La Cena

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La luz de las lámparas, proyectaban sombras danzantes en las paredes, como si los recuerdos del pasado estuvieran tratando de escapar del peso del presente. El plato de Amai permanecía prácticamente intacto, su comida apilada en un rincón como si esperara un momento que nunca llegaría. Con la mirada perdida, el pequeño gato naranja movía su cubierto de un lado a otro, sin ganas de comer. Raito, que siempre había sido el más optimista de los dos, sintió que el silencio se había vuelto insoportable.

Observó a Amai, quien se encontraba sentado al otro lado de la mesa, su pequeño cuerpo encorvado sobre el plato. La comida, dispuesta con esmero, había sido ignorada.

—¿Cómo estuvo tu día, Amai? —preguntó Raito, su voz resonando como un murmullo de esperanza en medio de la tormenta.

—¿De verdad crees que eso importa? —irrumpió Kyho, su tono afilado como una cuchilla, su mirada fija en su plato, como si esperara que las respuestas emergieran de entre los granos de arroz — Si no quiere hablar, no lo obligues.

Raito frunció el ceño, sintiendo que la frustración comenzaba a acumularse en su pecho. Con una mezcla de ternura y determinación, miró de nuevo a Amai.

—Solo quiero que coma algo. Necesita energía —insistió, tratando de calmar el creciente malestar que se cernía sobre ellos como una nube oscura.

Kyho levantó la vista, su mirada llena de fuego. La furia en su interior, mezclada con la impotencia, brotó sin previo aviso. —Si no quiere comer, déjalo en paz. No puedes forzarlo a hacer algo que no quiere. ¿Qué no lo entiendes? —Las palabras de Kyho resonaron en el aire como un trueno lejano. —¿Por qué tienes que actuar como si fueras el rey de la casa? —preguntó Kyho, cruzando los brazos con un aire desafiante, su mirada fija en Raito —¿Te crees especial o algo así?

Raito dejó el tenedor a un lado con un golpe que resonó en la mesa, la frustración clara en su voz. —Alguien tiene que tomar las riendas, Kyho. No puedes simplemente sentarte ahí y criticarme por hacerlo. Lo que necesitamos es liderazgo, no que te quedes en tu rincón quejándote.

Kyho soltó una risa burlona, su tono lleno de desdén. —¿Liderazgo? ¿Eso es lo que llamas a tu dictadura? Solo porque te sientes el hermano mayor no significa que seas el único que tiene derecho a opinar. ¿Acaso nunca te has preguntado si a alguien le importa tu opinión?

—Es fácil hablar cuando no haces nada —replicó Raito, la tensión aumentando entre ellos — Te quejas de mí, pero ¿qué has hecho tú? Te pasas el día lamentándote en lugar de aportar algo constructivo.

Kyho, con los ojos ardientes y el pecho inflado, no podía soportar la presión de sus frustraciones reprimidas. —¿Sabes qué? —empezó, dejando que la ira se desbordara — Estoy cansado de tu actitud de "yo sé más que tú". Crees que solo porque tienes unos años más, puedes dictar cómo deberíamos vivir. Te crees un gran líder, pero en realidad, eres solo un dictador en potencia.

—¡Eso es una tontería! —gritó Raito, el tono de su voz resonando en la habitación, una mezcla de ira y tristeza. La cena olvidada se estaba enfriando en la mesa, como sus esperanzas de reconciliación. —¡Eres tan terco que ni siquiera ves lo que tienes frente a ti!

Kyho se acercó a su hermano, casi escupiendo las palabras. —¿Acaso crees que eres el único que se preocupa? Siempre hablas de unidad, pero en realidad solo te importa tu propia visión. ¡Eres un hipócrita! Te gustaría que todos nos alineáramos detrás de ti, pero no voy a ser parte de tu circo.

Ambos hermanos se miraron con ira, la tensión entre ellos era como un hilo a punto de romperse. El aire estaba cargado de palabras no dichas, heridas antiguas y un deseo desesperado de ser entendidos. Raito, respirando hondo para calmarse, supo que estaban más lejos que nunca de encontrar un terreno común.

Sugar HeartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora