Capítulo 56.

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Salgo del aeropuerto y observo la noche en Barcelona. Oh, mi bella Barcelona, cuánto te he añorado.

El calor provoca que a pesar de llevar ropa de verano, quiera quitármela toda y meterme en una piscina helada. El sonido de un claxon me hace volver a la realidad y observar cómo mis amigas me llaman desde mi coche.

Sonrío, las saludo con la mano y voy hacia ellas. Nada más llegar, dejo la maleta en el maletero y me siento en la parte trasera del coche.

-¡Hola!- saluda Nuria desde el asiento del piloto.

-¿Qué tal el viaje, nena?

Me rehago el moño, río y miro a ambas aleatoriamente.

-Bastante bien, la verdad. ¿Y vosotras aquí?

-Si lo preguntas por si ha llamado Samuel o algo, no. Nadie te ha llamado.

-No les importas, Lucía - me chincha Nuria.

Río, niego con la cabeza y saco de una bolsa dos regalos para ellas.

-Tened.

Nuria, al estar conduciendo no puede abrirlo, así que lo hace Cristina por ella. A Nuria le he comprado una ensaimada pequeña de chocolate, y a Cristina le traigo sobrasada picante.

-Te amo - me dice Cristina.- Eres el amor de mi vida.

***

Nada más llegar a casa, dejo la maleta en mi habitación y las tres nos reunimos en el salón con una cerveza en la mano de cada una.

-Te veo bastante morena...- murmura Nuria mirando mi cuerpo.-Anda que no te sientan bien a ti las vacaciones, jodida.

Cristina y yo reímos.

-¿Te has aclarado todo, Lucía?

Desvío la mirada a Cristina, asiento e inspiro aire para luego expirarlo.

-Vengo más tranquila, la verdad. Pero lo que no se me ha ido es el dolor del pecho sobre el tema de Samuel.

-Porque le querías.

-Lo sé.

-Entonces... ¿Mañana trabajas?

Cristina y yo miramos a Nuria, asiento con la cabeza y desviamos el tema a la futura boda de Nuria, que es en el mes de octubre. Ella, enamorada, nos cuenta sus preparativos de boda y las ganas que tiene que Carlos sea su marido.



***



El despertador suena provocando que me despierte. A duras tientas cojo el móvil y apago la alarma, me incorporo y me voy a la ducha.

Ayer por la noche acabamos bebiendo de más y nos acostamos a las tantas. El dolor de cabeza que tengo es aguantable, pero aun así maldigo a mis amigas por emborracharme la noche antes de empezar a trabajar.

Tras desayunar y vestirme, salgo de mi apartamento y me dirijo hacia mi coche. Entro en él, lo pongo en marcha y voy rumbo al centro de Barcelona.

Me he topado, alguna vez, con un semáforo rojo durante el trayecto, que me ha ayudado a observar un miércoles por la mañana. Tal vez sea yo, o quizás el verano, pero veo los días más brillantes que de costumbre.

Aparco el coche a dos calles del local a causa de que no hay aparcamiento. Bajo y miro el reloj.

-Llego a tiempo - me digo a mí misma.

Pongo el seguro al coche y voy caminando tranquilamente hacia el lugar mientras miro la calle transitada a estas horas de la mañana.

Antes de entrar, mi estómago se retuerce al recordar que veré de nuevo a Samuel. No sé ni cómo reaccionar, es tan difícil...

Los sentimientos míos hacia él siguen presentes a día de hoy a pesar de ya haber pasado dos semanas. Y con eso recuerdo que hace varios años, cuando yo tenía quince, mi madre me dijo:

"Cariño, tú amas a un hombre hasta que te vuelve loca, y si no lo hace, es que no lo quieres."

¿Tal vez lleve razón? No lo sé.

Cojo aire y me adentro al local, observo a todos los clientes y me alegro de que siga igual. Me dirijo hacia la zona de trabajadores, no sin antes saludar a todos mis compañeros.

Cuando entro al lugar indicado, me voy directa hacia el despacho de Samuel. Mis nervios me corroen al igual que mi estómago se revuelve ante lo que va a suceder. ¿Seré capaz? Poso mis nudillos en la fría madera y doy leves toques hasta que escucho un "adelante" poco peculiar.


Rodeo el pomo con mi mano y me adentro al despacho, pero cuando estoy dentro no es lo que yo esperaba.

No está Samuel. El hombre que está sentado en su escritorio no es él.

¿Dónde coño está?

-Buenos días, señorita... ¿Rodríguez?

Frunzo el ceño, y a causa de mi nerviosismo, me rasco el hombro izquierdo un tanto incómoda.

-Puede llamarme Lucia, ¿señor...?

-Castro. Francisco Castro.

Asiento.

-¿Y el anterior jefe?

Me mira y veo asomar una pequeña sonrisa por sus labios.

-Tome asiento, Lucía - me dice señalando la silla que está enfrente de su escritorio.

Nerviosa, me siento en la silla y observo a aquel hombre de mediana edad como rebusca entre los papeles de su mesa unas imágenes que me da.

-No puede negar que sea falso todo esto.

Cojo las imágenes que me tiende y observo una por una. Somos Samuel y yo, besándonos en diferentes partes de la cafetería. Habíamos olvidado completamente las cámaras de seguridad.

-Por eso fue despedido - digo.

-Y usted también - carraspea y yo le tiendo las imágenes.

¿Cómo? ¿Me han despedido?

Maldita la hora en que mantuve una relación con él...

-Está totalmente prohibida la relación más allá de la profesionalidad entre un empleado y un jefe, ¿o no lo sabía?

Asiento con desgana.

-¿Y cómo ha descubierto todo esto?

Deja de posar su mirada en los papeles para mirarme, alza una ceja y ríe en silencio.

-No puedo decírselo, Lucía. Es algo confidencial.

Suspiro frustrada.

-¿Algo más, señor Castro?

-Sí - me dice volviendo a posar su mirada en los papeles.- Recoja su uniforme y entréguenos la placa con su nombre.

Frustrada asiento y me marcho del despacho.

¿Cómo ha podido pasar todo esto en tan solo dos semanas?

En estos instantes me encuentro en shock.

¿Quién habrá sido el gran capullo que ha alargado la lengua?

Entonces me percato que solo sabía de nuestra relación Marina. ¿Pero habrá sido ella tan mala amiga para hacerlo? No tengo ni la más mínima idea...

Me dirijo a los vestuarios, y encima de mi uniforme hay una nota anónima. La tomo confusa, la leo y abro la boca sorprendida.

Ha sido Rodrigo.

Quiéreme, profesor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora