Primera Vez en el Bosque

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El viento nocturno arrastraba hojas secas por los caminos de la comarca. En el silencio de la casa, Amai se removía inquieto en su cama. No podía dormir. El mismo sueño lo había perseguido durante varias noches. Ya no soportaba esa sensación. Sin avisar, Amai se levantó de la cama, se puso su pequeña mochila y salió de casa con cuidado de no despertar a sus hermanos. El pueblo dormía, sumido en el silencio, con las luces de las casas parpadeando suavemente como estrellas en miniatura. Amai sabía que, si alguien lo veía, le dirían que volviera a casa, que era muy joven para salir solo. Pero él no quería volver. Necesitaba encontrar algo... cualquier cosa que le diera sentido al vacío que sentía en su corazón.

Amai caminó sin rumbo según él, hasta que llegó al borde del bosque de los Árboles Susurrantes, un lugar en la propiedad Sugar, del que su padre había hablado en cuentos para dormir. Según los árboles de allí, contaban historias antiguas a quienes quisieran escucharlas, pero solo a los que se atrevían a entrar. Con el corazón acelerado, dio un paso al interior del bosque. Las ramas parecían entrelazarse sobre su cabeza, como un túnel que lo alejaba de todo lo que conocía. El aire era fresco, y cada hoja que caía al suelo parecía susurrar su nombre: "Amai... Amai..."

De pronto, un crujido suave rompió el silencio. Amai se detuvo en seco, con las orejas en alto. Frente a él, emergió una figura conocida: Raito. Su hermano mayor lo había seguido, preocupado por su desaparición.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Raito con voz serena, pero cansada.

Amai bajo la mirada sin responder. Raito suspiró y se agachó hasta quedar a la altura de su hermano. Había tristeza en su mirada, pero también comprensión.

—Amai... No estás solo. No tienes que cargar con esto tú solo.

Por un momento, Amai sintió ganas de llorar, pero contuvo las lágrimas. Mientras tanto, Kyho miraba por la ventana de su habitación, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Sabía que algo había cambiado en Amai y en Raito, y aunque no quería admitirlo, le daba miedo perderlos. Los recuerdos de su madre y las discusiones con Raito pesaban en su corazón como una piedra que nunca podía quitarse del camino. Sin embargo, no sabía cómo expresar su dolor sin que este se convirtiera en ira.

Raito tomó la mano de Amai. —No importa lo que pase, siempre estaremos juntos. ¿De acuerdo? —dijo Raito con una sonrisa cálida.

Aun que para Amai la distancia parecía abismal, en realidad, no se había alejado casi nada de la casa. Ambos caminaron con el sendero, mientras que, en la puerta, estaba Kyho sosteniendo con su cuerpo aquella puerta abierta, cubierto por una manta y con una taza de té en ambas manos

Sugar HeartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora