El Mensaje

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Al llegar a casa, Raito sostuvo a Amai con delicadeza, como si el pequeño fuera un frágil tesoro. Lo recostó suavemente en su cama, asegurándose de que la manta lo cubriera por completo, como un abrazo que lo acompañaría en su sueño. Los suaves ronquidos de Amai llenaban la habitación, un sonido reconfortante que lo hacía sentir que todo estaba bien, al menos por esa noche. Mientras Raito salía, se detuvo un momento, dándole un vistazo a la habitación de Amai. Las paredes estaban decoradas con dibujos coloridos y fotos familiares, pequeños momentos congelados en el tiempo que reflejaban la infancia de su hermano. Cada detalle contaba una historia: la risa de Amai, su curiosidad insaciable, los juegos que habían compartido. Cada rincón parecía resonar con la esencia de un niño que se había mantenido firme en su inocencia a pesar de las adversidades que habían enfrentado.

Al cerrar la puerta, Raito se recargó contra ella, sintiendo la fría madera en su espalda. Suspiró, y en ese momento, sintió que sus pulmones se llenaban no solo de aire, sino de una paz inesperada. La tensión acumulada a lo largo del día se disipaba lentamente, como si cada exhalación llevara consigo un peso que había estado cargando. Era un instante de claridad, donde el caos del mundo exterior se desvanecía, y solo existía él, Amai, y la promesa de protegerlo. Raito sabía que su responsabilidad como hermano mayor era inmensa, pero también lo era el amor que sentía por él. Cada sacrificio valía la pena, cada decisión difícil se desvanecía frente a la imagen de su hermano dormido, seguro y tranquilo. Con un leve asentimiento a la oscuridad de la casa, se permitió unos segundos más de quietud. La luz de la luna filtraba a través de la ventana, iluminando el pasillo con un brillo suave, como si el universo mismo lo estuviera abrazando. En ese momento, Raito comprendió que su vida había encontrado un propósito en esa conexión. Aunque el camino por delante podría estar lleno de desafíos, sabía que siempre tendría la luz de Amai para guiarlo, y eso, en sí mismo, era suficiente.

Kyho entró en la casa, su expresión era de cansancio y resignación. La canasta que había estado llena de sándwiches, ahora vacía, colgaba inerte de su brazo, como un recordatorio de que el picnic había sido un éxito, pero también de que los momentos felices a menudo dejaban una sensación de vacío al final. Se dejó caer en el sofá con un suspiro profundo, sus hombros se hundieron ligeramente, como si el peso del día finalmente lo hubiera alcanzado. Se rascó la cabeza, sintiendo la brisa suave que entraba por la ventana abierta, la cual despeinaba un poco su pelaje. Raito bajó las escaleras con pasos ligeros, la sensación de calma aun envolviéndolo. Al llegar al final, sus ojos se posaron en Kyho, quien se había dejado caer en el sofá, mirando hacia el techo con una expresión que mezclaba cansancio y satisfacción. Raito se acercó y se sentó a su lado, el suave crujir del sofá resonando en la tranquila habitación. Ambos hermanos suspiraron al unísono, un sonido que parecía llenar el espacio entre ellos con una extraña comprensión.

Al mirarse, algo en el aire cambió. Una chispa de humor emergió de la fatiga compartida, y de repente, ambos comenzaron a reír. Era una risa ligera, casi infantil, como si el mundo exterior hubiera desaparecido y solo existieran ellos dos. La mirada de Kyho se encontró con la de Raito, y esa conexión, tan familiar y reconfortante, les recordó que, a pesar de las dificultades, siempre tendrían a alguien con quien compartir esos momentos. La risa de Raito era contagiosa; sus ojos brillaban con un destello de alegría, y Kyho no pudo evitar unirse a él, olvidando por un momento el cansancio que había llevado consigo. Era un momento simple, pero en su esencia, era todo lo que necesitaban: un recordatorio de que, en medio de las luchas y la responsabilidad, siempre había espacio para la alegría. Mientras la risa de los hermanos todavía resonaba en la habitación, el sonido del teléfono de Raito vibró en la mesa de la cocina. Sin embargo, en su pequeño refugio de alegría y complicidad, ambos estaban demasiado absortos en su conversación para darse cuenta del tono insistente que se repetía en el fondo.

Sugar HeartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora