Estrellas Nocturnas

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El cielo de Kedeki brillaba con luces de colores, como si las mismas estrellas hubieran bajado a celebrar con ellos. Ese día, toda la ciudad estaba adornada para el Festival Estelar. Una fiesta en honor a aquellos valientes que viajaban por la galaxia, abriendo caminos en el espacio desconocido y trazando rutas seguras para los mercantes o cruceros espaciales que transportaban desde objetos invaluables, bienes bancarios, diplomáticos, etc.

Las calles estaban llenas de música, farolillos flotantes y burbujas que, al reventar, soltaban chispas como si fueran fuegos artificiales. El aroma dulce de los postres locales se acentuaba en el olfato, abriendo apetitos. Familias, amigos y vecinos se reunían para esperar la llegada de la flota espacial, que aterrizaba después de largos meses lejos de casa. En medio de todo ese bullicio, estaba Heru junto a sus hijos Raito, Kyho y el pequeño Amai. Este último ya no era un bebé. Ahora, con sus patitas tambaleantes y su voz llena de palabras nuevas, trataba de imitar a los mayores como podía. Su curiosidad no había cambiado, aún miraba el mundo con asombro. Como si cada hoja, estrella y sonido fueran un misterio que resolver.

Heru sonrió y se inclinó para besarlo en la cabeza. —Hoy es el día en que celebramos a mis amigos, que también tuvieron grandes aventuras.

La noche llegó, cubriendo el cielo con un manto de estrellas. La plaza se iluminó con linternas flotantes, y la música comenzó a sonar con más fuerza. La gente bailaba, reía y compartía comida bajo el cielo estrellado, celebrando la reunión con los exploradores. Heru, con Amai en brazos, se unió al baile junto a sus hijos. Amai aplaudía y movía sus patitas con torpeza al ritmo de la música, disfrutando de la fiesta. Después de un rato, el pequeño subió tambaleándose a una pequeña colina cercana, donde se sentó con las piernas cruzadas. Desde allí, podía ver todas las estrellas brillando sobre él, cada una pareciendo un destino esperando ser descubierto. Amai se quedó en silencio, con la mirada fija en el cielo infinito. Su pequeño corazón latía con fuerza al imaginarse explorando planetas, igual que su madre.

—Algún día... —susurró para sí mismo — Voy a ver las estrellas de cerquita

Mirando —respondió Amai, con los ojos llenos de admiración.

Raito sonrió y revolvió el pelaje del pequeño. —Y algún día, sé que las verás más cerca de lo que imaginas. — Los tres hermanos se quedaron allí, abrazados bajo el cielo estrellado, mientras el sonido de la música y las risas flotaba en el aire. Esa noche, Amai supo que su sueño era más grande que él. Y aunque aún era pequeño, estaba decidido: algún día se convertiría en un explorador, como su madre.

El aire estaba impregnado de un aroma dulce que provenía de las frutas frescas y las delicias horneadas que adornaban las mesas en la plaza. La gente, a pesar de las sombras que acechaban en el horizonte, se reunió con sonrisas y risas que resonaban como melodías suaves, entrelazándose en una armonía de alegría.

Amai, con su pelaje anaranjado brillando bajo la luz ámbar de los faroles de papel radiante, corría de un lado a otro, sus ojos chispeando como las estrellas de esa noche. A su alrededor, los niños del vecindario jugaban, persiguiéndose entre los coloridos puestos decorados con cintas brillantes. La energía era contagiosa, y el eco de las risas llenaba el aire con una sensación de pertenencia. En un rincón de la plaza, Heru sonreía mientras conversaba con algunos de los vecinos. Sus ojos, que solían estar llenos de preocupación, ahora reflejaban la calidez de la camaradería. La comunidad estaba unida, no solo en la adversidad, sino también en la celebración de la vida. El tiempo pareció detenerse, y por un momento, los problemas del mundo exterior se desvanecieron como las nubes en un cielo despejado.

—¡Amai!, ¡Ven aquí! —gritó Raito, agitando su mano, invitando a su hermano a unirse a una competencia amistosa de carreras. Kyho, siempre un poco más reservado, observaba desde un lado con una leve sonrisa, disfrutando del espectáculo. La luz de uno de los puestos iluminaba su rostro.

Amai corrió hacia Raito, sus patitas tambaleándose con emoción. Al llegar, sintió que el corazón le latía con fuerza, como si quisiera escapar de su pequeño pecho.

—¿Listo? —preguntó Raito, su voz llena de energía, mientras alineaba a los participantes.

La risa de Amai resonó en el ambiente, llenando el aire con una alegría renovada. Cuando se sintieron cansados, se tendieron sobre el césped, observando cómo las nubes pasaban lentamente, como si estuvieran contando secretos antiguos.

Bajo el manto de un cielo colorido por fuegos artificiales, la familia se sentó en la colina. Y se encontraron con un panorama deslumbrante. La colina se extendía ante ellos, cubriendo el horizonte con un manto de flores en tonos vibrantes de azul, amarillo y rosa. Amai corrió hacia el borde, dejando que la brisa acariciara su pelaje, sintiendo que el mundo se abría ante él como un lienzo en blanco.

—¡Mira, mamá! ¡Es hermoso! —gritó, girando para ver la sonrisa de Heru.

Heru se acercó sentándose en el suave césped junto a sus hijos. —Sí, cariño, es hermoso. Y este es nuestro lugar especial, donde podemos soñar y ser libres. 

Sugar HeartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora