Capítulo 26, parte dos.

212 13 0
                                    

Cía

—Cía, ¿estás ahí? —Dani me despierta de mis pensamientos en los que me hallaba dormida y pego un sobresalto—. Te he dicho que ya nos veremos, ¿me has escuchado?

—Sí, perdona.


Menos mal que no ha pasado nada, era lo último que necesitaba que pasara.


—Puedo quedarme más si te apetece, eh —me sonríe con complicidad.

—No hace falta, gracias, podré vivir sin ti —le digo irónicamente—. Como ya te decía, iba a bañarme y de momento, sé hacerlo sola —me río por dentro sabiendo que acabo de darle un pequeño apretón a sus partes nobles indirectamente.

—Todo claro, señorita.


Sale definitivamente de dentro de mi loft y se dirige al ascensor. Veo cómo aprieta el botón y todo me sucede a cámara lenta. Sigue con el traje con el que se fue ayer a toda prisa de aquí, y, aun sucio, le queda que ni pintado. Me echa la última mirada como si quisiera despedirse así y al abrir la puerta sale Jota con un una venda rodeándole los nudillos de la mano derecha, bañada de rojo.


—¿Te importa que pase? —Me dice Jota mirándome directamente a mí, haciendo caso omiso a Dani.

—Cla...ro... —Le contesto, básicamente porque no sé qué decirle.


Dani, con cara de pocos amigos, entra en el ascensor después de que Jota haya salido y cierra la puerta. Ni un "Llámame", ni un "Hasta luego". Nada.


—¿Qué coño te ha pasado, Jota? —Le pregunto ya dentro de mi loft.

—Después de 35 años casados, mis padres deciden divorciarse, ¿me puedes explicar por qué? ¡Dios!

—Lo primero, relájate. Ven, sentémonos —le digo señalándole el sofa—. Enséñame eso —le cojo la mano y le quito la venda mal puesta que la envuelve.


Tiene los cuatro nudillos llenos de heridas pequeñas pero que sangran en abundancia. Menos mal que de momento no tengo fobia a la sangre, si no, a estas alturas, estaría ya bajo tierra.


—No tardo —digo levantándome del sofá. Esas heridas necesitan cura inmediata. No están para puntos, pero sí para primeros auxilios.

—Claro... —Responde.


Deprisa, subo por las escaleras hasta llegar al cuarto de baño y recuerdo que iba a darme un baño.


«Vas a tener que posponerlo», se ríe mi subconsciente, y no le quito razón, voy de mal en peor. Busco el maletín de primeros auxilios que tengo en el armario detrás de la puerta y cuando ya lo tengo entre mis manos, lo abro para ver que está todo lo necesario. Bajo corriendo para curar a Jota que sigue sentado en el borde del sofá y no deja de mirarse las heridas de su mano derecha.


—¿Te apetece hablar? —Le pregunto mientras cojo su mano para proceder al intento de salvamiento.

—Por algo he venido —me responde—. No sabía a quién acudir —confiesa.


Sin dejar de mirarle a los ojos, saco un par de gasas esterilizadas, agua oxigenada, Betadine y un par de apósitos de algodón. Le echo primero el agua oxigenada para desinfectar las heridas y más tarde Betadine para que cicatricen mejor. Le pongo las gasas encima y le digo que se las sujete.


—¿Y esto era preciso? —Le vuelvo a preguntar, señalándole las heridas de la mano.

—Lo he hecho por no pegar a mi padre, Cía. Estaba teniendo una aventura con otra mujer.


No sé qué responder, ni qué decirle. Acabo de quedarme prácticamente sin habla.


—¿Puedo pedirte un favor? —Me pregunta finalmente.

—Claro.

—¿Puedo quedarme esta noche a dormir aquí?, prefiero no volver a casa.

Noches entre foliosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora