El día amaneció con un cielo despejado sobre All Valley, como si incluso el clima quisiera darnos un respiro antes de la gran final. Había un aire de tranquilidad, aunque en el fondo todos sabían que este era solo el preludio de lo que sería el enfrentamiento más importante de sus vidas.
Johnny Lawrence había decidido que ese día sería exclusivamente para Miguel y yo. No había una agenda estricta, solo una combinación de relajación y entrenamiento ligero.
Robby, aunque lesionado, también se unió, más como un observador que como un participante. Para mí, era un momento que necesitaba desesperadamente: tiempo con mi padre, sin las tensiones que habían marcado los días previos.
—Hoy no se trata de ganar ni de perder —dijo Johnny mientras se ajustaba la cinta negra que llevaba en la frente—. Se trata de recordar por qué hacemos esto.
—¿Para patear traseros? —preguntó Miguel con una sonrisa.
—¡Exacto! —Johnny soltó una carcajada, pero luego su expresión se suavizó—. Bueno, también se trata de algo más. De encontrar equilibrio, disciplina, y de demostrarles a todos que no importa cuántas veces nos derriben, siempre nos levantamos.
El entrenamiento comenzó con ejercicios básicos de técnica. Aunque la intensidad era baja, Johnny no dejó de insistir en los detalles, corrigiendo nuestras posturas y movimientos.
—¿Sabes? —dijo mientras me ayudaba a ajustar mi posición—. A veces me olvido de que eres tan buena porque no te digo lo suficiente lo orgulloso que estoy.
Esa frase me tomó por sorpresa. Mi padre, el hombre que solía ser tan rudo y reservado con sus emociones, estaba abriéndose conmigo de una manera que nunca antes había experimentado.
—Gracias, papá —respondí, sintiendo cómo una mezcla de emoción y calma me invadía.
Miguel, que estaba practicando sus patadas, sonrió al escuchar el intercambio, pero no dijo nada.
Después de un rato, hicimos una pausa para descansar. Robby, sentado en una banca cercana, observaba con atención. Aunque no podía entrenar, estaba claramente comprometido en apoyar a su equipo.
—¿Cómo te sientes? —le pregunté mientras me sentaba a su lado.
—Mejor. Pero es frustrante no poder estar ahí con ustedes —admitió, mirando su pierna lesionada.
—Estás aquí con nosotros, y eso ya significa mucho —le aseguré.
Miguel se acercó, con una botella de agua en la mano.
—Además, aún nos puedes dar consejos. ¿Algún truco para que aplastemos a esos Iron Dragons mañana?
Robby sonrió, su actitud cambiando ligeramente.
—Solo recuerden que no importa lo fuertes que sean, ustedes tienen algo que ellos no: conexión.
Por la tarde, Johnny nos llevó a un lugar tranquilo fuera del dojo. Era un parque con una vista espectacular del valle, un lugar que, según él, solía visitar desde joven cuando necesitaba despejar su mente.
—A veces, lo único que necesitas es un poco de perspectiva —dijo mientras mirábamos el atardecer.
Fue en ese momento que sacó un paquete de tela negra y amarilla.
—Tengo algo para ustedes.
Miguel y yo nos miramos, curiosos. Johnny desató el paquete y reveló dos uniformes negros con detalles amarillos, el icónico logotipo de la cobra bordado en la espalda.
—Estos son para mañana. Quiero que entren ahí sabiendo que representan algo más grande que ustedes mismos. Cobra Kai no se trata solo de fuerza, se trata de resiliencia.
Tomé el uniforme entre mis manos, sintiendo la suavidad de la tela y el peso simbólico que llevaba. Miguel hizo lo mismo, su expresión seria mientras examinaba cada detalle.
—Gracias, sensei —dijimos al unísono.
Esa noche, mientras todos regresábamos a casa, sentí una extraña mezcla de emociones. Había ansiedad por lo que estaba por venir, pero también gratitud por el tiempo que había compartido con mi padre y mis compañeros.
Miguel, como siempre, estuvo a mi lado.
—¿Lista para mañana? —me preguntó mientras caminábamos.
—Lista para lo que sea —respondí, más segura que nunca.
Sabía que la final sería un desafío, pero también sabía que no estaba sola. Con Miguel, mi padre y mi equipo, sentía que podía enfrentar cualquier cosa.