Sin un Horizonte a la Vista

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La sala estaba en penumbras, iluminada solo por un par de luces frías que zumbaban suavemente desde el techo. Kyho estaba sentado junto a su hermano, limpiando la sangre seca y suciedad de su rostro. Cada toque era lento, cuidadoso, como si temiera que Raito pudiera romperse si aplicaba demasiada presión. El paño que sostenía ya estaba empapado en agua sucia, pero Kyho no se detenía, sus manos temblorosas moviéndose como si no supieran hacer otra cosa. Raito permanecía inmóvil, las muñecas esposadas al frente, sus ojos bajos y apagados, como si todo el peso del universo se le hubiera instalado en el pecho.

—Perdón... —susurró Kyho de pronto, sin levantar la mirada, frotando la esquina de su ojo para sacar un rastro seco de sangre — Perdón por todo.

Raito no respondió. El silencio entre ellos era espeso, cargado de palabras no dichas y emociones que ambos sabían que no podían expresarlo. La puerta metálica se abrió de golpe con un chirrido pesado, haciendo que Kyho alzara la vista de golpe, sus orejas tiesas. Elion entró acompañado de dos guardias, su nariz cubierta por una pequeña bandita adhesiva. Su expresión era rígida, fría, pero en sus ojos había un brillo de enfado contenido. Al ver a Raito aún esposado, su mandíbula se tensó tanto que por un momento pareció que iba a explotar allí mismo.

—¿Por qué sigue esposado? —soltó con dureza, mirando a los guardias. Su voz era como una hoja afilada, cortante y peligrosa.

Los guardias intercambiaron una mirada rápida, incómoda. Uno de ellos, un hombre de rostro serio y expresión endurecida, dio un paso al frente.

—Es por precaución —dijo, sin un atisbo de duda — El protocolo exige contención hasta que se asegure la calma.

Elion chasqueó la lengua, furioso. Dio un paso adelante, plantándose frente a los dos guardias, con los puños apretados. La rabia se acumulaba en él como un río contenido por una presa frágil.

—¡Esto no es una cárcel! —espetó con la voz al borde del grito — ¡Quítenle las malditas esposas ahora!

Los guardias se mantuvieron firmes. El que había hablado negó con la cabeza, su voz calma pero inflexible.

—No podemos hacer eso. Es una medida de seguridad.

Elion dio un paso más hacia ellos, tan cerca que casi podía sentir el calor de sus alientos.

—Les estoy dando una orden.

Pero antes de que la tensión pudiera estallar, la voz de Raito surgió de la nada, suave, ronca, apenas un murmullo que flotó en el aire.

—Está bien... Lo entiendo.

Elion se giró hacia él, sorprendido. Raito no lo miraba, solo mantenía la cabeza baja, sus manos esposadas descansando sobre sus rodillas como si pesaran una tonelada. Su respiración era lenta, controlada, pero había algo devastador en la forma en que su pecho apenas subía y bajaba, como si hubiera perdido la energía incluso para respirar correctamente.

—No tienes que hacerlo... —dijo Elion, todavía furioso, pero ahora con un tono más suave, como si intentara razonar con un niño herido — No tienes que aceptar esto, Raito.

Raito esbozó una sonrisa débil, amarga, sin alegría alguna.

—Sí, sí tengo que hacerlo. —Su voz era baja, casi un suspiro — A veces... tienes que dejar que piensen que ganaron.

Elion sintió cómo algo dentro de él se partía al escuchar esas palabras. Los guardias permanecieron en silencio, incómodos pero firmes, como si quisieran disolverse en el aire y escapar de la tensión que se cernía sobre la sala. Kyho, todavía sentado junto a su hermano, dejó de limpiar su rostro por un momento. Su mirada era una mezcla de tristeza y rabia contenida. Intentó decir algo, pero las palabras se atascaron en su garganta.

Sugar HeartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora