Una brisa ligera recorría los caminos de piedra, y los jardines comunitarios de la comarca estaban llenos de voces y risas tenues. Los habitantes iban de un lado a otro con sus cestas de productos frescos y herramientas, saludándose con gestos amables, como si quisieran aferrarse a la normalidad pese a las dificultades que los rodeaban. Había algo casi heroico en esa insistencia de vivir como siempre, como si cada sonrisa fuera una victoria sobre la incertidumbre que los acosaba. Kyho y Raito caminaban juntos por la calle principal después de dejar a Amai en casa de Jhoss, su amigo del vecindario. El pequeño había corrido hacia la puerta sin siquiera despedirse, emocionado por jugar, lo que a Raito le provocó una sonrisa cálida. "Al menos él parece estar bien", pensó, mientras ajustaba el abrigo ligero sobre sus hombros.
—¿Entonces? —preguntó Kyho, con las manos hundidas en los bolsillos de su chaqueta — ¿Qué quieres hacer ahora?
—Nada en particular. Vamos a caminar un rato —respondió Raito con una sonrisa fácil, mientras dirigía a su hermano hacia un sendero que bordeaba la zona más tranquila de la comarca — Hace un día perfecto para no hacer absolutamente nada.
Kyho rodó los ojos, pero no protestó. A pesar de que fingía fastidio, agradecía el paseo. Había sido una semana agotadora: entre los estudios, la ausencia de Heru y tener que aguantar las emociones desbordadas de Amai. Su paciencia estaba al borde del colapso. Al menos caminar con Raito era tolerable.
El sendero los llevó más allá de las pequeñas casas y los jardines, hacia una colina baja desde la que se podía ver la plaza principal de la comarca. La fuente del centro, aunque vieja y desgastada, seguía lanzando pequeños chorros de agua que brillaban bajo la luz del sol. A su alrededor, la gente compraba frutas, intercambiaba productos y se sentaba en los bancos a conversar, como si, a pesar de los problemas, la vida tuviera que continuar. Raito respiró hondo, cerrando los ojos por un momento. A veces, incluso en medio del caos, uno podía encontrar pequeños momentos de paz.
—Es curioso, ¿no crees? —comentó Raito mientras bajaban por la ladera. — La gente sigue adelante, como si todo fuera a solucionarse. Como si confiaran en que mamá y los demás exploradores encontrarán una respuesta y volverán pronto.
Kyho resopló, con una mueca escéptica. —Tienen demasiada fe para mi gusto. ¿Qué pasa si no encuentran nada? ¿Qué pasa si mamá no vuelve? No me parece muy lógico vivir así, como si todo fuera a salir bien solo porque sí.
Raito lo miró de reojo, pero no dijo nada de inmediato. Conocía bien la actitud de su hermano. Kyho siempre había sido así: lógico, pesimista, y con una especie de muro invisible que lo mantenía a salvo de la decepción. Pero Raito no podía evitar pensar que, al protegerse tanto, Kyho también se perdía de muchas cosas.
—No es solo fe ciega —dijo Raito finalmente, con tono reflexivo — Es esperanza. A veces, la gente necesita creer en algo bueno, incluso si no tiene garantías. No se trata de ser ingenuo, sino de saber que, sin esperanza, no hay caminos para seguir adelante.
—Eso suena muy bonito, pero no paga las cuentas ni llena los estómagos vacíos —refutó Kyho con una pequeña risa amarga.
—Lo sé. Pero al menos hace que la carga sea más llevadera. Y eso ya es algo, ¿no?
Caminaron en silencio por unos minutos, mientras el sol ascendía lentamente en el cielo, derramando su luz dorada sobre los tejados y jardines. Kyho observaba a la gente a su alrededor. Le fascinaba la forma en que los demás podían encontrar alegría en medio del caos, aunque él mismo no supiera cómo hacerlo. De pronto, sus ojos se detuvieron en una escena peculiar: una pareja de ancianos estaba sentada en un banco, compartiendo un trozo de pan y riendo como si no hubiera nada más en el mundo que importara. El hombre tenía la espalda encorvada, y la mujer sostenía su mano con un cariño evidente, los dedos entrelazados con la suavidad que solo los años juntos podían forjar.
Kyho sintió que algo en su interior se aflojaba. Había algo reconfortante en la sencillez de ese momento. A pesar de todo lo que pudieran estar enfrentando, los dos ancianos habían encontrado una forma de ser felices. Kyho esbozó una sonrisa leve, casi imperceptible, como si ese instante hubiera logrado atravesar su muro de escepticismo. Raito notó la expresión en el rostro de su hermano y sonrió también, sin decir nada. Sabía que esos pequeños momentos eran raros en Kyho, pero cuando ocurrían, sin duda eran genuinos.
Continuaron caminando, hablando de cosas más triviales, como los estudios de Kyho y la nueva relación de Raito. —Entonces, ¿cómo vas con ese chico? —preguntó, arqueando una ceja con curiosidad sincera,
— ¿Es en serio esta vez o solo estás jugando? — Raito rió entre dientes, rascándose la nuca. —Es en serio, creo. Es diferente a lo que había sentido antes. Me hace reír y pensar... No sé, es como si con él todo tuviera más sentido.
Kyho lo miró de reojo, medio divertido, medio sorprendido. —¿Raito, el eterno optimista, hablando en serio sobre el amor? Eso sí que es nuevo.
—Hey, yo también tengo mis momentos serios —se defendió Raito con una sonrisa torcida — A veces me sorprendo a mí mismo.
Kyho soltó una risa suave. —Bueno, al menos alguien en esta familia sabe ser feliz.
Raito le dio un empujón juguetón en el hombro, y Kyho fingió quejarse, aunque en realidad disfrutaba de esos momentos. Había algo en la compañía de su hermano que hacía que todo pareciera menos complicado. Mientras se acercaban de nuevo al vecindario donde vivía Jhoss, Kyho se dio cuenta de que, a pesar de su pesimismo habitual, había disfrutado del paseo. Quizá la esperanza no era algo tan inútil después de todo. Quizá, solo quizá, podía permitirse creer que las cosas saldrían bien.
Raito lo miró y, como si hubiera leído sus pensamientos, le sonrió. —¿Ves? No es tan malo tener un poco de fe.
Kyho sacudió la cabeza con una sonrisa leve, pero esta vez no discutió. Tal vez, por ahora, eso era suficiente.
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Sugar Heart
General FictionEn la galaxia de Andrómeda se encuentra Amai, un pequeño gato de ojos curiosos que vive con su madre y hermanos en el tranquilo planeta Kedeki. Aunque sea pequeño de estatura, su asombro por las pequeñas maravillas de la vida, brilla tanto como el s...