Raito salió de la agencia como un torbellino, la puerta chirriando y temblando bajo su empuje, como si también ella sintiera la furia que se desataba en su interior. La luz del sol exterior lo golpeó en la cara, brillante y deslumbrante, un contraste brutal con la oscuridad de las revelaciones que acababa de recibir. La brisa fresca no podía calmar el ardor en su pecho; en su mente, la acusación de piratería contra su madre resonaba como un eco aterrador, una sombra que se expandía más y más, oscureciendo cada rincón de su pensamiento. Detrás de él, Kai lo seguía a un paso apresurado, sus propios sentimientos de impotencia y preocupación peleando en su interior. Intentaba cerrar la distancia, pero no podía alcanzar la ira que emanaba de Raito.
—¡Cálmate ya! —gritó Kai, su voz cortando el aire tenso como un cuchillo. Sin embargo, las palabras no tuvieron el efecto que esperaba.
—¡Cálmate Tu! —respondió Raito, su voz ronca y cargada de rabia — ¡Intenta calmarte después de que acusen a tu madre de piratería!
Las palabras fueron un golpe bajo, un disparo directo al corazón de Kai. Sintió el calor en sus mejillas, la ira y el dolor de su amor por Raito entrelazándose en un nudo apretado. Sabía que Raito hablaba desde el dolor, desde la angustia, pero la brutalidad de su declaración lo hirió. Kyho, que había estado unos pasos atrás, se sentía atrapado en una red de indecisión. Su mente se debatía entre la necesidad de intervenir y el miedo de empeorar las cosas. Lo conocía demasiado bien; sabía que esta era la tormenta que había estado gestándose. Pero no sabía si era el momento adecuado para hablar, para añadir su voz a esta cacofonía emocional. Kai, incapaz de contenerse, aceleró el paso, situándose frente a Raito, plantándose como un escudo entre su amor y la tormenta de emociones que amenazaba con arrastrarlo.
—Escucha, Raito —dijo, su era voz firme, pero temblaba con un trasfondo de ansiedad — No puedes dejar que esto te consuma. No ahora.
Raito lo miró con intensidad, sus ojos ardiendo con una mezcla de furia y desesperación. La idea de su madre siendo tratada como una criminal, como un monstruo, lo llenaba de un desasosiego que ni siquiera Kai podía comprender del todo.
—¿Qué se supone que deba hacer? —preguntó. Su voz quebrándose ligeramente, como si las murallas que había construido comenzaran a desmoronarse — ¿Sentarme y sonreír mientras se llevan su nombre por el barro? ¿Debemos simplemente quedarnos quietos mientras ellos destruyen todo lo que amamos?
Kai sintió el impulso de alcanzarlo, de tomarlo de los hombros y hacerlo mirar a los ojos, pero sabía que eso solo avivaría el fuego. Tenía que encontrar un camino, un equilibrio.
—No se trata de eso. Se trata de que no te conviertas en lo que ellos dicen que eres. —respondió Kai, con la voz ahora más suave, casi como un susurro, intentando trazar un camino hacia la calma.
Kyho, finalmente tomando aire, se acercó un poco más. Sabía que debía decir algo, pero las palabras se enredaban en su garganta. El peso de la incertidumbre lo hizo sentir pequeño y vulnerable, pero era su hermano.
—Raito... —comenzó, su voz titubeante, pero Raito se volvió hacia él, los ojos llenos de un dolor que podía cortar como un cuchillo.
Era un momento delicado, una cuerda floja sobre la que todos estaban caminando. En ese instante, la confusión y la rabia eran palpables, como un pulso vibrante en el aire que les rodeaba. Raito se detuvo en seco, su mirada fija en Kyho, como si el mundo entero hubiera dejado de girar por un instante. La ira y el dolor pululaban en su interior, cada latido un recordatorio de lo que estaba en juego. Kyho, por su parte, sintió que el aire se volvía denso, casi impenetrable, como si estuviera atrapado en una burbuja de angustia.
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Sugar Heart
Ficción GeneralEn la galaxia de Andrómeda se encuentra Amai, un pequeño gato de ojos curiosos que vive con su madre y hermanos en el tranquilo planeta Kedeki. Aunque sea pequeño de estatura, su asombro por las pequeñas maravillas de la vida, brilla tanto como el s...