Amai se encontraba sentado en las frías escaleras de la cabaña, envolviendo su pequeño cuerpo en un cálido abrazo. Sus ojos, grandes y curiosos, observaban los copos de nieve que caían suavemente desde el cielo gris. A su alrededor, el silencio del bosque era casi absoluto, interrumpido únicamente por el suave susurro del viento que acariciaba los árboles. El niño temblaba un poco, intentando mantener el calor corporal mientras frotaba sus patitas, exhalando sobre ellas como si el vapor de su aliento pudiera crear un abrigo invisible.
Dentro de la cabaña, el anciano se encontraba sentado en una silla de madera, su rostro surcado por arrugas que contaban historias de un tiempo olvidado. Con meticulosa atención, afinaba su guitarra, dedicando cada segundo a ajustar las cuerdas, dándoles la tensión perfecta para que resonaran con dulzura. Sus dedos, aunque algo temblorosos por la edad, se movían con agilidad y cuidado, como si tocar la guitarra fuera el acto más sagrado del mundo. El anciano dejó escapar un suspiro de satisfacción al escuchar el sonido melodioso que emanaba de su instrumento. Comenzó a tocar una suave melodía, sus dedos danzando sobre las cuerdas mientras la cabaña se llenaba con el sonido cálido y nostálgico de la música. El vaivén de la melodía le proporcionaba una paz indescriptible, y, en un momento de introspección, cerró los ojos, dejando que las notas lo mecerán suavemente en su silla.
Sin embargo, el encantamiento de la música se vio interrumpido abruptamente por un fuerte ¡crack! Una de las cuerdas de la guitarra se rompió de repente, interrumpiendo la melodía en un agudo y desafortunado silencio. El anciano frunció el ceño, su expresión transformándose de serenidad a frustración. Se levantó con un leve crujido de su silla, decidido a encontrar otra cuerda. Hurgando en su cofre de madera, que estaba asegurado con un candado de combinación, sintió un pequeño escalofrío de anticipación. La madera del cofre parecía haber absorbido la esencia de todos los secretos que había guardado a lo largo de los años. Después de un breve momento de esfuerzo, logró abrirlo y comenzó a buscar entre el contenido. Su mano se deslizó entre antiguos papeles y objetos olvidados, hasta que, de repente, exclamó un "¡Eureka!" al hallar una cuerda dentro de una bolsa desgastada.
Pero detrás de la bolsa, algo más captó su atención. Con una suave presión de su mano, despejó el objeto que estaba pegado por la estática: era una fotografía. Al verla de espaldas, el anciano sintió una punzada de curiosidad, y, con delicadeza, la giró para revelar su contenido. Al iluminarla con la tenue luz de las velas, una imagen borrosa comenzó a cobrar vida ante sus ojos. Era una fotografía vieja y arrugada, en la que se distinguía un lobo, más joven y robusto, con una mirada llena de alegría. A su lado, una bella mujer tigre sonreía con una calidez que parecía brotar de la propia imagen. En la pierna del lobo, un niño dragón blanco estaba sentado, luciendo un gran casco que pertenecía al lobo, desproporcionado sobre su pequeña cabeza. El niño sonreía con pureza e inocencia, su risa casi podía escucharse a través de los años que habían pasado desde que esa foto fue tomada. El anciano sintió una oleada de nostalgia y melancolía al contemplar la fotografía. Pasó sus dedos arrugados sobre la superficie, tratando con ternura de revivir aquellos momentos que parecían llenos de luz y felicidad. La guitarra, olvidada a un lado, yacía en silencio, mientras el anciano se sumergía en sus recuerdos.
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Sugar Heart
Ficción GeneralEn la galaxia de Andrómeda se encuentra Amai, un pequeño gato de ojos curiosos que vive con su madre y hermanos en el tranquilo planeta Kedeki. Aunque sea pequeño de estatura, su asombro por las pequeñas maravillas de la vida, brilla tanto como el s...