Nos besamos ferozmente mientras entramos en su apartamento. Me quita la chaqueta y la arroja a una parte de su habitación.
-Lucía...- gime.
Nuestros labios no se separan en ningún momento, parecen estar unidos por pegamento. Mis manos, inconscientemente, se dirigen hacia los botones de su camisa.
Los dos acabamos en ropa interior. Uno sobre otro. Gimiendo nuestros nombres y rogando por más. Samuel mete su mano en mi entrepierna, y sin miramientos, introduce dos dedos en mí.
-Estás tan mojada, Lucía...
Gimo.
-Por favor, Samuel.
-Sh.
Mete y saca sus dedos acompasándolos a mis gemidos que, a medida que transcurre el tiempo, son más elevados y frecuentes.
Mi mano se dirige a su entrepierna, la meto por debajo del bóxer y empiezo a acariciar su erección. Gemidos salen de ambas bocas causando que la excitación llegue a otro nivel.
Me posiciono encima suya y empiezo a hacer fricción entre ambos sexos causando que el orgasmo se avecine cada vez más rápido. Bajo de la cama y saco de la mesilla de noche un preservativo, rompo el envoltorio y lo deslizo por su miembro.
-Vamos a quitar esto, que molesta - murmura Samuel.
Apoya su espalda sobre la pared y dirige sus dos manos a desabrochar mi sujetador. Tras quitarme aquella prenda de encima, me quita el tanga para después besarnos ferozmente.
-Ya no hay barrera...- murmuro.
Al estar encima suya, elevo mis caderas para después deslizar su miembro por mi interior. Gimo fuertemente dando a entender lo llena que estoy.
-Muévete para mí, nena.
Empiezo a mover mis caderas provocando un vaivén mientras nos besamos y excitamos.
Los jadeos y gemidos ya no se hacen tan presentes porque los gritos han tomado su lugar. El vaivén de mis caderas ha aumentado de ritmo provocando que ambos gritemos de placer hasta explotar.
Caigo rendida encima suya mientras intento recuperar la respiración que ahora mismo se encuentra agitada. Samuel rodea mi cintura con sus brazos y me ayuda a tumbarme en la cama.
-Duerme, princesa.
-Te quiero - murmuro adormilada.
-Yo también te quiero, Lucía.
***
Despierto y observo al hombre que tengo a mi lado. Recorro su nariz y labios con la yema de mi dedo índice y deposito un beso en su boca. Samuel se despierta y me regala una de sus sonrisas soñolientas.
-Buenos días, cariño.
-Hola, amor - me saluda.
Se levanta para colocarse sus boxers y se marcha. Yo, extrañada, frunzo del ceño y dejo caer mi cabeza sobre la almohada otra vez.
Mientras estoy desnuda en la cama de mi novio, pienso nuevamente en Eric. Desde que le volví a ver no ha parado de aparecer en mi mente diariamente y no sé por qué. Me muevo hacia un lado e intento encontrar la solución para que Eric no habite mis pensamientos.
Recuerdo cuando tenía dieciséis años como uno de mis ex novios me dejó. Me juré que no me volvería a enamorar. Me propuse odiar al amor, pero no lo conseguí. Al medio año acabé perdidamente enamorada de otro chico, pero esta vez acabó él con el corazón roto.
Pero lo que más me marcó fue Federicco. Había sido el primer hombre que me había dejado por otra mujer, o eso creía. Recuerdo que me propuse no amarle y odiarle con toda mi alma, pero vino Eric.
Todo él es alegría, paz y armonía. Sabía que junto a él los sentimientos hacia Federicco desaparecerían, y lo logró. Cuando pienso en mi antiguo profesor ya no siento nada, ni tan siquiera aparece en mi mente.
-¿Vienes?- pregunta Samuel desde el umbral de la puerta.
Le miro.
-No sabía a dónde habías ido.
-Vístete y ven a la cocina, cielo.
Asiento y me pongo mi ropa interior para después colocarme una bata. Salgo de su habitación y me dirijo a la cocina. Cuando entro, observo el perfecto culo de mi novio que se ajusta a sus bóxers junto su ancha espalda.
Suspiro y me deleito por sus perfectos movimientos mientras cocina. Me acerco a él, rodeo su torso con mis brazos y deposito un beso en su hombro.
-¿Qué cocina, señor?
-La comida favorita de mi novia, señora.
Desvío mi mirada hacia la sartén y veo tortitas junto un bote de nutella. Relamo mis labios con mi lengua y noto como mi boca se hace agua.
-¿Te he dicho cuánto te quiero?
***
Salgo del baño y seco mis manos en los pantalones de mi uniforme. Guardo mi ropa en mi bolsa y voy hacia la barra para atender a los clientes.
Al llegar al lugar indicado, saludo a Rodrigo y a Marina con una sonrisa en la cara, a lo que ellos me corresponden. Empiezo a hacer los pedidos que ellos me escriben en el papel y los entrego.
Al acabar de hacer un cappuccino, leo el nombre de la persona a la que se la tengo que entregar y grito:
-¡Andrea!
A los segundos veo a una chica castaña.
-¿Cuánto es?
Le entrego el ticket.
-Ten - me dice tendiendo el dinero.- Quédate con el cambio.
-Pero es mucho dinero...- murmuro.
-Solo son cuatro euros - dice con una sonrisa.
La miro, asiento y me dirijo a la caja para dejar el dinero. Tras acabar de dejarlo, me llega otro papel donde viene el pedido. Marina se posiciona a mi lado y empieza a hacer los cafés mientras yo me encargo de poner la nata o cualquier otra cosa y entregarlos.
-¿Qué tal con Samuel?
La miro incrédula.
-¿Qué?
Ríe.
-No me lo niegues, Lucía. Es evidente que algo tenéis, al menos para mí.
-Somos pareja - confieso, a lo que ella me mira incrédula.
-Joder...- murmura.- Menuda pareja más explosiva estáis hecha.
Me volteo, grito el nombre de la persona a la que entregarle el café, me dan el dinero y vuelvo junto a Marina.
-¿Por qué explosiva?
Se encoge de hombros.
-Dos pivones forman una, ¿no?
Río.
-Exagerada...
-Ten -me tiende un café.
Me volteo y voy hacia la barra.
-¡Federicco! -exclamo.
A los segundos aparece un hombre ante mí, pero estoy tan estresada que ni siquiera me fijo en quién es.
-¿Lucía? - pregunta asombrado.
Levanto mi vista hacia aquel hombre, frunzo el ceño para después abrir los ojos como platos. Es él, Federicco.
-¿Federicco?
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Quiéreme, profesor.
RomanceAmbos creían que el amor era pura especulación, o incluso algo que se llegaba a sentir si tenías suerte de encontrar a la persona indicada. Profesor y alumna estarán sumergidos en una historia de amor, llena de pasión y sobre todo momentos dolorosos...