Capítulo 18.

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Me despierto sintiendo el frío de inicios de marzo colarse a través de la ventana. Me levanto con quejas para ir a cerrarla, después de aquello, miro la hora de mi teléfono y me doy cuenta de que falta todavía media hora para que me levante.

-Y ahora no tengo sueño - me quejo en un susurro.

Me dirijo a la ducha y después me visto, la misma rutina de toda la vida. Vuelvo a comprobar la hora en el teléfono y me doy cuenta de que hago tarde.

-¡Joder!- exclamo.

Bajo corriendo las escaleras y me paro en la cocina, cojo un zumo de la nevera y me lo llevo para beberlo por el camino.

Al llegar corriendo y jadeando a la parada, veo que el bus que voy a coger está a punto de marcharse, entonces el conductor me ve y frena. Bebo el zumo rápidamente y me subo al vehículo, paso la tarjeta por el detector y, como siempre, saludo cordialmente al conductor.

-Ya se me hacía raro que llevases tanto tiempo viniendo pronto - ríe el conductor.

-Muy gracioso - digo sarcásticamente.- Hoy me he despistado.

Le guiño el ojo y me dirijo al fondo del autobús. Por el camino hacia mi asiento, miro a todas las personas que se encuentran allí, así comprobando si Federicco se encontraba en el vehículo. Y sí, está aquí. Me mira con una sonrisa, y a unos cuantos pasos para pasar por su lado, me detengo.

-Buenos días, Lucía, ¿preparada para el examen de hoy?- sonríe y me guiña un ojo.

Mi corazón empieza a latir a mil y contengo que el rubor no suba a mis mejillas.

-Sí.

Río nerviosamente.

-Eso espero - vuelve a guiñar el ojo.

-Adiós, Federicco - me despido sintiendo el calor colarse en mis mejillas.

-Hasta luego, Lucía.

Voy corriendo hacía mi asiento, inspiro aire y lo expulso intentando tranquilizarme, pero es imposible. Con tan solo pensar que lo tengo a unos cuantos asientos por delante de mí, me pone más nerviosa que de costumbre.

-Joder...- murmuro intentando tranquilizarme.

Vuelvo a inspirar aire y expulsarlo varias veces. Rebusco en mi mochila los auriculares hasta que doy con ellos, los conecto al teléfono y me quedo sumergida por música que llega hasta mis oídos mientras: sonrisas, ojos marrones y guiños de ojo abundan mi mente.









***










Faltan diez minutos para que finalice la clase de lengua y tenga el examen de matemáticas.

Alzo la mirada y observo a toda la clase, la mayoría están estresados repasando todo el cuaderno, mientras que otros se dedican a hacer el vago. El timbre suena dando a entender que la clase ha finalizado, en ese instante, el corazón me late a mil, no sé si por querer verle o el nerviosismo del examen.

-Todo lo que tengan encima de la mesa al suelo. Saquen un bolígrafo azul, un lápiz y una calculadora - ordena nada más entrar al aula.- Y guarden las chuletas - inquiere junto a una risa.

Federicco se encuentra en la puerta del aula, mira como todos los alumnos dejan las cosas en el suelo o las guardan en el pupitre o mochila.

Revisa la clase de esquina a esquina hasta que su mirada se posa en mí. Como siempre, me mira por tres segundos, o eso creo yo notar, y sigue revisando toda la clase.

-Javier, entrega un folio por cabeza, por favor.

Javier asiente y se incorpora de su asiento para empezar a repartir folios.

Mientras mi compañero reparte los folios y Federicco los exámenes, me dedico a comunicarme con Cristina leyéndonos los labios.

-Señoritas, silencio - nos manda callar.

Cristina y yo no respondemos, si no que le hacemos caso. Bajo mi cabeza mirando el color verde que cubre aquella madera del pupitre mientras que con la punta del lápiz la golpeo rápidamente por los nervios.

Una hoja aparece en mi vista, y en cuanto veo la mano de donde procede, sé que me la ha entregado él. Aspiro su aroma,- ya que se encuentra a mi lado-, y puedo tranquilizarme un poco.

Adoro su olor.









***






- Diez minutos para acabar - avisa.

Miro a todos mis compañeros escribiendo rápido, e incluso otros contestando preguntas de sus compañeros. Yo estoy con el corazón acelerado, no me salen dos preguntas de cinco que tengo.

-Vamos, piensa, piensa - me susurro mientras me doy golpes con la palma de la mano en mi frente.

Los diez minutos pasan y, justamente en ese mismo momento, me viene la inspiración divina. Empiezo a escribir rápidamente resolviendo el problema matemático mientras veo de reojo como la clase se vacía cada vez más hasta quedarme yo sola.

-Lucía, ya es hora de entregar - me avisa.

-Ya, ya. Cinco minutos, por favor - suplico sin quitar la vista de mi examen.

Escucho un bufido acompañado de unos pasos, sé que va a hacer, y gracias a Dios que he acabado cuatro ejercicios y la mitad del quinto.

-No pueden ser cinco minutos más, lo sabes - me riñe mientras me quita el examen.

-Joder...- murmuro.

Me levanto de la mesa quejándome y maldiciendo a Federicco por haberme quitado la hoja cuando solo me falta una simple cuenta para acabar el ejercicio, entonces se me enciende la bombillita.

Me acerco a su mesa mientras me coloco la mochila en mi hombro y sujeto con mi brazo izquierdo el cartapacio.

-Solo me falta una cuenta, por favor. No he mirado ningún apunte, lo juro - suplico.

-Un no es un no, Lucía. Joder- me dice con algo de fastidio.

-Pues que mierda.

-Esa boca... Te podría poner una amonestación por hablar así - me dice mirándome de reojo.

-Y yo me podría quejar de ti por decir "joder" -contraataco.

-Lucía, que no - me repite.- No intentes nada. Que no te dejaré acabar el examen.

Suspiro.

-¡Pero por qué eres tan cruel!- exclamo.- ¡Te digo que no he mirado nada, además, es una simple cuenta!

Voltea y me mira con furia.

-Que no - dice entre dientes.

Entonces, nos quedamos mirando sin decir nada, e inconscientemente, me lanzo a besar sus labios.

Dejo el cartapacio en el suelo junto a mi mochila y rodeo su cuello con mis brazos. Él no me responde al beso ya que veía su asombro, así que me aparto. Cuando lo hago, le miro y no me mira, está recogiendo las cosas de su escritorio.

-Bueno, me voy - digo con voz quebrada.

Recojo las cosas del suelo y después me incorporo, me acomodo el jersey y salgo lo más lento posible por si tiene intención de decirme algo, pero no es así.

Me dirijo al patio que solo usan los alumnos de primaria, que está aislado de lo demás ya que se encuentra arriba de la finca. Me siento en un banco de piedra que hay ahí y contemplo la vista de Vic a aquellas horas de la tarde.

Los ojos se me empiezan a aguar y sollozo como nunca. Mi sueño se ha hecho realidad. El corazón se me contrae, así consiguiendo que sienta una opresión en mi pecho y mi vista quede borrosa.


Él no me quiere.

Quiéreme, profesor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora