Amai siempre había pensado que su hogar era el lugar más hermoso del universo. La comarca se extendía sobre verdes colinas onduladas, donde cada casa, jardín y calle parecía crecer como una extensión natural del entorno. Los techos estaban cubiertos de musgo y flores silvestres, permitiendo que las estaciones se reflejaran en cada rincón. Durante la primavera, los tejados se pintaban con tonos rosados de pequeñas flores; en otoño, se tornaban dorados y crujientes, como hojas caídas. Los caminos eran amplios y estaban pavimentados con piedra lisa, pero entre las grietas surgían plantas que nadie se molestaba en arrancar. Por las tardes, una brisa fresca recorría la comarca, y los molinos eólicos dispersos en las colinas giraban perezosamente, alimentando los sistemas de la comunidad. Todo en la vida de los habitantes parecía girar en torno a un delicado equilibrio entre tecnología y naturaleza. Bajo la luz de pequeños faroles que absorbían energía del día, los habitantes se reunían al anochecer para conversar en las plazas cubiertas de viñedos. Las farolas, en lugar de emitir luz cegadora, brillaban con un resplandor cálido y suave, como si dentro de cada una habitara una pequeña estrella. Los bancos de madera entrelazados con raíces estaban siempre ocupados por vecinos que compartían historias y canciones.
Las ventanas de las casas se abrían hacia jardines internos donde las familias cultivaban sus propias frutas y verduras. Amai paseaba con frecuencia por los senderos que rodeaban el río, admirando cómo pequeños barcos automatizados flotaban silenciosamente, llevando productos de un lado a otro. No había ruido de motores ni humo en el aire; todo parecía moverse con el ritmo sereno de la naturaleza misma. Algunos habitantes montaban bicicletas con sistemas que almacenaban energía al pedalear, otros preferían caminar, y a veces se veía a los niños jugar con drones pequeños que volaban como libélulas sobre sus cabezas.
El corazón de la comarca era un árbol gigantesco, cuyas ramas se extendían como un manto protector sobre el mercado central. A su sombra, los comerciantes ofrecían desde frutas frescas hasta dispositivos que se cargaban con la luz del día. Los artesanos mezclaban materiales naturales y tecnología con una habilidad casi mágica. Relojes de madera que nunca se detenían, lámparas hechas de pétalos que cambiaban de color según la hora, e incluso pequeños robots con forma de animales que ayudaban a mantener los jardines. Todo lo que se creaba tenía un propósito funcional y estético, como si la belleza y la utilidad fueran dos caras de la misma moneda. Pero no todo era perfecto. Kyho siempre decía que la armonía de la comarca era frágil. —Un equilibrio que se puede romperse en cualquier momento. — Solía murmurar mientras observaba a los habitantes llevar su vida tranquila. Y, en cierto modo, tenía razón. Los rumores sobre los ataques piratas en otras partes del sistema comenzaban a inquietar a los adultos.
La comarca dependía de los intercambios comerciales con otras regiones, y si los barcos mercantes seguían siendo saqueados, la vida cotidiana podría verse gravemente afectada. Las conversaciones en la plaza ya no eran tan despreocupadas. Se escuchaban susurros sobre el aumento de los precios y la escasez de productos básicos en las últimas semanas. Los barcos que llegaban al puerto traían menos suministros, y algunos comerciantes comenzaban a racionar sus mercancías. Los drones de vigilancia que patrullaban discretamente los límites de la comarca habían duplicado su actividad, pero, aun así, la sensación de amenaza era inevitable. Sin embargo, los habitantes se esforzaban por mantener la calma. Después de todo, la vida en la comarca siempre había sido un refugio, un lugar donde la tecnología no era un lujo, sino una herramienta para cuidar la tierra y a sus habitantes. El consejo local se reunía en un anfiteatro cubierto de plantas trepadoras, donde los líderes de cada familia discutían formas de adaptarse a la situación sin perder el espíritu comunitario.
Amai escuchaba esas conversaciones con atención, aunque no siempre las comprendía del todo. Lo que sí entendía era la tensión que flotaba en el aire, como una nube oscura que amenazaba con descargar una tormenta. Le preocupaba ver a su madre, más silenciosa que de costumbre.
ESTÁS LEYENDO
Sugar Heart
Ficción GeneralEn la galaxia de Andrómeda se encuentra Amai, un pequeño gato de ojos curiosos que vive con su madre y hermanos en el tranquilo planeta Kedeki. Aunque sea pequeño de estatura, su asombro por las pequeñas maravillas de la vida, brilla tanto como el s...