PROLOGO

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Amai era el menor de la familia. Y, a diferencia de su estatura, su asombro era gigante ante las pequeñas cosas de su mundo. Un mundo tan singular como el mismo. Vivía en un modesto planeta pacífico de nombre Kedeki, que a diferencia de otros mundos que había en Andrómeda, la naturaleza de sus cielos, mares y campos, era dulce al igual que sus habitantes. Literalmente. Kedeki no era igual a otros mundos que el universo haya albergado, ciertamente. Y Amai, no era un habitante como en Kedeki habría habitado en el pasado. Apenas era un bebé cuando papá se fue. No fue sencillo, y vaya que, para sus hermanos y, sobre todo, para su madre; no la tenían fácil. A veces lloraba por sed, otras veces lloraba por hambre, y había ocasiones (que en su mayoría era casi siempre), por soledad. Una noche, Amai lloraba más de lo habitual, y mamá no estaba en casa en ese momento. Raito el reno, y Kyho, el conejo, quedaron a cargo del pequeño.

Raito, el hermano mayor, era el más comprensivo y responsable de los tres. Pensó en que era lo que quería aquel pequeño gatito que derramaba lagrimas como una nube en una tormenta. Si los juguetes no funcionaban, debía ser porque no se movían, no hacían muecas y no hablaban. Así que se le ocurrió una idea. Se acerco a su cuna, tomándolo suavemente y con delicadeza, lo cubrió con sus brazos recargándolo sobre su pecho. Mirándole a sus bellos ojos con forma de wafles, y comenzó a tararear una melodía improvisada. Meciéndose a un lado, y luego al otro, en un tenue contoneo. Así hasta que el pequeño Amai dejo de sollozar poco a poco. Dejando caer su peso en aquel sitio seguro donde sentía un calor autentico.

En cuanto a Kyho, el hermano del medio, miraba desde el suelo, exhalando con dificultad a causa del agotamiento que ese mismo gatito le causo al buscar entre habitaciones y debajo de los muebles, su sonaja. Cuando por fin la hallo extrañamente en el interior de una jarra de mantequilla de maní, lavarla y secarla. Al llegar se topa con sus hermanos en el centro de la sala. Por fin, había silencio, a excepción de la melodía que Raito cantaba. Kyho se dejó caer completamente derrotado, molesto, pero dentro de él, muy dentro de él, sentía alivio. Como una vela en su pecho. Aun así, no se negaría a una oportunidad de lanzar al gatito por la ventana.

Cuando mamá llego a casa, y cruzo la puerta, se encontró a Kyho noqueado en la alfombra, y a Raito dormido sobre el sofá, pero aun con Amai en brazos, sin soltarlo inconscientemente. Claro, que no podía perder la oportunidad de tomar una fotografía, misma que enmarcaría y colgaría en esa misma sala para pesar de Kyho y Raito.

Sugar HeartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora