Elion se encontraba sentado en su oficina, el ambiente pesado como una atmósfera cargada de tormenta. Las paredes estaban cubiertas con diplomas y certificados, cada uno un recordatorio de su arduo camino, pero el brillo del éxito se desvanecía en medio de los documentos desordenados que cubrían su escritorio. Era un laberinto de papeles amarillentos, algunos arrugados y otros desgastados, todos llenos de historias de sufrimiento, lucha y esperanza, cada uno conteniendo un fragmento de la vida de los pacientes que había jurado proteger. El aire en la habitación parecía moverse con una tristeza inconmensurable, como si los ecos de risas y susurros pasados se aferraran a las sombras. La luz de la lámpara, débil y vacilante, proyectaba figuras fantasmagóricas en las paredes, sus formas danzando como recuerdos evanescentes que se resistían a desaparecer. Elion sintió la presión en su pecho, un peso que parecía provenir de un rincón de su alma.
De repente, su mirada se posó en un archivo en particular: el de Heru. El nombre resplandeció en su mente como una estrella apagada, un eco de un pasado que había intentado borrar de su memoria. Con un ligero temblor, sus dedos se acercaron al dossier. Cada papel que tocaba parecía gritarle historias que había tratado de olvidar. Al abrir el archivo, una ráfaga de recuerdos lo golpeó, como un viento helado que arrastraba las hojas de un otoño sombrío. Los recuerdos llegaron como una película, clara y vívida, llevándolo a un tiempo en que su vida era más ligera, menos marcada por el dolor. Recordó el día en que conoció a Heru.
Era un día radiante de primavera, con el sol brillando como un faro sobre el horizonte, iluminando cada rincón del parque donde se encontraron. El aire estaba impregnado del aroma de las flores recién brotadas, y el canto de los pájaros formaba una melodía suave que llenaba el espacio. Elion había decidido darse un respiro entre los turnos agotadores del hospital, buscando un refugio en la naturaleza que le había dado tantas respuestas.
En un rincón del parque, bajo la sombra de un árbol, estaba Heru, una leona con un pelaje dorado que relucía al sol, como si estuviera hecha de la misma luz. Su presencia era hipnótica, y Elion sintió que algo en su interior se movía al verla. Sus ojos, profundos y oscuros, parecían llevar historias antiguas, secretos ocultos que él deseaba descubrir.
—¿Qué lees? —preguntó él, su voz apenas un susurro, como si temiera romper el hechizo que la rodeaba.
Heru levantó la mirada, sus ojos chispeantes llenos de curiosidad.
—Un libro sobre constelaciones —respondió, su voz suave y melodiosa, como un canto de sirena que lo atraía hacia un mundo donde el dolor no existía.
Esa fue la chispa que encendió la conexión entre ellos. Hablaban de estrellas y sueños, sus risas entrelazándose como hilos de luz en la oscuridad. Aquella tarde, compartieron historias, risas, y cada palabra pareció acercarlos más, tejiendo un vínculo que desdibujaba las fronteras de su relación profesional. La cercanía se sentía electrizante, como si el universo entero conspirara para mantenerlos a ambos allí, en ese momento perfecto, donde el tiempo se detuvo.
Elion recordaba cómo se sentía cuando la abrazaba, como si el mundo se desvaneciera a su alrededor. La conexión era intensa, como si cada uno de ellos fuera un planeta orbitando en la misma galaxia, su atracción inevitable. Pero siempre había un velo de tristeza que colgaba sobre ellos, como un manto de nubes grises. Sabía que Heru era su paciente, y eso traía consigo un peso que ni el amor más fuerte podría cargar. Los días se convirtieron en semanas, y su relación se volvió un secreto sagrado, un refugio en el que ambos se escabullían del dolor que los rodeaba. El tiempo compartido se tornó un sueño; cada mirada, cada susurro, era una promesa de lo que podría ser. Sin embargo, el mundo real se cernía sobre ellos, un recordatorio constante de la fragilidad de su conexión. La enfermedad de Heru fue un visitante inesperado, una sombra que se cernía sobre su alegría, llevándose consigo la luz que habían compartido.
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Sugar Heart
General FictionEn la galaxia de Andrómeda se encuentra Amai, un pequeño gato de ojos curiosos que vive con su madre y hermanos en el tranquilo planeta Kedeki. Aunque sea pequeño de estatura, su asombro por las pequeñas maravillas de la vida, brilla tanto como el s...