Por una Tarta

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Heru estaba sentada junto a la ventana, con la luz tenue de la luna colándose a través del cristal empañado. A fuera, el viento arrastraba las hojas secas rozando las piedras. La casa estaba en silencio, salvo por la respiración acompasada de sus hijos, dormidos en sus habitaciones. Raito siempre respiraba más fuerte, como si incluso al dormir llevara alguna carga invisible en sus hombros. Kyho, en cambio, tenía esa calma peculiar de alguien que ya había acostumbrado a los ronquidos de sus molestos roomies.

Heru sostuvo una taza de té que hacía rato había dejado de estar caliente y, sin darse cuenta, su mente se deslizó hacia un recuerdo, uno que había intentado dejar atrás. Todo comenzó en un día aparentemente ordinario, uno de esos días que parecen no prometer más que rutinas inofensivas... hasta que algo los trastoca. Se vio a sí misma cargando una cesta de pays de mora entre sus brazos. Las bayas eran dulces y jugosas, y la receta era una de las pocas cosas que le quedaban de su esposo. Solía pensar que, por mucho que las cosas se torcieran, al menos siempre podría contar con un buen pay de mora para alegrar el día de alguien. Pero ese día, el dulce aroma de la fruta no pudo tapar la preocupación que se colaba por las grietas de su mente, como una gotera lenta que, si la ignoras, acaba por inundar la casa.

Había caminado hasta la nueva agencia local, un edificio de aspecto gris y cansado, como todo en el pueblo últimamente. Allí entregó los pays al encargado, intercambiando un par de bromas intrascendentes que intentaban disimular la tensión flotante en el aire. Sin embargo, justo cuando estaba por irse, alguien familiar apareció entre las puertas metálicas del laboratorio.

—¿Heru? ¿Eres tú?

Heru levanta la vista, y sus ojos se encuentran con los de él. Se queda congelada. Deja la caja de pays en la mesa, sin siquiera darse cuenta. Heru sonrió, aunque de inmediato a pesar del desorden que era. Sus ojos tenían una sombra persistente, la clase de sombra que deja la emoción mal disimulada. O simplemente eran ojeras de días sin dormir.

—¿Qué haces aquí? —preguntó ella. Inconscientemente había suspirado con esa pregunta.

—Pues, trabajo aquí. Oh bueno, quiero decir, ahora trabajo aquí. Yo... Quiero decir, me ascendieron. —Finalmente, Elion se acercó un poco más, cruzándose de brazos mientras lo observaba. Sus ojos parecían buscar algo, alguna señal que confirmara que la persona ante él era la misma que había dejado atrás hacía años. —Han cambiado algunas cosas, pero no tú —murmuró Elion, apenas un susurro.

Heru inclinó la cabeza, reconociendo el peso de esas palabras, y en lugar de responder directamente, deslizó una silla hacia Elion.

—¿Te quedas para el café de las cinco? Aquí sigue siendo terrible, pero nos hemos acostumbrado a su sabor.

Elion aceptó la silla con una ligera inclinación de cabeza, dejando escapar una risa apenas audible.

—Supongo que hay cosas que nunca cambian, ¿verdad? —respondió, tomando asiento mientras sus ojos vagaban un momento por la habitación, como si estuviera ubicándose en un lugar que le resultaba al mismo tiempo familiar y extraño.

Se produjo un silencio cómodo, como aquellos de antaño cuando estaban en una el comedor después de las agotadoras clases del instituto, y entendían que las palabras a veces no eran necesarias. Heru lo miró de reojo, observando las líneas de expresión que ahora marcaban el rostro de Elion, huellas de una vida que probablemente había sido tan implacable como la suya. En algún rincón de su mente, casi sin querer, rememoró sus primeras clases juntos. Elion, sin embargo, notó el recorrido de esa mirada y sonrió, con algo de resignación en los labios.

—¿Recuerdas cuando solíamos burlarnos de los veteranos que se sentaban a hablar de "los buenos tiempos"?

—Nos juramos que nunca caeríamos en eso —respondió Heru con una media sonrisa. —Aunque ahora entiendo por qué lo hacían. Supongo que no es tan simple dejar ciertos años atrás.

Sugar HeartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora