El Gatito

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En una acogedora casa, Amai, un pequeño gato de pelaje naranja, patitas inferiores y mechones amarillos, se movía inquieto sobre una suave alfombra de hierba. Con su mirada curiosa y su energía desbordante, cada rincón de su hogar era un nuevo desafío. Raito, el hermano mayor, intentaba seguirle el ritmo, con sus ojos llenos de cariño y preocupación. Con cada paso que Amai daba, Raito se agachaba, listo para atraparlo antes de que cayera.

—¡Cuidado, Amai! —advertía una voz suave pero firme — No te acerques al borde de la mesa.

Pero Amai no hacía caso. Con una risita traviesa, se deslizó hacia el borde, agarrando un pequeño objeto brillante que encontró en el suelo. A su lado, Kyho, el hermano del medio, cruzaba los brazos, una expresión de incomodidad en su rostro. Era difícil para él entender la emoción de Raito por cuidar al pequeño.

—No sé por qué tienes que estar tan atento —se quejaba Kyho, mientras miraba cómo Amai jugaba sin parar — Es solo un bebé, ¡No puede hacer nada interesante!

—Es nuestro deber cuidarlo. No puedes entenderlo, Kyho. Amai es especial.

—¿Especial? —Kyho puso los ojos en blanco — Solo es una bola de pelos que se mete en problemas. ¡Mira! — y señaló cómo Amai intentaba alcanzar una lámpara que colgaba del techo —¡Va a caerse!

Con un movimiento rápido, Raito se lanzó hacia Amai, justo a tiempo para evitar que el pequeño alcanzara la lámpara.

—Vas a hacer que me dé un ataque al corazón, pequeño travieso —dijo Raito, tratando de ocultar su risa mientras abrazaba a Amai, quien comenzó a reírse a carcajadas.

Kyho no pudo evitar un resoplido de frustración, sintiéndose cada vez más agobiado por la energía del bebé. Aun así, observaba desde la distancia, sintiendo que su corazón se derretía con cada risa de Amai.

—No puedo creer que tenga que pasar el día cuidando a un gato que solo quiere meterse en problemas —murmuró, aunque en su interior sabía que no podía evitarlo. Al final, Amai era su hermano. Pero distraerse les costó a ambos, y como si fuera un fantasma, había desaparecido tan rápido como una estrella fugaz.

—¿Dónde está Amai? —preguntó Raito, frunciendo el ceño mientras miraba a todos lados al darse cuenta que el pequeño había desaparecido repentinamente. Su corazón comenzó a latir más rápido.

Kyho, que estaba reclinado contra la pared, mirando distraído un cómic. Sin apartar la vista de la página, dijo:

—No sé, probablemente se metió en algún problema otra vez.

Raito sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La idea de que su pequeño hermano pudiera estar en peligro le dio un vuelco al estómago.

—¡No puedo creerlo! —exclamó, ahora claramente preocupado — ¡Vamos a buscarlo!

Kyho dejó caer el cómic y se levantó, con una expresión resignada. —Está bien. Pero no sé por qué siempre tienes que actuar como si el mundo se fuera a acabar.

Ambos hermanos corrieron hacia el jardín, donde los árboles rosados (similares a los Sakura), se mecían suavemente.

—¡Amai! ¿Dónde estás?

A lo lejos, una risa familiar resonó. ¡Era Amai! Pero esta vez, estaba acompañado de un zumbido. Con el corazón en la garganta, Raito avanzó con dirección de donde parecía provenir. Un claro donde Amai había jugado la tarde anterior. Cuando llegaron, se encontraron con una escena inesperada: Amai estaba en medio de un grupo de criaturas voladoras: Mariposas grandes y resplandecientes, luciérnagas azules que revoloteaban en su cabecita... Pero también, había una serpiente de colores brillantes, observando al pequeño gato con curiosidad.

Sugar HeartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora