El sol descendía lentamente sobre el horizonte, derramando un cálido resplandor anaranjado sobre las cúpulas y estructuras relucientes de la comarca. Los bio-androides zumbaban por las calles, ocupados en sus rutinas, y las aves holográficas cruzaban el cielo como manchas multicolores. Pero en la puerta de la residencia Sugar, un silencio tenso lo envolvía todo. Elion ajustó nerviosamente sus lentes, que parecían resbalar de su nariz debido al sudor acumulado. Miró a los dos agentes que lo acompañaban, esperando que alguien más tomara la iniciativa. Uno de ellos, un androide de protocolo con una impecable compostura, tocó la puerta una vez más con suavidad. Pero la casa seguía callada.
—Tal vez no están —sugirió el agente con tono despreocupado.
—¿Quiere dejarles un mensaje? —añadió su compañero androide, extendiéndole una hoja que había comenzado a preparar. —¿Está usted seguro que no quiere dejarles una carta? —sugirió uno de los agentes, dando un paso hacia la puerta.
Elion negó con la cabeza rápidamente con desesperación, casi asustado por la idea. —No —dijo en voz baja, entre dientes — Esto... esto no es algo que se pueda decir en una nota. Tienen que escucharlo de mí. Es lo correcto.
Se pasó una mano temblorosa por el cabello despeinado. Dentro de él se arremolinaban el arrepentimiento, la culpa y el miedo, formando un nudo en el estómago. Y, aun así, no tenía alternativa.
—¿De qué se trata? —preguntó uno de los agentes, observando su rostro pálido y preocupado.
Elion se mordió el labio, titubeando. —Es... algo delicado. Más delicado de lo que imaginan.
En ese instante, el murmullo de risas y pasos ligeros llegó desde la distancia. Elion levantó la vista y vio tres siluetas acercándose por el camino. Al principio sólo distinguió contornos (Un reno alto con su bufanda roja ondeando al viento, un conejo de expresión ceñuda, y un pequeño gato que trotaba a su lado con energía desbordante) Los hermanos Sugar, disfrutando del día sin imaginar lo que estaba por venir.
El corazón del científico dio un vuelco. La imagen de los tres, tan felices y despreocupados, era como un puñal clavándose en su conciencia. ¿Cómo podía destruir esa alegría? La sonrisa de Amai iluminaba su carita mientras hablaba sin parar, como de costumbre. Kyho caminaba con las manos en los bolsillos, fingiendo indiferencia, pero con una mirada más tranquila de lo habitual. Raito, siempre atento, se inclinaba hacia sus hermanos, riendo suavemente. Elion sintió cómo su pecho se apretaba. ¿Cómo podía decirles lo que sabía? Una parte de él deseó huir, evitar este momento y dejar que otra persona lo hiciera. Pero no podía. No debía. Esta verdad, aunque dolorosa, necesitaba ser dicha.
—Ya vienen —anunció uno de los agentes.
Elion apretó los puños a los costados, intentando reunir valor. Respiró hondo, sintiendo que cada segundo que pasaba aumentaba la carga en su espalda. ¿Qué les diría? ¿Cómo empezaría? Lo único que sabía con certeza era que no había forma de suavizar el golpe.
—Profesor —dijo el agente en voz baja —, será mejor que lo haga pronto. No podemos quedarnos mucho tiempo.
Se pasó una mano por la cara, agotado. No tenía la menor idea de cómo iban a recibir la noticia. Solo sabía que no había forma de suavizar lo inevitable... A lo lejos, un sonido rompió el incómodo silencio. Elion alzó la mirada. Entre las calles llenas de actividad, divisó a los tres hermanos que regresaban a casa. Elion sintió que su garganta se cerraba. Las piernas le temblaron. Era como si estuviera a punto de derribar un castillo de naipes con un solo aliento.
—Doctor Elion —dijo uno de los agentes, tocándole suavemente el hombro — No tenemos mucho tiempo.
Elion asintió, tragando en seco, incapaz de apartar la mirada de los chicos. Amai iba saltando entre los adoquines, fingiendo que esquivaba enemigos invisibles. Kyho lo seguía fingiendo fastidio, pero con una sonrisa que se insinuaba a través de su habitual ceño fruncido. Raito no dejaba de reír, relajado y despreocupado. Cuando los hermanos llegaron lo suficientemente cerca, Elion sintió que se le comprimía el pecho. Amai fue el primero en notar su presencia.
—¡Señor Elion! —gritó con entusiasmo, corriendo hacia él con los brazos abiertos.
Elion se agachó casi por instinto, recibiendo al pequeño con un abrazo torpe. Kyho, por otro lado, se quedó unos pasos atrás, con los brazos cruzados y una ceja alzada. Ya había pasado demasiado tiempo para que una visita inesperada como esta no le pareciera sospechosa.
—¿Qué está pasando?
Raito, aunque más relajado, también lo estudió con atención. Elion sintió las miradas de los dos mayores. Y allí estaba Amai, aún aferrado a él, sonriendo con la inocencia de quien no entiende.
Elion se irguió lentamente, tomando aire como si su vida dependiera de ello. —Hay algo importante que necesito decirles —comenzó con voz baja.
El cambio en la atmósfera fue inmediato. La risa de Raito se desvaneció. Kyho entrecerró los ojos, su desconfianza creciendo. Amai, aún ajeno a la gravedad del momento, lo miró con curiosidad.
—¿Es sobre mamá? —preguntó Kyho —Sin rodeos.
Elion sintió que el mundo se tambaleaba bajo sus pies. Abrió la boca para responder, pero ningún sonido salió de su garganta.
—¿Está bien? —preguntó Raito, su voz contenida pero temblorosa.
Elion los miró a los tres, con las palabras arremolinándose en su mente. Intentó encontrar una forma de suavizar el golpe, pero no existía.
—Lo siento... —fue todo lo que pudo susurrar.
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Sugar Heart
Fiction généraleEn la galaxia de Andrómeda se encuentra Amai, un pequeño gato de ojos curiosos que vive con su madre y hermanos en el tranquilo planeta Kedeki. Aunque sea pequeño de estatura, su asombro por las pequeñas maravillas de la vida, brilla tanto como el s...