Cuestión de Tiempo

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La noche había caído sobre Kedeki como una manta pesada y opresiva. Amai se encontraba en su cama, envuelto en las cobijas como si fueran un refugio seguro. A través de la oscuridad, el pequeño podía oír el susurro del viento y el canto distante de las criaturas nocturnas. Pero, a pesar de los sonidos familiares, su corazón estaba lleno de inquietud. Se sentía como si el mundo entero estuviera a punto de desmoronarse, y él no sabía cómo enfrentarlo. Las imágenes de la discusión aún danzaban en su mente, como sombras en la penumbra. No podía sacudir la sensación de que algo terrible iba a suceder. Se acurrucó más, sintiendo el roce suave de la manta contra su piel, deseando que pudiera borrar las preocupaciones que lo mantenían despierto.

Un suave golpe en la puerta interrumpió sus pensamientos. La voz familiar de Raito penetró el silencio —Amai, ¿puedo entrar?

Amai se quedó en silencio, su corazón latiendo con fuerza. No quería hablar, no quería que nadie lo viera así, vulnerable y asustado. Pero la puerta se abrió con un suave crujido, y Raito entró, su figura iluminada por la tenue luz que se filtraba a través de la ventana.

—Hey —dijo Raito, cerrando la puerta detrás de él — ¿Estás bien?

Amai se limitó a encogerse un poco más en su rincón, haciendo un esfuerzo por ocultarse aún más entre las cobijas. Raito se acercó a la cama y se sentó al borde, con su mirada llena de preocupación.

—No tienes que esconderte, pequeño —dijo, su voz suave y tranquilizadora — Estoy aquí.

Finalmente, Amai levantó la mirada, sus grandes ojos reflejando la confusión y el miedo que sentía. Raito extendió una mano, tocando con ternura la cobija que cubría a su hermano.

—Hablemos un poco, ¿sí? —propuso Raito, deseando poder aliviar la carga que pesaba sobre los hombros del menor.

—No quiero... —murmuró Amai, su voz apenas un susurro.

Raito suspiró. Con una sonrisa suave, se inclinó hacia adelante, su rostro a la altura. Amai lo miró, la curiosidad comenzando a superar el miedo. Raito continuó, su voz resonando con la sabiduría de la experiencia

—Es normal sentirse asustado, Amai.

Amai sintió que una pequeña chispa de esperanza se encendía en su interior. Con un profundo suspiro, dejó escapar la tensión que había estado acumulando. —¿Y si mamá se va? —preguntó, su voz temblando con la inquietud — ¿Y si nunca regresa?

Raito se inclinó más cerca, su abrazo cálido y reconfortante rodeando a Amai. —No lo sabemos — respondió— Pero lo que importa es que seguimos siendo una familia. Y mientras estemos juntos, podremos enfrentar cualquier cosa.

Las palabras de su hermano resonaron en su corazón. Amai sintió cómo la calidez del abrazo de Raito comenzaba a disipar sus temores. Pero aún había una sombra que no podía ignorar. Con un gesto repentino, Raito comenzó a hacerle cosquillas, la risa de Amai había estallado como una melodía dulce en la habitación.

—¡Raito no! —gritó entre risas, moviéndose de un lado a otro mientras trataba de escapar de las manos de su hermano.

Desde la orilla de la puerta, Kyho observaba la escena. Su corazón se apretó al ver la conexión entre Raito y Amai, y una punzada de celos lo atravesó. Se sintió como un extraño en su propia casa, como si su papel como hermano mayor se estuviera desvaneciendo. El momento de alegría que presenció le resultó ajeno, y un suspiro pesado escapó de sus labios. Se alejó un poco de la puerta, sintiéndose atrapado en la espiral de sus pensamientos. La sensación de culpa lo envolvió. ¿Por qué no podía ser como Raito? ¿Por qué no podía encontrar la manera de hacer que Amai se sintiera seguro y feliz en lugar de estar atrapado en sus propias preocupaciones?

Sugar HeartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora