Un Día para Recordar

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 —¡Miren, una piedra con forma de cara! —gritó Amai, sosteniendo una pequeña roca gris.

—Es una piedra, Amai. No tiene nada de especial.

Raito lanzó una risa contenida y dio una palmadita en la espalda a su hermano mayor. —Tienes que admitir que tiene imaginación.

Kyho solo masculló algo incomprensible, como si el esfuerzo de admitir cualquier cosa positiva sobre Amai le resultara insoportable. Llegaron al campo abierto donde planeaban hacer el picnic. El lugar era un paraíso: un lago cristalino brillaba bajo la luz del sol, y un árbol frondoso ofrecía la sombra perfecta para descansar. Raito extendió una manta a cuadros y comenzó a sacar la comida. Mientras tanto, Amai corría de un lado a otro, incapaz de quedarse quieto por más de tres segundos.

—¡Raito, mira! ¡Puedo correr más rápido que la luz! —gritó Amai, dando vueltas alrededor de la manta.

—¡Amai, no tan rápido! —Raito lo llamó con una mezcla de risa y preocupación.

Kyho, por otro lado, permanecía apartado, sentado con los brazos cruzados. Parecía decidido a no disfrutar ni un solo momento del día. Sin embargo, a medida que pasaban las horas, incluso su corazón endurecido empezaba a derretirse, aunque solo un poco. Amai, incansable, seguía corriendo de aquí para allá, persiguiendo mariposas imaginarias y haciendo carreras con su propia sombra. En un momento dado, mientras corría sin prestar atención, se acercó peligrosamente a un poste de madera al borde del campo.

—¡Amai, cuidado! —gritó Raito, alarmado.

Sin pensarlo dos veces, Kyho sintió un tirón en el pecho. Fue como si algo despertara dentro de él, un impulso que no podía ignorar. En un abrir y cerrar de ojos, el conejo saltó de su lugar y se lanzó hacia Amai con una velocidad sorprendente. Justo antes de que el pequeño gato naranja se estrellara contra el poste, Kyho lo agarró del brazo y lo arrastró hacia un lugar seguro.

—¡¿Estás loco o qué?! —le espetó Kyho, jadeando por el esfuerzo.

Amai, aún medio mareado, lo miró con una expresión mezcla de sorpresa y admiración.

—¡Guau, Kyho! ¡Te moviste más rápido que un rayo!

—Kyho se quedó en silencio por un momento, sintiendo una mezcla de alivio y frustración. Pero también había otra cosa en su interior: una sensación de calidez que no había sentido en mucho tiempo. Era extraño, pero no desagradable.

Raito llegó corriendo segundos después, con el rostro lleno de preocupación. —¿Están bien? — Cuando vio a Kyho aun sujetando a Amai por los hombros, con el pequeño gato ileso y sonriendo, Raito no pudo evitar sonreír también.

—¡Te moviste más rápido que yo! —dijo Raito, dándole un golpe amistoso en el brazo a Kyho.

—Supongo que alguien tenía que salvarlo —dijo, tratando de sonar indiferente. Pero la sonrisa en su rostro lo delataba.

—¿Quieres más jugo? —preguntó Kyho, con una torpeza adorable que hizo reír a Raito.

—¡Sí! —respondió Amai, con entusiasmo, como si el simple hecho de compartir jugo con su hermano fuera el mejor regalo del día.

El resto del picnic transcurrió en un ambiente de risas y juegos. Amai inventaba historias sobre naves espaciales y tesoros escondidos, mientras Kyho y Raito lo escuchaban con paciencia.

—¿Sabes Amai? —dijo Kyho mientras mordía una manzana — Eres un gato bastante raro.

—¡Gracias! —respondió Amai, tomando el comentario como el mayor de los cumplidos.

Raito, observando la escena, sintió una oleada de alivio y alegría. Por fin, después de tanto tiempo, sus dos hermanos comenzaban a llevarse bien. No podía pedir nada más.

El día concluyó con los tres hermanos tumbados bajo el árbol, mirando el cielo estrellado. Amai, agotado pero feliz, se acurrucó entre sus hermanos mayores, murmurando nuevamente sobre aventuras y mundos lejanos antes de quedarse dormido.

—¿Sabes qué? —dijo Raito en voz baja, mirando a Kyho — Creo que lo estás haciendo bien, hermano. Kyho soltó un suspiro.

—Supongo que no es tan malo después de todo —murmuró, mirando al pequeño Amai dormido junto a ellos.

Sugar HeartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora