Un leve dolor hace acto de presencia en mi cabeza nada más levantarme, levantándome a duras tientas de la cama. Me meto en la ducha, apoyando mi frente sobre las mojadas baldosas azules y gruño.
Maldita resaca.
Nada más acabar, me visto y observo mi reflejo en el espejo, largando un suspiro a la vez que tomo el maquillaje anteojeras y me lo aplico con la intención de que desaparezca todo.
En intento se queda.
Me vuelvo a aplicar maquillaje, pero es algo en vano ya que no veo cambio alguno y el exceso que llevo puesto en la piel no es de mi agrado.
Tomo unas gafas de sol, saliendo de mi habitación y sentándome en la silla. Miro las tostadas con tomate cortado e intento reprimir una arcada, pero es en vano ya que mi padre se da cuenta.
-Estos niños de hoy en día.. —murmura mi padre por lo bajo, negando con la cabeza mientras lee un informe del trabajo.
-Buenos días, papá —me limpio las manos con una servilleta y me pongo en pie—. Me las piro.
-No hables de esa manera, Lucía —me riñe mi madre.
Corro hacia la parada de bus, llegando justamente cuando se está a punto de marchar, pero para. Con el corazón latiendo ferozmente contra mi pecho, paso la tarjeta por el detector y busco un lugar para sentarme.
A la vez que intento recobrar la respiración, mis ojos se mueven por el vehículo hasta que me topo con unos ojos marrones conocidos.
Mi profesor de matemáticas está ahí sentado, y justamente su asiento de al lado también, pero lo descarto rápidamente por muy tentador que sea. Aún así, camino hacia su dirección ya que vislumbro uno detrás de él, dándole la espalda.
Tengo que sujetarme fuertemente en una barra cuando, de repente, noto una punzada de dolor en mi cabeza.
-¿Estás bien? —pregunta alguien.
Alzo la mirada y lo veo, observándome. En ese momento, todo sucede tan rápido que a penas me doy cuenta: el dolor se marcha como su huyese, me pierdo ante su mirada y mi corazón vuelve a latir con rapidez.
Me percato de que se ha incorporado, acercándose a mí de una manera fugaz y tomando asiento después de haberle dicho el motivo.
–Es solo resaca.
-Ya veo.
Nada más encontrarme parcialmente mejor, paso por su lado y empiezo a notar como algo tira de mí. Una fuerza, completamente desconocida, causan que sienta cómo algo me insta a que vaya hacia él, no que me aleje.
Al sentarme, apoyo mi espalda en el asiento y noto su presencia detrás de mí, provocando que largue un suspiro y cierre los ojos. Me muero de sueño y realmente no estuvo bien salir un domingo.
-Te invitaría a un café —su voz hace acto de presencia, causando que preste atención a lo que dice—, pero no creo que sea lo más correcto.
Noto algo agrietarse, pero no es mayor que mis ganas de ponerme en pie, dirigirme hacia él y decirle todo lo que me causa una inmensa angustia, pero me reprimo.
El latido de mi corazón se relaja mientras yo bajo la mirada, intentando controlar todo el alboroto de mi interior.
-Como tú has dicho, no sería lo correcto —le doy la razón, muy a mi pesar.
No obtengo respuesta alguna por parte de Federico, pero eso es lo menos importante.
La rabia que me consume por dentro me hace llorar de rabia, porque sé que nunca haría él algo así. Como ha dicho, sería algo incorrecto y no sé por qué narices he podido barajar la idea de que podría sentir algo por mí.
Aún faltando una parada para llegar al instituto, me bajo en esa sin aguantar más toda la situación y tomo asiento en un banco que hay por el lugar. Saco el teléfono de mi mochila y compruebo la hora.
7:45 a.m.
Lo que me ha dicho hace unos minutos me ha hecho toparme completamente con la realidad de una manera tan brutal que me ha destrozado por completo. Y lo peor es que ya no puedo volver atrás.
Olvídale ya, por tu bien.
Nada más bajar, vislumbro un banco en el lugar y tomo asiento en él, contemplando mi alrededor. Observo como el bus se marcha, alejándose de la parada mientras mis ojos al poco tiempo se pierden en el paisaje de nuevo.
Cuando veo que el reloj marca en punto, me pongo rumbo hacia el instituto, llegando tarde justamente a la clase que menos me apetece ahora: matemáticas.
Observo por el gran ventanal que ocupa la mitad una pared de mi clase y el cual da al pasillo, a mi profesor de matemáticas que ya ha empezado. Quiero entrar, evitar tener una falta a primera hora y que les llegue a mis padres, pero no puedo.
Tomo asiento en el banco que hay en medio del pasillo, apoyando mi cabeza sobre la fría pared de verdosas baldosas mientras cierro los ojos y largo un suspiro. Desde fuera, se sigue escuchando su voz, que causa que los vellos se me pongan de punta por más que no quiera.
Mi mente vuela treinta minutos atrás, cuando me dijo aquello en el bus y me topé con la verdadera realidad de la situación. Sabía que es algo prohibido, que tal vez muchas personas lo han pasado y ha sido correspondido, pero soy consciente de que en mi caso no porque todo encaja ahora.
Desde el primer día he sentido tan solo una remota atracción física y adoración por su persona, y todas aquellas miradas o gestos que me hacía los he malinterpretado.
Voy a olvidarle.
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Quiéreme, profesor.
RomanceAmbos creían que el amor era pura especulación, o incluso algo que se llegaba a sentir si tenías suerte de encontrar a la persona indicada. Profesor y alumna estarán sumergidos en una historia de amor, llena de pasión y sobre todo momentos dolorosos...