dorado que iluminaba el entorno en un destello de luz suave. Su cabello rubio caía en ondas perfectas sobre sus hombros, y sus ojos eran de un azul etéreo, tan profundo como el cielo mismo. Un par de alas blancas y resplandecientes se desplegaban suavemente a su espalda.

"Soy Samael," dijo, con una sonrisa apacible. "He venido a ofrecerte algo que aún no has experimentado."

"¿Qué es lo que quieres mostrarme?" pregunté, tratando de mantener la compostura mientras su mirada se clavaba en mí, envolviéndome en una paz indescriptible.

"El Cielo," respondió. "Quiero que conozcas el lugar del que todos hablan, el reino de la luz pura. Un lugar que te dará la paz y la libertad que tanto deseas."

Extendió su mano hacia mí, y tras dudar un instante, la tomé. En un destello de luz, el paisaje sombrío del infierno se desvaneció, y pronto me encontré en un lugar diferente. Las nubes flotaban bajo mis pies, y el aire era tan ligero que cada respiración parecía llenarme de vida.

"Bienvenido al Cielo," susurró Samael, sin soltar mi mano. "Aquí, el deseo no se ve como un pecado, sino como una celebración del amor."

La tentación en su voz era innegable. Su mano se deslizó suavemente por mi brazo, y un escalofrío recorrió mi piel.

"Damon... permíteme mostrarte lo que el deseo puede ser cuando es puro, cuando no es limitado por las sombras del infierno," murmuró, su voz un susurro cálido junto a mi oído. Sus labios se acercaron a los míos, apenas un roce, pero lo suficientemente intenso como para hacer que mi corazón latiera con fuerza.

Su cuerpo se acercó al mío, y pude sentir el calor que emanaba de él, tan diferente al fuego oscuro de Lucius. Samael era como el sol, envolvente y cálido, y cada uno de sus movimientos parecía diseñado para hacerme perder el control. Sus manos comenzaron a deslizarse por mi espalda, atrayéndome hacia él.

"Déjate llevar," susurró, sus labios rozando los míos. "Aquí, el placer es un lenguaje sagrado. No hay pecado en desear, en entregarse."

Sus labios encontraron los míos en un beso profundo, y el deseo ardió entre nosotros, intenso y puro. Su toque era suave, pero cargado de una lujuria contenida, que lentamente se desbordaba con cada caricia. Sus manos se deslizaron por mi espalda, explorando mi piel con una delicadeza que hacía estremecer cada fibra de mi ser.

Mientras el beso se intensificaba, Samael me guiaba hacia un lecho de nubes suaves. Allí, su cuerpo se entrelazó con el mío, y en ese momento, comprendí la intensidad de su oferta. Cada toque, cada movimiento suyo era una danza entre luz y deseo, una fusión de sensualidad y devoción.

El tiempo se volvió un concepto abstracto. La paz del cielo nos envolvía, mientras Samael me guiaba en un juego de sensaciones que nunca había experimentado. Sus manos acariciaban mi piel con una habilidad que me dejaba sin aliento, y sus labios recorrían cada rincón de mi cuerpo, encendiendo un fuego que me consumía por completo.

Su mirada se clavó en la mía, y sus ojos reflejaban una mezcla de lujuria y ternura. En ese momento, comprendí que el placer podía ser algo más allá de lo carnal, una conexión profunda y significativa. Y mientras nos perdíamos en esa conexión, supe que había probado algo único, algo que jamás olvidaría.

La intensidad del momento nos envolvió, y mientras susurros de placer llenaban el aire, me dejé llevar, entregándome completamente a él y al Cielo.

El Hijo Del DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora