La Cabaña

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En un intento de escapar de todo, el pequeño gato naranja decidió que la única forma de hallar un respiro era adentrándose en el bosque cercano. Se sintió atraído por la idea de que entre la maleza y los árboles podría perderse, incluso si solo fuera por un momento. Y esta vez, mas profundo que hace dos semanas donde no sería tan fácil encontrarlo.

Los suaves susurros del viento lo guiaban a través de los senderos cubiertos de hojas caídas, cada paso que daba resonaba en su mente como un eco. Mientras caminaba, el ambiente se tornó cada vez más denso, como si el aire se volviera más pesado, más cargado de secretos. De pronto, Amai escuchó un ruido extraño, un crujido que provenía de un rincón oscuro del bosque. Su corazón se aceleró, y su curiosidad lo llevó a acercarse. Fue entonces cuando se topó con una cabaña. La estructura, cubierta de hiedra y sombras, parecía sacada de un cuento de hadas oscuro, donde la naturaleza había decidido reclamar su terreno. Amai no sabía si lo que sentía era miedo o fascinación, pero una voz en su interior le decía que debía seguir adelante. Con pasos vacilantes, se acercó a la puerta, que estaba entreabierta. Sin embargo, un ruido atronador lo hizo detenerse en seco. De repente, un gran Lobo apareció, vestido con una chamarra de cuero gastada y empuñando un hacha que brillaba bajo la tenue luz que se filtraba entre las hojas. La criatura era imponente, con músculos tensos y una mirada feroz que emanaba autoridad. Amai se apresuró a esconderse detrás de unos arbustos, su corazón latía con fuerza en su pecho. Desde su escondite, observó cómo el Lobo se movía con una gracia inesperada, su hacha brillando con cada movimiento.

Fue entonces cuando notó al anciano. Este, con una larga barba blanca que parecía estar hecha de nubes, estaba sentado al lado de una mesa rústica. Con manos temblorosas, limpiaba un telescopio lunar, que resplandecía con un brillo místico. Amai no podía apartar la vista de él. El anciano tarareaba una melodía suave. Amai, sintiendo la extraña atracción que emanaba de aquel hombre, se asomó un poco más, su curiosidad poco a poco superaba al miedo. Mientras lo observaba, notó que en el saco del anciano colgaban varias medallas, reluciendo con la luz de las lámparas que iluminaban el interior de la cabaña. El anciano, concentrado en su tarea, no parecía notar la presencia del joven gato, que apenas contenía la respiración.

Sin embargo, en su torpeza infantil, Amai pisó una rama seca que crujió como un grito en la quietud del bosque. El sonido resonó, y el anciano reaccionó con brusquedad, girándose abruptamente hacia el arbusto. Amai sintió cómo su corazón se paralizaba. La mirada del anciano era penetrante. Sin pensarlo, salió corriendo de su escondite, las patas de Amai apenas tocaban el suelo mientras atravesaba el bosque, cada movimiento guiado por el instinto de huir de lo desconocido. El bosque, antes un refugio, se había convertido en un laberinto de sombras y murmullos que parecían burlarse de él. Los árboles se alzaban como centinelas oscuros, y la brisa parecía llevar consigo los ecos de la melodía que había estado tarareando el anciano. Mientras corría, Amai no podía evitar mirar por encima del hombro, temeroso de que el Lobo lo persiguiera. Pero lo que lo atormentaba no era solo el miedo; era la sensación de que había descubierto algo en el corazón del bosque, algo que lo había llamado a adentrarse en su misterioso abrazo.

Finalmente, tras lo que pareció una eternidad, Amai llegó a casa, su mente aún repleta de imágenes y sonidos de lo que había presenciado. Con el pecho agitado y las patas temblorosas, se detuvo ante la puerta, inseguro si debía compartir su descubrimiento con Raito y Kyho. Pero en su interior, sabía que había encontrado un hilo que lo conectaba con su madre, una chispa de aventura que había estado esperando a ser descubierta. Con la mente aún nublada por la curiosidad y el miedo, Amai se adentró en el hogar, sintiendo que el eco de la melodía del anciano lo seguiría, un innegable incentivo de que había mucho más por descubrir en el mundo que lo rodeaba.

Sugar HeartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora