El Festival

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Todos en la comarca se alistaban para el festival solar, donde el triple halo de luz ocurriría a medio día. Para muchos, era la representación de un nuevo inicio al tratarse de varios anillos de luz, los cuales, para los kedekianos, simbolizaba en el alma, mente y conciencia de la naturaleza en su mundo. Para Amai, era algo tanto fantástico, como aterrador.

En años anteriores siempre hacia la misma rutina: Esperaba ansioso con el pasar de los días aquel evento mientras decía que sería algo espectacular y que no se asustaría y se refugiaría con mamá... Cada vez que decía esto, Kyho se limitaba a bufar. Sabía perfectamente que eso mismo ocurriría sin excepción. Siempre ocurría. En cuando a Raito, él solo sonreía, porque cada vez que eso pasaba, sabía que, para calmarlo, cantaba la misma melodía que en un inicio le había cantado cuando era un bebé. Aun podía recordar cuando se la cantaba cada vez que no dejaba de llorar, recordaba con cariño cuando le enseño esa misma melodía a mamá para que también ella pudiese arrullarlo. Él estaba feliz con eso. Aunque con Kyho, no tanto así. Le irritaba presenciarlo, no importaba si era mamá o Raito quien lo hacía, le parecía muy empalagoso y desagradable. Pero, no tenía otra opción más que tragarse la pena y pretender que era sordo o ciego, inclusive ambos.

El día había llegado. El cielo era rosado, un hermoso cielo típico de color rojizo. Y prontamente ahí, al fondo donde el viento soplaba, entre los dos montículos que establecían el límite de la comarca, apareció el primer anillo. Uno pequeño, ligueramente curvo. Amai brincaba de la emoción, no lucia temerle a aquella luminosa figura astral. Mamá le miraba sonriente, sentada a un costado por detrás en el césped. Raito se hallaba al otro lado, platicando con sus colegas del instituto. Quien sabe sobre de que temas de adolescentes, cosillas como quien le gusta quien, o que harían con el tiempo libre que tenían en la noche, etc.

Detrás, casi alejado de los demás, Kyho se encontraba observando. Acompañado, si, por los hijos más jóvenes de los vecinos, pero inmerso en su propio espacio. Por decirlo de alguna manera, como si los otros no existieran en su mundo. Viendo a Raito, a sus amigos, luego a Amai sentándose a un lado de su madre después de la aparición del segundo anillo, y luego, a mamá. Podía notar el olor a césped, la humeante parrilla de vegetales, el leve calor del sol sobre la piel, el viento contra cara y sus orejas caídas moviéndose débilmente. Tomo una bocanada profunda, inflando sus pulmones, y la mantuvo unos segundos, después, exhalo. A pesar de ser un conejo, no escucho a Raito acercarse y posteriormente sentarse a su lado. El susto que le dio no lo olvidaría, más que nada porque su bobo hermano mayor lo recordaría incapaz de contarlo con seriedad sin reír.

Ambos conversaron. Sonrieron por las bromas del otro, pero el silencio volvió entre ambos. Inconscientemente como si se hubieran puesto de acuerdo, giraron hacia Amai. Y como si fuera una fantástica coincidencia, el tercer anillo se hizo presente. Tal como Kyho se lo esperaba, el menor se fue a refugiar entre los brazos de madre... Siempre acertaba. Raito soltó una leve sonrisa, tomo del hombro a Kyho y ambos se dirigieron hacia su hermano menor para hacerle compañía... O, eso es que lo recuerda Raito. Kyho lo recuerda a él siendo cargado por el reno en contra de su voluntad, mientras que el mismo pataleaba y reclamaba sin resultado. En fin, ambos estaban de acuerdo en que estarían ahí para mamá y para Amai.

Sugar HeartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora