Raito no respondió, y la tensión en la cocina, como si el aire mismo se hubiera vuelto más denso, cargado de una electricidad inquietante. Las paredes parecían cerrarse un poco, y la luz del sol que entraba por la ventana parecía filtrarse, proyectando sombras alargadas que danzaban en el suelo de baldosas.
Kyho, incapaz de soportar el silencio, apretó los labios, su mente corriendo a mil por hora mientras miraba a Raito. —¿Qué está pasando, Raito? —preguntó, la voz rasposa por la preocupación. La expresión de su hermano mayor era un enigma, impenetrable como una niebla que cubría un paisaje oscuro. Había una frialdad en su mirada, un destello que decía que había algo más, algo oscuro, acechando entre las sombras de su mente.
Raito finalmente apagó su celular, el sonido del clic resonando en la quietud como un disparo en la oscuridad. Sus ojos se fijaron en Kyho, y en ese momento, la gravedad de la situación se hizo evidente. —Kyho, nos vamos —dijo con una voz que carecía de emoción, como un trozo de hielo afilado cortando la atmósfera. Las palabras cayeron como una losa pesada entre ellos, y Kyho sintió que su corazón se aceleraba. Jamás había visto a su hermano mayor con esa seriedad, como si una tormenta se estuviera formando en su interior.
—¿Qué sucede? —preguntó Amai, bajando las escaleras con la torpeza de un niño recién despertado. Se tallaba los ojos con una patita mientras su mirada se movía entre los dos hermanos, intentando comprender la tensión que llenaba el aire. Su voz, un susurro tembloroso, parecía romper el silencio, pero Raito no le respondió. Su atención seguía centrada en Kyho.
—Toma tu sudadera y tu teléfono —dijo, y la firmeza de su tono resonó como un eco en la habitación, un trueno lejano que presagiaba la llegada de un desastre.
Amai, sintiendo la inquietud, preguntó de nuevo, su voz un hilo de preocupación. —¿Dónde van?
—Quédate aquí, ya regresamos —dijo Raito, el tono de su voz desgarrando la calma que aún quedaba. Sus ojos se fijaron en Amai, y aunque no dijo más, la intensidad de su mirada era suficiente para hacer que el pequeño retrocediera un paso, como si una sombra le hubiera cruzado el camino. Amai sintió un nudo formarse en su garganta, un miedo primigenio que lo paralizaba.
Raito le lanzó una mirada de reojo, su expresión imponente y, en cierto modo, aterradora. Era como si un relámpago hubiera iluminado la oscuridad en su interior, y Amai sintió que un escalofrío le recorría la espalda. —Obedece —fue lo único que le dijo Raito, y esas palabras se convirtieron en cadenas que mantenían a Amai anclado en el suelo, inmóvil.
Amai se sintió helado ante esas palabras, una mezcla de miedo y confusión golpeando su pecho. Jamás había visto a Raito así, y la confianza que siempre había tenido en su hermano mayor se tambaleó como un barco en aguas tormentosas.
Kyho, intentando romper la tensión que se cernía sobre ellos como una tormenta, cuestionó con incredulidad. —¿Por qué tanto drama? —pero Raito, con su voz grave como un tañido de campana, lo interrumpió. —Ya vámonos.
La insistencia en su tono dejaba poco margen para la discusión, y sin más opciones, Kyho asintió, su mente tratando de procesar la abrupta transformación de su hermano mayor. Se acercó a Amai y, con un gesto juguetón, le sacudió el cabello con la pata, un intento de aliviar la tensión. —No te preocupes, todo estará bien —dijo, aunque sus ojos revelaban una preocupación que no podía ocultar.
Amai, sintiendo un torbellino de emociones, asintió débilmente. Pero sus ojos, amplios y brillantes, traicionaron la inquietud que lo envolvía como una nube oscura.
—Recuerdas que no te permitía tocar mi cuaderno de dibujo —dijo Kyho, buscando desviar la atención de la sombra que había comenzado a cernirse sobre ellos. Amai asintió, recordando las reprimendas de su hermano por intentar husmear en su mundo de papel y colores.
—Pues, cuando regrese, espero encontrar un lindo dibujo en él —dijo Kyho, guiñándole un ojo en un esfuerzo por calmarlo. Sin embargo, la sonrisa en su rostro no pudo borrar la sombra de preocupación que se cernía sobre ellos, y la risa que había compartido momentos antes ahora parecía distante, como un eco que se desvanecía en el aire.
La puerta se cerró tras Kyho y Raito, y Amai se quedó solo en la cocina, el silencio ahora más pesado. Miró a su alrededor, sintiendo que la casa lo envolvía con un manto de incertidumbre. Las sombras en las esquinas parecían alargarse, como si estuvieran observándolo, aguardando el momento adecuado para deslizarse sobre él. Se acercó a la ventana, ansioso por ver a sus hermanos, pero lo que encontró fue solo el resplandor del sol reflejándose en la calle vacía. La luz, tan brillante y cálida, no podía disipar el sentimiento de desasosiego que lo invadía. A medida que el tiempo pasaba, una voz suave pero persistente comenzó a susurrarle al oído, una advertencia que lo llenaba de inquietud. Los minutos se alargaron y la atmósfera se tornó densa, casi opresiva. Amai sintió un escalofrío recorrer su espalda, como si una brisa helada hubiera entrado por la ventana, trayendo consigo ecos lejanos de lo desconocido. Se preguntó qué estarían haciendo Raito y Kyho, y por qué aquella repentina urgencia había invadido a su hermano mayor.
La inquietud creció en su pecho, y el nudo en su garganta se hizo más fuerte. En su mente, una imagen comenzó a formarse, una visión borrosa de sombras y figuras que se deslizaban a través de la bruma, acercándose sigilosamente. Su pequeño corazón latía con fuerza, cada golpe un recordatorio de la soledad que lo rodeaba. La sensación de que algo estaba a punto de suceder, algo que lo superaba, se cernía sobre él como una nube oscura.
Amai se quedó de pie en la cocina, mirando hacia la ventana, sintiendo que el mundo que conocía comenzaba a desvanecerse, y que, en su lugar, la oscuridad estaba tomando forma, acercándose, esperando su momento.
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Sugar Heart
Ficción GeneralEn la galaxia de Andrómeda se encuentra Amai, un pequeño gato de ojos curiosos que vive con su madre y hermanos en el tranquilo planeta Kedeki. Aunque sea pequeño de estatura, su asombro por las pequeñas maravillas de la vida, brilla tanto como el s...