Memoria a crayón

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Con la libreta abierta frente a él, Amai se sumergió en la nostalgia de la semana pasada. Su lápiz comenzó a moverse casi por sí solo, trazando líneas que danzaban sobre el papel con la misma alegría que había sentido bajo el cielo estrellado. Las memorias eran un torrente colorido, y él se sentía listo para capturarlas. Primero, dibujó la lluvia de estrellas, esas diminutas luces brillantes que parecían caer del cielo como si el universo hubiera decidido compartir su magia con ellos. Usando su lápiz, hizo pequeños puntos irregulares que brillaban en su mente con el destello de cada estrella fugaz. Luego, sin pensarlo dos veces, tomó un poco de brillantina que había encontrado en un rincón del cuarto de Kyho, y lo esparció sobre la página, dejando que la chispa dorada se adhiriera a los dibujos. Era un desorden maravilloso; los granos de brillantina se pegaban a las páginas, creando un efecto de galaxia desbordante que contrastaba con la torpeza de sus trazos.

Se detuvo un momento, observando su creación. El campo se extendía ante él, lleno de colores brillantes y texturas simples. Amai trazó la silueta de sus hermanos. Raito, con su gran sonrisa y astas en alto, parecía más un monigote feliz que un reno real. Kyho, a su lado, se veía más como una figura sombría, una sombra con orejas largas que siempre intentaba corregir sus garabatos. Pero, en ese momento, Amai se sintió feliz. Dibujó también a sus vecinos, caricaturas con cabezas desproporcionadas y cuerpos en forma de cilindro, con brazos y piernas que se alargaban de manera cómica. A cada uno les dio una expresión alegre, recordando las risas compartidas y los juegos en el campo. La escena estaba repleta de colores vibrantes: un verde intenso para la hierba, azul claro para el cielo y un amarillo radiante que representaba el sol. El desorden de la brillantina añadía un toque mágico, como si las memorias cobraran vida y se mezclaran en un hermoso caos.

Mientras se dejaba llevar por sus recuerdos, sintió que el tiempo se desvanecía. Cada línea que trazaba le hacía revivir la risa de Raito, el sarcasmo de Kyho, y la emoción que había sentido al observar la lluvia de estrellas. Sin embargo, de repente, su lápiz comenzó a moverse en una dirección distinta. Sin darse cuenta, sus trazos tomaron forma y, de entre la confusión de colores, apareció la imagen de un anciano sentado en su silla fuera de la cabaña. Las líneas eran aún más torpes que las anteriores, pero había algo en la expresión del anciano que le hizo detenerse. Sus ojos, aunque dibujados de forma simple, parecían llevar consigo una historia, un eco de tiempos pasados. Amai se dio cuenta de que había capturado la esencia de un momento que había compartido con él, aunque fuera solo por un instante. La imagen del anciano, con su cabello blanco y su silla de madera, parecía contrastar con el bullicio de sus otros dibujos.

Mientras se sumergía en el retrato, Amai sintió que una leve brisa entraba por la ventana abierta. Era casi como si el anciano, a través de su dibujo, estuviera guiándolo, recordándole que cada memoria, cada experiencia, era un hilo que tejía el tapiz de su vida.

Al mirar el resultado, Amai comprendió que no era solo un dibujo; era un reflejo de su mundo, un pequeño universo donde las memorias y las emociones se entrelazaban. A pesar del desorden, a pesar de la simplicidad de sus trazos, había capturado algo profundo: la esencia de lo que significa ser parte de una familia, de una comunidad, de la vida misma.

Con el lápiz en mano y la brillantina aun brillando en su libreta, Amai sonrió, sintiéndose un poco más ligero. Tal vez no tenía todas las respuestas sobre lo que sucedía en casa, o por qué sus hermanos habían salido de forma tan repentina, pero en ese momento, se dio cuenta de que la creatividad podía ser un refugio, un medio para enfrentar lo desconocido. Mientras Amai miraba la imagen del anciano, una corriente de recuerdos lo envolvió, como una manta de lana que lo abrazaba en las noches frías. Recordó el momento en que se encontraron, aquel día en que sus ojos se cruzaron. Había algo en la mirada del anciano, una profundidad que le heló la sangre. Era la mezcla de sabiduría y tristeza, como si llevara sobre sus hombros el peso de innumerables historias.

Sugar HeartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora