Tras haber acabado los globales de la primera evaluación, viajé a Alemania donde pasé todas las navidades totalmente incomunicada.
Al haber empezado año nuevo, volvimos a España y pude disfrutar los cuatro días que me quedaban antes de empezar viendo a mis amigas.
Y ahora, cuatro días después, me encuentro en la cama resoplando por no poder quedarme más tiempo y tener que levantarme.
Nada más llegar al colegio, apoyo mi frente sobre la taquilla y siento mis ojos pesados, queriéndome dormir, pero no podía.
La hora del descanso llega y, como siempre, las tres nos vamos a la cafetería que hay en la esquina de la misma calle donde se encuentra el instituto. Nos sentamos y pedimos un café acompañado de un aperitivo para empezar ponernos al día.
Nuria y Cristina no se andan con rodeos y me preguntan rápidamente si me he acostado con algún alemán o si he tenido antes de acabar el año.
-No me creo que no te hayas acostado con ninguno - refunfuña Cristina, con un mohín—. ¡Acabar el año sin mojar es pecado!
-De verdad, Lucía, me sorprendes - intenta hacerse la ofendida Nuria—. Pensaba que te gustaban los penes.
Niego lentamente con la cabeza para después soltar una carcajada. Son un caso perdido estas dos.
-No me digas que nos has estado engañando todo este tiempo a cerca de tu orientación sexual. Oye, que yo la respeto, pero pensaba que había confianza.
-¿Qué?- pregunto, confusa— No, no, no. Yo soy hetero.
-Bueno, que tampoco pasaría nada - dice Nuria, sonriente—. Siempre me ha gustado probar sexo lésbico.
Cristina y yo reímos ante el comentario, pero ella en cambio intenta convencernos que no lo decía a coña.
Continuamos hablando de diversos temas hasta que Cristina, mi queridísima amiga, opta por cambiar de tema y que el centro de éste sea Federico.
-Hablando del rey de Roma, por la puerta asoma —susurra Cristina—. Disimulad.
Nosotras dos, como siempre, ignoramos su comentario y nos giramos descaradamente, observando su porte.
Está aquí.
Las navidades le habían sentado fantásticas, está mejor físicamente, o eso creo yo. Lleva un jersey verde con cuello de punta y debajo una camiseta blanca junto unos vaqueros en conjunto y, por último, aquellas gafas de lectura que le daban un toque sexy.
Y el tiempo se para, notando como mis latidos aumentan y las manos empiezan a sudar. Su presencia, literalmente, me altera en todos los sentidos.
Sus ojos miran hacia nosotras, quedándose fijo. De repente, se posan en mí y yo siento como me pierdo, más aún cuando sonríe y yo ya no sé qué pensar.
Durante todo ese tiempo, después de que él se fuera a su mesa, no puedo pensar con claridad o mantener la conversación.
Nada más acabar, pagamos y recogemos las cosas antes de marcharnos, pasando por al lado de su mesa. Y de reojo, veo sus ojos posarse en mí y sonreír, haciéndome yo la despistada.
Justo antes de salir, opto por girarme y contemplarle. Y Federico me está mirando. Y sonríe y yo vuelvo a perderme en su sonrisa.
Al salir de aquella cafetería y llegar a clase, busco en el horario qué clase me toca ahora. Matemáticas.
Y, nada más leer la asignatura, mi pulso vuelve a acelerarse y las ganas por verle de nuevo aumentan.
Diez minutos más tarde, entra en clase y da una rápida mirada por todo el aula. Sube a la tarima y empieza a buscar en su maletín negro como siempre.
Empieza a comentar el tema nuevo poco después, haciendi algunos ejercicios en la pizarra mientras nos los explica y pocos alumnos consultan sus dudas mientras yo me deleito por sus movimientos.
Y, cuando la clase acaba, decide pasar la lista. Sus ojos marrones están posados en la lista, y con un bolígrafo en la mano, marca la gente que no ha venido.
Nombra a uno por uno, mirándolos a la cara al pronunciar sus nombres. Y, cuando queda poco para que pronuncie mi nombre, noto como mis manos sudan y el corazón se me va a salir por la boca.
-Lucía Rodríguez —me nombra, retumbando su voz en toda la clase.
-Presente.
Respondo ansiosa, queriendo que me mire y perderme de nuevo en sus ojos. Pero no lo hace. No me mira y continúa pasando lista, lo cual me cabrea.
Cuando ya tengo todo recogido, después de haber acabado de pasar la lista, me marcho escopeteada del lugar. Pero, aún evitándolo, me lo encuentro en la salida y me mira fijamente, sonriendo esta vez.
Imbécil.
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Quiéreme, profesor.
RomanceAmbos creían que el amor era pura especulación, o incluso algo que se llegaba a sentir si tenías suerte de encontrar a la persona indicada. Profesor y alumna estarán sumergidos en una historia de amor, llena de pasión y sobre todo momentos dolorosos...