En casa de Jhoss, la atmósfera era igualmente animada. La madre de Jhoss estaba en la cocina, preparando una comida deliciosa con ingredientes frescos que había traído del mercado. El aroma de especias flotaba en el aire, mezclándose con las risas y gritos de emoción de los niños en la sala.
—¡Capitán Jhoss, hemos llegado a la isla de los tesoros! —gritó Amai, corriendo por el pasillo como si estuviera en una misión de exploración. Llevaba un sombrero hecho de papel, decorado con dibujos de estrellas y planetas, y un palo de escoba que hacía las veces de espada.
—¡Hombres estelares, preparen sus naves! —respondió Jhoss, mientras hacía un gesto dramático, mirando al cielo como si viera más allá de las estrellas. Su entusiasmo era contagioso, y ambos niños se dejaban llevar por la narrativa que habían creado. Corrieron por toda la casa, saltando sobre los muebles, esquivando imaginarios peligros y explorando cada rincón como si fuera una nueva galaxia.
—¡Rápido, al escondite! —gritó Amai, señalando un armario donde se almacenaban cosas viejas y recuerdos olvidados. Ambos se lanzaron hacia él, riendo y empujándose. Pero en la emoción, Amai tropezó y cayó, deslizándose hacia el suelo del sótano.
Jhoss se asomó, su corazón latiendo rápidamente. —¿Estás bien, Amai? —preguntó lleno de preocupación.
—¡Sí, estoy bien! —gritó Amai, levantándose rápidamente. Pero su curiosidad pronto superó su pequeño susto. Se asomó al sótano oscuro, donde la luz se filtraba débilmente a través de una pequeña ventana. Al ver su expresión de asombro, Jhoss se acercó.
—¿Qué hay ahí abajo? —preguntó, emocionado.
Amai miró a su amigo con sus ojos brillando con entusiasmo. —No lo sé, ¡pero parece que hay un tesoro escondido! —exclamó, señalando las sombras que se extendían ante ellos.
Con un gesto decidido, ambos se miraron y asintieron, antes de deslizarse por la escalera hacia el sótano. Al llegar al fondo, sus ojos se ajustaron a la oscuridad, y empezaron a explorar. Había cajas apiladas, viejos juguetes cubiertos de polvo y objetos que parecían querer contar sus propias historias.
—Mira esto Amai —dijo Jhoss, levantando un viejo globo terráqueo que parecía haber visto días mejores — ¡Este debe ser el mapa de nuestro tesoro!
Amai rió, dando vueltas alrededor del ratón. La emoción llenaba el aire mientras los dos amigos comenzaban a revolver entre las cosas viejas iluminadas por la tenue luz que se filtraba a través de la ventana, creando sombras danzantes entre los viejos muebles y las cajas polvorientas. Amai y Jhoss se afanaban en su búsqueda, cada rincón prometía una nueva historia, un nuevo secreto escondido en el tiempo. Fue entonces cuando Amai se detuvo, atraído por un destello peculiar en el suelo. A medida que se acercaba, sus ojos se abrieron con asombro. Allí, entre las sombras y el polvo, descansaba un artefacto extraño, brillante con un resplandor dorado y cobre. Tenía formas irregulares, como si hubiera sido moldeado por manos hábiles y sabias, y sus superficies reflejaban la luz de una manera que parecía pulsar con una energía propia.
—¿Qué es esto? —preguntó Amai, inclinándose hacia adelante con la curiosidad iluminando su rostro.
Jhoss se acercó, sus ojos se ampliaron al reconocer el objeto. —Es un relicario, Amai. Mi papá lo compró en una subasta de reliquias que un capitán trajo de sus viajes. Hay cosas muy raras y valiosas entre las reliquias de los exploradores.
Amai tocó la superficie del artefacto, sintiendo su frío metal contra su piel. Era más que un objeto; un testigo de aventuras pasadas, de mundos lejanos. —¿Reliquias raras? —preguntó, su voz un susurro lleno de asombro — ¿Qué tipo de reliquias?
Jhoss se sentó en el suelo, cruzando las piernas, mientras su voz se tornaba más baja, casi reverente. —Hay exploradores que viajan a otros mundos buscando tesoros, algunas veces incluso para venderlos al mejor postor. Pero hay reliquias que son muy buscadas porque tienen funciones únicas. Otras tienen historias legendarias, incluso se dice que algunas tienen poderes mágicos. —
Amai se sentó junto al ratón. La idea de mundos distantes y tesoros ocultos llenaba su mente con imágenes vívidas. —¿Crees que mi mamá encontrará una de esas reliquias? —preguntó Amai. La imagen de su madre explorando un mundo nuevo, descubriendo algo magnífico, le parecía a la vez reconfortante y emocionante.
Jhoss se encogió de hombros. —Nunca se sabe, Amai. Tal vez... Lo que sí sé es que esas reliquias tienen una forma de conectar a las personas con su pasado.
El silencio se instaló entre ellos. Amai sintió una oleada de emoción recorrer su cuerpo.
— ¡Chicos! ¡La comida está lista! —gritó la madre de Jhoss desde la cocina. Ambos niños asintieron, pero Amai se quedó mirando el relicario un momento más.
—¡Amai! —llamó Jhoss, su tono un poco más impaciente.
Amai giró lentamente la cabeza, lanzando una última mirada a aquel objeto resplandeciente. Era como si la reliquia le susurrara secretos antiguos, una promesa de aventura que aún estaba por venir... Finalmente, asintió, subiendo por las escaleras, dejando atrás el sótano. Pero mientras ascendía, sintió que el aire en el hogar se había vuelto un poco más pesado, como si las sombras del relicario lo siguieran, abrazándolo con la certeza de que había más haya de su mundo de lo que podía ver.
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Sugar Heart
Ficción GeneralEn la galaxia de Andrómeda se encuentra Amai, un pequeño gato de ojos curiosos que vive con su madre y hermanos en el tranquilo planeta Kedeki. Aunque sea pequeño de estatura, su asombro por las pequeñas maravillas de la vida, brilla tanto como el s...