Amai avanzaba sigilosamente entre las sombras del bosque, con las almohadillas de sus patas rozando apenas la hierba húmeda. El aire nocturno estaba impregnado de aromas terrosos y la humedad envolvía cada hoja y rama. De vez en cuando, algún insecto luminoso revoloteaba a su alrededor, parpadeando antes de perderse en la oscuridad. Él no les prestaba atención. Toda su mente estaba puesta en la cabaña del viejo Lobo que había encontrado días antes. Había algo en ese anciano que lo intrigaba, algo que no le dejaba en paz. Era como un rompecabezas cuyos bordes aún no lograba entender.
Desde detrás de un arbusto espeso, Amai espiaba en silencio, apenas respirando. La pequeña cabaña parecía haber brotado del bosque, con paredes de madera vieja cubiertas de musgo y ventanas diminutas que emitían una luz cálida y tenue, como si el fuego en el interior se estuviera quedando sin leña. Entonces lo vio. La puerta de la cabaña se abrió con un crujido pausado, y el anciano salió a la intemperie. Era un Lobo corpulento, su pelaje corto y gris moteado brillaba bajo la luz de las estrellas. Llevaba puesto un saco oscuro, ajado en los codos, y sobre su pecho colgaban varias medallas opacas, como reliquias de un tiempo lejano. Las pezuñas del anciano golpeaban la tierra con un ritmo lento, cada paso acompañado por un leve crujido.
Amai contuvo la respiración al verlo colocar un trípode en el claro frente a la cabaña. Las patas del artefacto se extendieron con precisión mecánica sobre la hierba, como si el anciano hubiera repetido ese movimiento durante años. Luego, sin prisas, el Lobo regresó al interior de la casa. La puerta se cerró tras él con un suave chasquido, dejando a Amai solo por un momento, con el corazón palpitando en sus oídos.
—¿Qué estará haciendo? —susurró para sí mismo, sus ojos brillando con curiosidad.
No tuvo que esperar mucho para averiguarlo. El anciano reapareció, cargando un telescopio bajo un brazo y un cuaderno grueso bajo el otro. Colocó el telescopio sobre el trípode con una facilidad casi ceremoniosa, encajando cada pieza con precisión. Amai observó fascinado desde su escondite, los ojos entrecerrados para no perder ni un solo detalle.
El Lobo arrastró una mesa pequeña desde el porche, situándola justo junto al telescopio. Luego se sentó, dejando escapar un resoplido cansado, como si su edad comenzara a pesarle más esa noche. Colocó el cuaderno sobre la mesa y lo abrió lentamente. Las hojas crujieron al moverse, revelando anotaciones, dibujos y esquemas que parecían escritos con tinta densa, como si las palabras llevaran un peso que solo él podía comprender.
Amai observó cómo el anciano pasaba una página tras otra, deteniéndose de vez en cuando para estudiar algún diagrama. Luego se inclinó hacia el telescopio y miró por la lente, moviendo los ajustes con la destreza de alguien que había pasado toda una vida contemplando las estrellas.
El silencio del bosque era profundo, interrumpido solo por el rasgueo de la pluma del Lobo sobre el papel, mientras registraba lo que veía en el cielo. Amai se acercó un poco más, sin hacer ruido, con los bigotes vibrando por la emoción. No podía entender lo que escribía, pero había algo mágico en la rutina del anciano, como si cada anotación que hacía guardara un secreto del universo.
La escena se desplegaba frente a él como una obra de teatro muda. El anciano miraba las estrellas, anotaba con paciencia, luego volvía a buscar más allá de la lente. Sus movimientos eran deliberados, sin prisas ni errores, como si estuviera siguiendo un ritual personal que nadie más conocía. Amai sintió cómo la curiosidad se arremolinaba dentro de él, creciendo como una marea que no podía detener.
¿Qué veía ese Lobo en las estrellas? ¿Qué estaba buscando? Amai deseaba saberlo con desesperación, pero sabía que no podía salir de su escondite. Algo en ese lugar, en esa escena tranquila y en la figura del anciano, le decía que no debía interrumpir. Que tal vez, en esa búsqueda silenciosa, había algo que debía encontrar por sí mismo.
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Sugar Heart
General FictionEn la galaxia de Andrómeda se encuentra Amai, un pequeño gato de ojos curiosos que vive con su madre y hermanos en el tranquilo planeta Kedeki. Aunque sea pequeño de estatura, su asombro por las pequeñas maravillas de la vida, brilla tanto como el s...