Epílogo.

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 Estoy acostada en la cama. Hace un rato que mi madre ha entrado para verme de nuevo.

Me ha preguntado cómo estaba, si me he encontraba mejor. Le he dicho que bien, como siempre —como de normal para que no se preocupe—. Que solo tengo que acostumbrarme y que únicamente me duele un poco la cabeza. Cómo no, me ha dicho que deje de pensar en tantas cosas, que intente despejarme y si hace falta que me vuelva a dormir.

Nunca creí que lo fuera a decir, pero deseo levantarme ya de esta cama y salir a la calle.

Hace apenas cuatro días que he salido del hospital en el cual llevaba ingresada seis años, creo que ya tengo suficiente cama de por vida.

Me levanto y me miro otra vez en el espejo. Apenas he envejecido, pero ya tengo 22 años. En cambio, lo que sí se siguen marcando, son mis ojeras, y me da la sensación de que de un momento a otro van a rozar el suelo y me voy a tropezar al pisarlas. Sí, nací algo torpe.

Quiero saber qué ha sido de Álex, mi exnovio. Mi madre me dijo que lo dejamos unos meses antes de que yo cayese en coma. Según ella no iba bien lo nuestro; yo, sinceramente, no lo recuerdo.

Enciendo el ordenador y me doy cuenta de que tengo las cuentas de las redes sociales eliminadas.


"Era de esperar", me digo.


Por probar, intento entrar en mi blog.


"Sigue intacto", digo medio sonriendo.


Hace demasiado tiempo que no escribo. Quizá me vuelva a coger, es algo que siempre he necesitado hacer para evadirme de este mundo. Quizá incluso podría narrar una novela, algo que haga que la gente se enganche.

Me pongo a pensar, y sin poder evitarlo pienso en sus ojos verdes azulados, en lo feliz que me hacía aunque fuese en sueños. En que necesito encontrarle, porque sé que existe. Que puede que esté ahí fuera, esperándome.


"¿Qué dices, Cía?", me pregunto yo sola, "deja de fantasear".


Me vuelvo de nuevo a la cama, y con la inspiración a flor de piel, comienzo a escribir. Las palabras salen como si llevasen toda la vida queriendo salir, y es comprensible.

En cuestión de hora y media tengo el primer capítulo escrito y me siento orgullosa al releerlo.


A los cinco minutos, cierro el ordenador y cogiéndolo con el antebrazo bajo al comedor. Mi madre está preparando unas crêpes como solo ella sabe hacer. Ya no las recordaba.

Últimamente me está mimando mucho, y no la culpo, pero como siga así, voy a salir rodando por la puerta de casa cada vez que tenga que irme.


—Huele de maravilla —sonrío mirando a mi madre.

—Echaba de menos cocinar para ti... —dice con los ojos acristalados.


Se hace un silencio algo incómodo y lo rompo con lo único que tengo en mente:


—Sabes mamá, he estado pensando en escribir una novela.

—¿Ah, sí?, ¿y eso?

—Bueno, ya sabes que siempre me ha gustado escribir, más bien, lo he necesitado, y como ahora tengo algo de tiempo, me he dicho "¿por qué no?".


Mi madre se me queda mirando algo extrañada, mira las crêpes de nuevo y me vuelve a mirar.


—Si es lo que te gusta, adelante, tienes mi apoyo, por supuesto.


Me acerco a ella y únicamente puedo abrazarla, desde siempre ha sido mi mayor apoyo y mi mayor ejemplo a seguir.


—Y bueno —me dice mientras estoy entre sus brazos—, ¿cómo piensas llamar a tu criatura? —ríe y yo río con ella.


Me paro a pensar.

—Va a llamarse "Noches entre folios", mamá, y si quieres leer el primer capítulo, ya lo tengo.

Le tiendo el ordenador abriendo el documento de Word y comienza a leer:

Capítulo 1.

"Y allí estaba él, sentado en la silla de su escritorio con las manos en la cabeza mientras contaba las horas como si de minutos se tratasen, no había nada que no le recordase a ella, a su perfume, a sus horas de continuas sonrisas, a sus preciosos ojos de un color verde esmeralda mezclado con gotas de Coca-Cola.

Todas las noches se resumían a lo mismo, a mil preguntas yendo y viniendo a su mente, pero ninguna quedándose, ninguna siendo contestada. Habían sido noches de insomnios, noches de desvelos, noches de levantarse a las tantas de la madrugada empapado de sudor... Quería borrar todos los recuerdos, no sentir nada más, pasar por aquel banco dónde un día estuvieron sentados y no llorar al recordar su nombre, pero le resultaba imposible. Necesitaba pasar de página, olvidarla, pero cada vez que intentaba hacerlo volvía a caer, volvía a pensar en ella, en si estaría bien sin él, en si ahora sería feliz..."

Noches entre foliosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora