Entre los Árboles

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Amai avanzaba entre la bruma que cubría el bosque, el crujir de las hojas bajo sus patas se convertía en un eco solitario en la noche. La luz de las linternas parpadeaba a lo lejos, como pequeñas estrellas atrapadas en un mar de oscuridad. Cada destello iluminaba brevemente el camino, guiándolo con promesas de misterio. A medida que se acercaba, el resplandor de las linternas revelaba la silueta de la cabaña, su estructura de madera oscura parecía estar arraigada a la tierra, casi como si hubiera crecido allí, compartiendo secretos con los árboles a su alrededor. La luz danzaba sobre las paredes, creando sombras que parecían jugar en la superficie, un espectáculo hipnótico que llenaba a Amai de una curiosidad inquietante. El viento soplaba suavemente, trayendo consigo un aroma a tierra húmeda y pino, mezclado con un ligero toque de algo desconocido que hizo que el pelaje de Amai se erizara. Se detuvo un momento, observando cómo la luz temblaba al compás del viento, y sintió que el corazón le latía con fuerza. Una mezcla de emoción y nerviosismo se apoderó de él; había algo en esa luz que le decía que debía continuar.

Con determinación, dio un paso adelante, atravesando la entrada entre los árboles. Los sonidos del bosque se atenuaron, como si la naturaleza misma estuviera conteniendo la respiración. Amai se detuvo brevemente para observar a su alrededor, notando cómo la oscuridad parecía querer aferrarse a los rincones más alejados, pero no podía evitar que su atención se centrara en el brillo que emanaba de la cabaña. La puerta de madera, ligeramente entreabierta, parecía invitarlo a entrar. ¿Podría ser que ahí dentro se encontraba la respuesta a sus inquietudes? El recuerdo del anciano y sus medallas flotaba en su mente, la incertidumbre todavía pesando sobre él. Amai sintió que su curiosidad lo empujaba hacia adelante, como un imán irresistible. Con un último respiro profundo, decidió cruzar el umbral. La calidez de la luz le envolvió al instante, contrastando con el aire fresco de la noche. Sus ojos se adaptaron rápidamente, y en un instante se encontró en el interior, rodeado de un espacio que parecía estar lleno de historia.

Las paredes estaban adornadas con objetos antiguos, recuerdos de tiempos pasados que contaban historias sin necesidad de palabras. Al mirar a su alrededor, la luz de las linternas se reflejaba en los objetos, creando un juego de sombras que danzaban como si tuvieran vida propia. Amai, aunque emocionado, sintió un ligero escalofrío recorrer su espalda. Había algo en la atmósfera que le susurraba que debía tener cuidado. Pero su deseo de descubrir lo desconocido lo mantuvo firme.

Con el corazón acelerado, avanzó, dispuesto a enfrentar lo que podría encontrar en esa cabaña. En el fondo de su ser, sabía que la noche aún le tenía mucho que revelar. Amai estaba a solo unos pasos de la cabaña cuando un ruido repentino lo detuvo en seco. Un crujido, como si algo pesado hubiera sido arrastrado por el suelo, lo hizo sentir una punzada de alarma. Contuvo la respiración, con las orejas tensas y alerta, mientras el sonido del viento agitaba las hojas sobre su cabeza. Entonces lo escuchó otra vez, más claro: pasos lentos, torpes, como si alguien arrastrara un pie detrás del otro. Sin pensarlo dos veces, se lanzó hacia los arbustos más cercanos y se acurrucó entre las ramas. El corazón le latía tan fuerte que temió que cualquier criatura cerca pudiera escucharlo. Apartó un par de hojas con cuidado y entre las sombras vio la puerta de la cabaña abrirse con un leve chirrido, dejando escapar un tenue rayo de luz que se derramó sobre el suelo.

Allí, en el umbral, apareció la figura encorvada del anciano. Llevaba la misma chaqueta raída que Amai recordaba, pero algo había cambiado en él. Cojeaba, apoyándose en un bastón improvisado con una rama torcida, y su pierna izquierda se arrastraba con pesadez, como si le doliera con cada paso. Por momentos parecía tambalearse, como si no fuera a llegar muy lejos, pero continuaba con obstinación, con la mirada fija en algún punto más allá de los árboles.

Amai tragó saliva, sintiendo un nudo de incertidumbre en la garganta. ¿Qué le había pasado? El anciano avanzaba lentamente, deteniéndose cada metro para apoyar una pata temblorosa sobre su rodilla, exhalando un gemido bajo que quedó atrapado en el aire. Parecía frágil y vulnerable, como si llevara encima el peso de más años de los que un cuerpo podría soportar. Pero había algo más, una extraña urgencia en su andar que desconcertó a Amai. Los ojos del gatito seguían cada uno de sus movimientos con atención, y sintió cómo su curiosidad se entrelazaba con un miedo que no podía explicar del todo. ¿Por qué el anciano estaba caminando en plena noche, herido y solo? Algo en la escena no encajaba, pero Amai no podía apartar la vista, como si al mirar pudiera encontrar la respuesta. El anciano siguió alejándose, arrastrando el pie lesionado entre las piedras y las raíces del camino, con la respiración pesada resonando en la quietud del bosque. Amai sintió un impulso de seguirlo, aunque la lógica le decía que no debía hacerlo. Las preguntas se amontonaban en su mente como hojas en otoño, cada una más desconcertante que la anterior. ¿Por qué estaba herido? ¿Adónde iba? ¿Y por qué parecía tan desesperado por llegar allí?

Sugar HeartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora