Capítulo 5.

583 34 0
                                    

Cía se apartó de repente de las manos de David.

—Perdona... —dijo él en tono arrepentido— No..., no quería molestarte.

—Tengo que irme, ya hablaremos.

  Abrió la puerta de su casa y entró sin mirar atrás. Él se quedó observándola, pensando que había sido un imbécil por haberla besado sin su consentimiento, pero aún así no se arrepintió, no se lamentó de haber probado sus labios, de haber degustado su sabor.

  Cía dejó la chaqueta en el perchero de la entrada y subió las escaleras tocándose con la mano derecha la boca, mordiéndose los labios sin querer. No podía acabar de creerse qué le había pasado, por qué David había hecho aquello. Entró en la habitación y empezó a desnudarse.

—Cía, ¿eres tú? —le preguntó su madre.

—Sí, mamá, soy yo. Buenas noches.

  Dicho esto cerró la puerta y se puso una camiseta de "Los Simpsons", su preferida. Era de esas chicas que no le gustaba dormir con el típico camisón o pijama ajustado, prefería sin duda aquella prenda tres tallas más grandes de la que normalmente usaba y unas bragas cómodas.

  Se acostó, miró el móvil y lo apagó; no quiso contestar a los cinco mensajes de WhatsApp que tenía de sus amigas. Lo dejó encima de la mesa y apagó la luz. Tardó más de media hora en dormirse, en conciliar el sueño, pues David no paraba de rondarle por la cabeza.

En un apartamento cualquiera de la playa de la Barceloneta sobre las 10:30 sonaba el despertador...

  Cía puso enseguida los pies en el suelo y se levantó. Lo primero que hizo fue abrir las ventanas de su habitación y ver toda Barcelona, tan preciosa como siempre. Giró la cabeza y allí estaba, el vestido de anoche, con la mancha de la bebida.

"No fue un sueño, fue real...", pensó. "David anoché me besó".

  Se acercó a la mesita de noche, cogió el móvil que horas antes había apagado y lo encendió de nuevo. Más de veinte mensajes tenía en el WhatsApp y varias llamadas perdidas de Laura.

  Marcó su número y esperó.

—¡Neeeeeeeena!, ¿cómo quedó anoche?, no nos dijiste nada y estábamos preocupadas por ti, —escandalizó Laura— ¿a qué esperas a contárnoslo?

—Nos vemos a las 12 en la playa y os lo cuento todo, ¿vale?, pero no seáis pesadas...

  Y dicho esto, colgó.

Una hora y tres cuartos después en la playa de la Barceloneta.

—Bueno, ¿y qué, cómo besa? —dijo Laura sin cortarse.

—Pero, ¿de dónde has sacado eso? —exclamó Cía— ¡David no me ha besado!

—Qué mal mientes, cariño —dijo Marta—. Es obvio, ¿no?

  Estuvieron más de media hora hablando y riendo, cómo solo ellas sabían hacer y siempre habían hecho. Cada día estaban más guapas, más sonrientes, y eso a ella, le daba la vida. No podía permitir que los recuerdos del pasado le atormentasen, no ese verano. No por haber tragado agua en la piscina tenía que tener miedo a nadar de nuevo, y no por su pasado iba a dejar de creer en el amor.

—Cía, ¿ese no es David? —preguntó Marta extrañada.

Cía se giró al instante, esperando que fuese cierto lo que su mejor amiga le contaba, con una sonrisa en la cara. 

  Y allí estaba él, de nuevo, sentado bajo las palmeras, con sus auriculares puestos. Tenía los ojos cerrados y aún así sonreía.

  Cía no se lo pensó dos veces y se acercó, pensaba decirle que no le había importado que la noche anterior le besase, —¿pensar?, si ni siquiera podía pensar, solo deseaba probar sus labios de nuevo—, pero estando a diez pasos de él, una chica muy guapa, bastante alta y rubia se le echó encima y le abrazó. 

  Pudo oír cómo cada vez le bombeaba más rápido el corazón  y de qué manera se le estaba formando el nudo en la garganta haciendo aparecer pequeñas lágrimas en sus ojos. Así que se giró y con la cabeza agachada fue en dirección a sus amigas.

Noches entre foliosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora