Capítulo 29.

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Es por la tarde de un día cualquiera de junio. Ya he acabado todo, e incluso he ido a selectividad y he aprobado.

Estoy caminando sin sentido por el centro mientras le doy caladas constantes a mi cigarro. Me miro en el escaparate de una tienda y me contemplo desde ambos puntos de vista. He cambiado. Estoy más delgada, mi pelo es rubio y mis ojos ya no brillan como antes solían hacerlo.

Mis pensamientos marchan hasta el día en que la luminosidad en mi rostro desapareció y sacudo la cabeza negativamente para ahuyentarlos de mí. Sigo caminando sin rumbo alguno y de un momento a otro, mi teléfono vibra.

Alberto: ¿Por qué no aceptaste mi cita al final?

Le dejo en leído y sigo mi rumbo sin sentido, pero me paro en seco cuando veo una figura que llego a reconocer. Es él. Es mi profesor.

A varios metros de mí, le observo tomado de la mano junto a Rebeca, alias: la zorra. Sonríen ambos e incluso soy capaz de oír la risa de él. Resulta ser un bonito sonido para mis oídos, sin embargo, no una agradable vista para mis ojos. Se empiezan a aguar y comienzo a respirar entrecortadamente. Me dirijo a un callejón aislado y seguidamente me siento sobre la acera, inspiro y expiro, pero el ataque de ansiedad cada vez es mayor.

Saco a duras tientas el teléfono y marco el primer número que encuentro: Eric. Tras tres pitidos responde y tratonde hablar con él, pero a causa de la falta de oxígeno, no puedo completar las oraciones.

-Estoy cerca, no te muevas.

Cuelgo y guardo el teléfono en mi bolsillo. Cierro los ojos y me propongo pensar en un sitio tranquilo, aunque mi mente me hace una mala jugada y únicamente repite la imagen de mi profesor con Rebeca. Están felices, supongo que yo soy la que sobraba.

Unos brazos me rodean y le observo con expresión derruida. Es él, Eric. Me tiende una bolsa de plástico y me tranquiliza con su timbre de voz, provocando que pequeños escalofríos recorran mi columna vertebral.

-Sh. Tranquila.- intenta calmarme.- Inspira y expira.

Cojo la bolsa entre mis manos y empiezo a hacer las indicaciones que me dice Eric. Mientras lo hago, observo cómo sus ojos verdes me miran preocupados. Aquel verde intenso me hace volverme a estremecer y provocar que un escalofrío me recorra la columna.

-¿Estás mejor?- pregunta.

Asiento.

Intento incorporarme y Eric me tiende una mano, el impulso al levantarme hace que nuestros rostros queden a escasos centímetros, provocando que nuestras narices se rocen. Eric inspirópa mi aroma y cierra los ojos, como si quisiera guardárselo en su memoria.

-¿Nos vamos?

Rompemos la cercanía entre ambos y emprendemos camino hacia mi casa. Por el camino, sin darnos cuenta, nuestras manos se rozan inconscientemente provocando en ambos un escalofrío. Me refiero a ambos, ya que cuando entro en contacto con él, veo como se estremece a mi tacto y yo al suyo.

Faltan dos calles para llegar a mi casa y me paro en seco, miro a Eric interrogante y me acerco a él. Nuestros labios están a punto de rozarse y noto cómo mi corazón late rápidamente ante el suceso que va a pasar.

-Bésame - le suplico.

Frunce el ceño y parece no entender el motivo. Quiero levantar mis sospechas. Sé que Eric siente atracción hacia mí más allá de lo físico, y yo, equivalentemente puedo decir lo mismo. A pesar de haber salido casi hace un mes de una relación, aquellas mariposas que sentía cuando veo a Eric permanecen ahí, y sé que algo crea en mí. No obstante, también le quiero usar para olvidar mis sentimientos hacia Federicco, aunque me duela.

-Bésame - repito.

Y no es necesario insistirle lo dicho ni una vez más, ya que sus labios se encuentran moviéndose al compás de los míos. En aquella calle donde empieza a anochecer, sube cada vez más la temperatura hasta el punto de que acabamos en su casa entregándonos mutuamente.


***






Me despierto y me remuevo en la cama. No estoy en casa. Sensores de alerta me hacen levantarme de golpe asustada, pero cuando veo a Eric tendido a mi lado y desnudo, me tranquilizo.

Empiezo a repartir pequeños besos por su rostro y por su cuerpo hasta que se despierta.

-Buenos días - dice con voz ronca.

-Buenos días.

Se acerca a mí y me besa los labios profundamente. Nos separamos ambos por la falta de aire y él se recuesta hacia mi lado para mirarme fijamente.

-¿Qué se supone que somos?-pregunto.

-Tú eres mi pareja.

-¿Y si no quiero?

Río.

-Yo te obligaré.

Se pone encima de mí y se cuela entre mis piernas. Empieza a besarme el cuello y lentamente va dirigiendo su mano a mi entrepierna. Gemidos salen de mi boca, y cuando introduce un dedo dentro de mí tan brutalmente, causa un grito de placer, pero entonces para.

-¿Qué coño...?

-Sé mi pareja - me pide.

-Eric, me has dejado a medias - me quejo mientras me cruzo se brazos.

-Por favor, no te hagas la difícil.

Me río y niego con la cabeza.

-Claro que lo seré, imbécil.

Nos besamos y nos colamos, de nuevo, entre las sábanas para dar rienda suelta a nuestro amor.

Empezamos a besarnos lentamente y saboreando los labios del opuesto, pero cada vez que pasa más tiempo, los besos se hacen más feroces y pasionales. Eric cuela una mano en mi entrepierna y empieza a estimularme, así provocando que deshaga el beso y gima fuertemente.

Posiciona su rostro en el valle de mi cuello y empieza a repartir besos. Introduce un dedo dentro de mí y araño su espalda fuertemente mientras rodeo sus caderas con mis piernas.

Mis caderas se empiezan a balancearse al son de sus dedos y gemidos salen de mi boca, pero cuando veo a mi pareja colocarse el preservativo, es una digna imagen para recordar. No puede ver nada menos erótico.

Posiciona su miembro en mi entrada y entra sin miramientos causando gemidos roncos y fuertes por parte de ambos. Muerdo su hombro de tanta excitación acumulada y araño su espalda, pero él tampoco se queda atrás. Succiona fuertemente mis senos y mi cuello causando hematomas en ambos lugares.









En aquella habitación de un día cualquiera de junio, tan solo se oyen nuestros gemidos y el placer que nos proporcionamos ambos.

Sé que con Eric podré de nuevo volver a creer en el amor y, de nuevo, ser feliz. Tengo que cerrar aquel libro y empezar otro nuevo, muy distinto al anterior.

Quiéreme, profesor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora